"Antes no sabía conceder un valor literario a la felicidad"
Hasier Larretxea. Poeta
El poeta navarro Hasier Larretxea publica con Pre-Textos 'Quién diría, qué...', en el que el autor se encamina hacia un territorio más luminoso
Los amigos que se fueron a vivir a otro país y pese a ello se recuerdan con cercanía, o aquellos con los que se bebe cerveza "de la misma manera / que se sorben los días sin límite" y se entonan canciones en un viaje memorable; el amor junto al que se construyen "los cimientos de un hogar / que es un nuevo dialecto"; la conquista de quien tras un largo camino descubre que la vida no ha de ser "condena, / tortura, ni salmo apesadumbrado". Hasier Larretxea, que hasta ahora, en obras como Niebla fronteriza o De un nuevo paisaje, ahondaba en las raíces y los fantasmas del pasado afina ahora el oído y celebra las voces del presente. "La felicidad era esto", sentencia en uno de los primeros poemas de Quién diría, qué... (Pre-Textos), una obra en la que su autor hace inventario de esos momentos aparentemente livianos –comer unos noodles, asistir a un concierto, pasear entre caminos de piedra– que van conformando un patrimonio inestimable. "La felicidad es la fortaleza / de la gente anónima que nos enseña cada día / desde la sonrisa, / desde la palabra generosa / a contemplar y atestiguar / la razón de nuestra existencia", concluye en un poema en el que enumera los motivos para la dicha.
"Quién diría que aprenderíamos / a sonreírle a la primavera", asegura el poeta en sus versos, un asombro que traslada a su charla. "Me siento raro con este libro, me inspira un sentimiento de extrañeza, porque estoy en otro lugar, ofrezco otra cosa", reconoce el navarro sobre el cambio de mirada que ha experimentado. "Muchos poemas luminosos que están aquí habrían sido descartados en otras obras mías, habrían desentonado en el conjunto", señala. Pero el creador sentía que "a medida que me acercaba a los 40" [los cumplirá en dos años] crecía en él la necesidad de "presentarme desde esta postura, hacer un recuento y contabilizar vivencias compartidas, desde una perspectiva calmada". Una voluntad que deja atrás "las referencias constantes al lugar de origen y al pasado, aquello que me ha construido pero también de lo que me he tenido que liberar. De broma me decían que dejara de escribir de cruces, de vacas y de cencerros, y parece que lo he tenido en cuenta", explica.
Larretxea admite que, "tristemente, antes no concebía plasmar en un poema un día en el Primavera Sound, por ejemplo. Era poco justo con lo que vivía, con mi entorno y conmigo mismo, no concedía valor literario a la felicidad y me escondía detrás de los símbolos, de la genealogía familiar, de las turbulencias de lo rural", considera. "Pero ha habido un proceso personal, de escritura, de hacer las paces con el pasado, que tal vez me haya permitido llegar hasta aquí".
No se engaña Larretxea: la vida "es pugna, / es lucha", pero, reivindica, también "nos es concedida / como un ramo de flores silvestres / por olisquear". El libro se abre con una cita de Golgona Anghel, "despertamos temprano / pero llegamos tan tarde a nosotros mismos", pero no obstante Quién diría, qué... es la historia de un hombre que sabe ya quién es, que ha llegado a sí mismo, y no se teme. Que aspira, como dicen unos versos que dedicó a su pareja, el diseñador, músico y poeta Zuri Negrín, el día de su boda, a "la felicidad del sosiego". Que define la existencia como "la mano tendida. La arruga. / La duda. El reencuentro. La madurez / que otorga el talante reflexivo".
Una serena lucidez que impregna también el estilo de estos nuevos poemas. "Quizás mi obra fuera antes más opaca, sí", aprecia. "No me estoy escondiendo, y por eso la escritura fluye de otro modo. Muchos pasajes tienen algo de postal, de instantánea, un componente más tangible", opina sobre un libro que en otros capítulos reserva un conmovedor homenaje a su madre –"las manos alargadas de las madres / abrigan los pechos descubiertos por las inclemencias"– y un enfoque "más cívico" en el que afloran "temas que me interesan como las identidades, la construcción de los territorios, el devenir de este mundo".
En unos versos del libro, Larretxea valora "la humildad que dispone quien, alejado de los focos / construye su discurso", una descripción que encaja con su trayectoria, tan sólida como discreta. "Pienso y me pregunto mucho sobre eso, si debería aparecer más en los medios, si debería hacer tal cosa... No me siento cómodo, por mi carácter sosegado, con los eventos literarios... Y a veces veo cómo la exposición que tienen algunos en las redes no juega precisamente a favor de su obra. No sé muy bien cómo hay que actuar en ese sentido", confiesa.
Larretxea, no obstante, se exhibe con una dolorosa autenticidad en un espectáculo que en principio protagonizaba junto a su padre, Patxi, y al que se incorporaron su madre, Rosario, y su marido Zuri. Una suerte de catarsis en la que el hijo lee textos en euskera y castellano que aluden a las raíces y el progenitor, aizolari reconocido, tala troncos. "La propuesta hace de puente entre dos realidades de las que no reniego", cuenta Larretxea sobre un proyecto que ha acercado a la familia. "Mi padre quería que yo fuera un cortador de troncos de primera línea, un campeón, cuando yo tenía 16 años. No terminé de cortar esos troncos, acabé con las manos ensangrentadas en un frontón donde todos gritaban: Larretxea, Larretxea...", evoca el autor. "Este espectáculo, ir con la furgoneta a Pamplona, a Barcelona o Málaga, ha ayudado a suavizar la rigidez, los silencios que existían entre nosotros. Se juntaban ese perfil de hombre masculino del norte y un hijo poeta y gay... Hasta ahora no habíamos hablado de estas cosas, no nos permitíamos ser nosotros mismos delante del otro, y a todos este encuentro nos ha hecho una limpieza. Es muy emocionante, no sólo por el acercamiento que nos ha traído. También es bonito adentrar a mis padres, que vienen del mundo rural vasco, de las exhibiciones, en nuestro entorno, verlos tomar cervezas con gestores culturales, con personas con las que no coincidirían de otro modo".
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