"Todo poder, incluso el democrático, nos enseña a temer la rebeldía"

Éric Vuillard | Escritor

Éric Vuillard realiza en '14 de julio' una vibrante reconstrucción del comienzo de la Revolución francesa desde la perspectiva de los protagonistas anónimos que tomaron la Bastilla

El autor francés, ganador del Goncourt por 'El orden del día', presentó este jueves la novela en Sevilla

El escritor Éric Vuillard (Lyon, 1968), este jueves en la sede de la Fundación Tres Culturas.
El escritor Éric Vuillard (Lyon, 1968), este jueves en la sede de la Fundación Tres Culturas. / Víctor Rodríguez
Francisco Camero

22 de febrero 2019 - 06:30

Sevilla/De la Revolución francesa tal vez lo sepamos ya todo, o tal vez no. ¿Sabemos, por ejemplo, quién era el primer hombre que cayó muerto en el patio de la Bastilla por los cañonazos figurados y literales del Antiguo Régimen durante la jornada de la celebérrima toma de la fortaleza por parte del pueblo? ¿Con qué soñaba, a quién amaba, cómo se ganaba con mucha fatiga la vida, por qué estaba allí, sin saber que aquello daría que hablar hasta ese mismo día de febrero de 2019?

Detalles insignificantes en el descomunal relato de la Historia, podrá decir alguien. Una vida, replicará Éric Vuillard, tan digna de recordar como las de aquellos que derrochaban por tedio en Versalles, las de los ministros en su baile grotesco alrededor de la gigantesca deuda pública del Estado o las de los burgueses que miraban con miedo y asco por sus ventanas al populacho alzado en armas.

Al calor del éxito de su anterior novela, El orden del día, el escritor francés publica ahora 14 de julio (Tusquets), una obra en realidad anterior a esa novela con la que ganó el Premio Goncourt y se dio a conocer en nuestro país, y con la que por lo demás comparte no pocas similitudes en su manera de acercarse a un gran acontecimiento histórico. Si en El orden del día narró a través de una serie de estampas con pinceladas impresionistas los entresijos del Anschluss –la anexión de Austria por parte de la Alemania nazi– y el ascenso de Hitler al poder así como la simpatía de los grandes industriales que sin el menor reparo moral –por no decir encantados– aportaron montañas de dinero para la causa –grosso modo, todas las empresas alemanas que hoy siguen en la cúspide de la pirámide económica europea–, en 14 de julio el autor propone una vívida recreación de la jornada de la toma de la Bastilla en 1789.

Dice Vuillard, que este jueves presentó la novela en la Fundación Tres Culturas, y horas antes mantuvo un encuentro con la prensa, que sobre todo quería, al escribirla, mostrar "la fragilidad de la vida" y "la verdad de los eventos políticos" más allá de las allá de "la comedia, en el sentido teatral", con que suele presentarse a sí mismo el poder ante las multitudes para las que dice gobernar este (des)orden establecido. Así, en presente, porque Vuillard sostiene, con toda lógica, que volver la mirada al pasado para rescatar un hecho significativo y contarlo de nuevo, entraña, siempre, una mirada sobre el presente. Y el presente, no desvelaremos ningún secreto, está turbio, confuso y agitado.

"Era cuestión de tiempo que estallara el descontento actual: la representatividad de la democracia ha fallado"

"Desde 2008 es muy evidente en todas partes, en el mundo árabe, en Estados Unidos, por supuesto en Europa, el pueblo se está buscando a sí mismo. En muchos lugares ha habido revueltas y en todos, yo diría que sin excepción, se está pidiendo en última instancia lo mismo: una redefinición de la democracia parlamentaria, cuyos procedimientos son a veces insolidarios y claramente disfuncionales. Y parte de ese fracaso de la representatividad tiene que ver con el hecho de que los Parlamentos no representan en absoluto la sociología de sus poblaciones, y la desproporción va a favor siempre del mismo sentido, que nunca es el de los trabajadores. En un panorama así, con una desigualdad tremenda que afectan incluso a gente con buena formación, era cuestión de tiempo que el descontento estallara por doquier", reflexiona.

A la luz de este malestar actual, y de la certeza de que "todo poder, el del Antiguo Régimen por supuesto, pero también el de naturaleza democrática, nos enseña a temer la rebeldía", Vuillard quiso remontarse hasta aquel otro que tuvo su epicentro en el París en 1789. "El 14 de julio –dice el autor– se vio por primera entrar al pueblo en la escena de la Historia". Y no sólo eso, añade: esa "primera gran revuelta popular", además de dejar "una huella" y de "abrir una secuencia que modificaría la historia política", suscitó una "simpatía universal". Y lo que siempre se preguntaba Vuillard en relación con estos hechos, los que desembocaron en la toma de la Bastilla y la toma misma, era por qué se contaban siempre desde el punto de vista de grandes personajes que en realidad nunca estuvieron allí, en lugar de darle su lugar a los verdaderos protagonistas.

A ello se puso el autor, que en breves capítulos de prosa sincopada y trufada de arrebatos líricos, con un ritmo ágil y veloz casi de montaje cinematográfico, narra aquellas horas frenéticas mostrando tomas panorámicas de la gran ciudad y su apéndice versallesco, que sirven para ubicar y hacer vertiginosos zooms sobre figuras particulares, protagonistas desconocidos, personas corrientes a las que retrata en veloces "microrrelatos" que las sacan del anonimato, les dan espesor y dignidad humanas y, finalmente, las convierten en agentes de la "compleja historia colectiva" que es toda democracia.

"El fenómeno de los 'chalecos amarillos' es confuso, pero lo cierto todos los movimientos políticos son impuros"

Todo ello, precisa, "sin inventar nada, ni hechos ni nombres". "Todo proviene de la investigación concienzuda en los archivos", explica el escritor, que pasó meses consultando las notas personales que escribieron días después muchas de las personas que participaron en el asedio a la Bastilla, listados oficiales (por ejemplo el de vainqueurs de la Bastille, los vencedores de la Bastilla, donde encontró hasta "950 nombres de personas con datos como sus oficios, esposas, lugar de residencia, etcétera"), informes de comisarios, "que eran policías pero también hacían las veces de notario", o memorias publicadas 20 o 30 años después por personas que participaron en el 14 de julio, desde los que llegarían a hacer carrera en el Ejército a los que, maltrechos por las heridas sufridas, malvivieron durante el resto de sus días en muchos casos incluso peor que antes .

Casualmente, 14 de julio, un canto épico a la fuerza del pueblo unido, a veces una incitación en toda regla –"Deberíamos, cuando se nos encoge el corazón, cuando el orden nos envenena, cuando el desasosiego nos asfixia, forzar las puertas de nuestro Elíseos irrisorios", se lee en su final–, aparece en pleno fragor de la revuelta de los chalecos amarillos en las calles parisinas.

"A lo mejor esa casualidad es sólo aparente. Esto llevaba años en el ambiente –afirma–. Es cierto que el fenómeno es confuso, pero cualquier movimiento político es impuro. En la Bastilla había gente con opiniones diferentes y para muchos, seguro, la idea misma de la República no era el horizonte de su lucha. Siempre fue así, cada uno protesta por lo suyo, desde su realidad. Cuando estudiaba Derecho y Ciencias Políticas me decían siempre que la Historia había muerto. Que ya no se podía ir más allá, como si fuera escandaloso exigir más igualdad o más derechos. Y yo, ante debates como éste de los chalecos amarillos, o ante las muchas revueltas que se han dado en los últimos años en todas partes, siempre me acuerdo de aquel relato de Poe, La carta robada. Todo el mundo se estaba volviendo loco buscando la carta, pero ésta no aparecía... y la encuentra Dupin en un escritorio: había estado allí todo el tiempo, a la vista de todos. Con los motivos del malestar pasa lo mismo, ¿no? Ahí están. Todos, en realidad, los podemos ver”.

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