Alba Molina | crítica
No lo es ni pretende serlo
Luna Miguel | Escritora
María Emilia Cornejo, Rosario Ferré, Elena Garro, Alcira Soust o Pita Amor también formaron parte del denominado boom latinoamericanoboom, pero las situaron en el lado oscuro, lejos de los focos, sus nombres y trayectorias fueron invisibilizadas durante décadas. La escritora Luna Miguel recupera en El coloquio de las perras, un libro con ilustraciones de Paula Bonet Paula Bonetque edita Capitán Swing, a una serie de autoras, con producciones subterráneas, en gran medida, que no tuvieron la opción de ocupar el lugar que literaria y socialmente merecían.
Valiéndose del título de una obra de las autoras reseñadas, la puertorriqueña Rosario Ferré, Luna Miguel combina en El coloquio de las perras la indignación, la admiración, la emoción y el análisis para acercarnos a estas autoras que tuvieron que sobreponerse a multitud de adversidades, tanto públicas como privadas, para seguir desarrollando su faceta creativa. Ni con estas escritoras, ni con las que pertenecieron a la Generación del 27, el ámbito literario fue una excepción y reprodujo con similar crudeza e insistencia la desigualdad que han padecido las mujeres a lo largo de la Historia.
–Reparación, pedagogía, homenaje, recuperación, memoria… ¿qué le empujó a escribir este libro?
–Pues un poco de todo, la verdad. También rabia. Y necesidad, como autora, de conectar escritoras del pasado con escritoras y escritores del presente, con una especial sensibilidad, que tienen también un camino que recorrer y que se encontrarán, por desgracia, con muchas de las circunstancias que yo misma me he encontrado. Quería volver la mirada a las mujeres de las anteriores generaciones, mujeres como las que retrato, que padecieron esas circunstancias de una manera brutal. En cierto modo, este libro pretende tender puentes entre generaciones.
–Leyendo su libro, vienen a la memoria los publicados por Jairo García Jaramillo (Memoria contra el olvido/La mitad ignorada) y por José Luis Ferris (Palabras contra el olvido). Hay muchas similitudes, tanto personales como literarias, entre las autoras de la Generación del 27 y las del boom.
–Cito con frecuencia a las Sinsombrero en este libro, porque las podemos considerar como el pistoletazo de salida, al menos desde un punto de vista mediático, de la recuperación de escritoras olvidadas. Hay una gran similitud entre ambas. Porque para estas mujeres, aunque fueran respetadas por sus compañeros o parejas, en algunos casos, su simple posicionamiento, su activismo, las condenó al veto.
–Con el reciente fallecimiento de Harold Bloom, se ha vuelto a hablar del canon literario. ¿Con respecto a la presencia de mujeres, tal vez podemos hablar de un "canon tuerto"?
–En el canon ha habido mujeres, podemos citar a Virginia Woolf, por ejemplo, pero hablamos de "mujeres tolerables". Es decir, toleramos a una, porque es grandiosa y hasta tiene sus libros sobre feminismo, y así dejamos que entre alguien con la palabra encendida, pero toleramos a una, toleramos a dos, en el mejor de los casos. No vamos a dejar que entren más. A mí me da la impresión que en ese canon tuerto había una cierta inteligencia por parte de lo que denomino el "escritor macho", que es aquel que dicta sentencia, sobre lo que debe o no debe ser literatura. Recordemos la célebre columna de Javier Marías, donde dice que no hay que leer a Gloria Fuertes, pero, sin embargo, da una lista de mujeres a las que sí hay que leer. Dentro del desprecio, hay una inteligencia, malvada y malintencionada, ya que te señalan las mujeres que debes leer. Hablamos entonces de un canon tuerto y con muy mala intención.
–¿Dónde debemos situar la culpa: editoriales, autores, crítica, quiénes fueron los responsables de que estas autoras no contaran con el debido reconocimiento, en su momento?
–Yo creo que es una suma de todo, la sociedad era machista, lo sigue siendo, y por tanto lo era el ámbito literario. En ese tiempo era difícil que se produjeran ciertos movimientos. Pero, en cualquier caso, había autores que estaban machacando directamente a sus parejas. El de Elena Garro (pareja de Octavio Paz) tal vez sea uno de los casos más escalofriantes, porque hay una violencia tremenda. Había autores, como el caso del propio Paz, con la capacidad de poder decir lo que estaba bien y lo que estaba mal. Y aunque tuvo buenas acciones, recordemos que es quien ayuda a Alejandra Pizarnik a instalarse en París, también cometió muy malas acciones, amparado en ese poder que comentaba, y que utilizó, por ejemplo, para desprestigiar a la que había sido su pareja.
–En la sociedad actual, muchas mujeres no sienten la desigualdad hasta que no abandonan el ámbito educativo o familiar y se incorporan al laboral. ¿Cómo fue en su caso?
–Venía de una familia que me lo había dado todo. Mi madre era editora, mi padre es profesor de literatura, hasta que no llegué al ámbito laboral no sentí que el trato fuera desigual. En el mundo del periodismo me encontré con algunas situaciones que me hicieron pensar qué es esto, cuál es mi papel ahora, cuál camino debo tomar, ser también una cabrona y tratar como me están tratando o tirar por un lado contrario, que, por supuesto, es el lado difícil. Y, como autora, cuando vas a festivales literarios y ves cómo acosan a tus compañeras, comienzas a darte cuenta de muchas cosas que no te gustan. Llegó un momento en el que percibí que tenía que hacer algo, para no quedar yo también machacada. Hablo de tomar conciencia, de sororidad con mis compañeras, que es algo que deberían aprender algunos escritores hombres. Y también de recuperar a las clásicas, y no sólo a los clásicos, que no siempre es fácil, porque todavía es muy difícil encontrar ediciones dignas. Creo que este libro, sumado al entusiasmo de Capitan Swing, es fruto de ese proceso.
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