"Lewis Carroll es un enigma, pero todos los hombres lo somos"
Guillermo Martínez. Escritor.
El argentino regresa a Oxford con 'Los crímenes de Alicia', una intriga con la que recupera "la felicidad de lecturas de adolescencia" y con la que ganó el Premio Nadal
Cuando los miembros de la Hermandad Lewis Carroll proyectan la edición anotada de los diarios del autor de Alicia en el país de las maravillas, una joven investigadora descubre unas líneas que aluden a una página arrancada de estos cuadernos y que trastocarían el enfoque con el que se ha alumbrado la figura del escritor hasta ahora. La especialista, temerosa de que los componentes de la Hermandad le arrebaten el crédito de su hallazgo, decide guardarse para sí el contenido exacto de esa revelación, pero un accidente cambiará sus planes. Los protagonistas de Los crímenes de Oxford regresan con Los crímenes de Alicia (Destino), la intriga, tan erudita como amena, con la que el argentino Guillermo Martínez (Bahía Blanca, 1962) se ha hecho con el Premio Nadal.
–Es abundante la bibliografía que hay sobre Lewis Carroll, pero el escritor sigue siendo un enigma.
–Es parcialmente un enigma, como ocurre con cualquier otra vida humana. En el fondo, no podemos penetrar en el interior de ninguna persona. Él vivió en una época de mucha represión sexual. Su padre era diácono y él tenía un sello eclesiástico. A lo largo de la vida dudó si ordenarse como sacerdote y eso lo perturbó mucho. Tuvo una experiencia muy traumática en la escuela secundaria, en uno de esos colegios ingleses con esas ceremonias de iniciación tan brutales, y no guardaba ningún buen recuerdo de aquel tiempo. Creo que le tocó una adolescencia muy dura de la que nunca se repuso del todo.
–"Era una época diferente, anterior a Freud y a Humbert Humbert", se dice en el libro. En tiempos de Carroll, no resultaban sospechosas las fotografías que tomaba a niñas. Hasta 1950, se apunta en la novela, nadie vio nada turbio en ellas.
–Y en parte está justificado, porque era una actividad que hacía a la luz del día, delante de los padres... Y hay que ver la proporción: él sacó 2.500 fotografías en total y sólo hay ocho sesiones con niños desnudos, que hizo al final de su vida. Pero si hay una zona oscura en la biografía de Carroll habría que rastrearla en esos últimos años, cuando él se sentía un escritor famoso, impune.
–No sólo con Carroll, también a través de otro personaje, el libro se pregunta si puede darse en algunos hombres una atracción por las niñas que no sea sexual, que pueda ser inocente.
–Todos los que somos padres amamos a nuestros hijos sin ninguna segunda intención. Yo no puedo descartar que fotógrafos o fotógrafas quieran retratar a mi hija simplemente porque les parece encantadora la niñez, les parece maravilloso poder registrar en una imagen esa inocencia, lo resplandeciente de la infancia. Es un tema muy complicado.
–Aquí retoma al profesor Seldom y a su discípulo, los protagonistas de Los crímenes de Oxford. ¿Tenía nostalgia de los personajes? ¿Albergaba desde el principio la idea de hacer una serie con ellos?
–No lo pensaba, pero coincidió que el hallazgo real de ese papel sobre Carroll se dio en el 94, un año después de la acción del libro anterior. Y que fuera Carroll un personaje tan representativo del mundo de Oxford me hizo pensar en una nueva historia allí... Me interesa esa contradicción que hay en Seldom, que se refugia en las matemáticas porque en un pizarrón puede borrar lo que hace sin tener consecuencias. Sabe que eso es una superstición pero piensa que cualquier movimiento en el tablero de la vida es irreversible y tendrá consecuencias imprevisibles, a menudo trágicas. Aquí vuelve a ocurrir eso.
–En usted suelen remarcar que es matemático además de escritor, pero demuestra en esta ficción que la literatura y la ciencia tienen mucho en común.
–La matemática es una actividad creativa, cercana a la poesía, a la belleza de las simetrías, tiene una raigambre maravillosa en la filosofía. Pocas cosas hay tan cercanas a lo humanístico como las matemáticas. Me fastidia que me lo recuerden, porque nadie subraya de Eduardo Sacheri, por ejemplo, que es historiador. En mis novelas busco ese costado que interesó a Borges y a tantos otros escritores. No hay que olvidar a todos los grandes que se dedicaban a las ciencias: Coetzee, Stanislaw Lem, Nicanor Parra, Ernesto Sabato.
–Los crímenes de Alicia recuerda a Borges y a Eco, pero también a Agatha Christie, a esas intrigas anglosajonas donde un grupo de sospechosos se reúne en una habitación e intenta resolver unos asesinatos...
–Mi intención era rescatar un género que se considera anticuado, porque volver a eso es un gran desafío para un autor de hoy. Y entró en juego también lo que yo llamo la memoria emotiva, esas lecturas que me daban mucha felicidad en la adolescencia. Escribí con esa felicidad, algo que no me sucede siempre, y espero que los lectores sientan eso. La novela policial es algo muy lúdico, pero también te permite tratar de forma amable temas más sofisticados, filosóficos.
–Usted se disculpa ante el lector porque el Oxford que retrata es una evocación fruto de su "memoria vacilante". ¿Cree que la ciudad habrá cambiado mucho?
–Seguro que es muy parecida porque prácticamente nada cambia en Oxford. La gente muere, los hombres van y vienen, pero todo se mantiene igual en Oxford. Es parte de su encanto.
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