Enrique Morente ya es leyenda
Cinco mil personas desfilan por la capilla ardiente en el teatro Isabel La Católica de Granada en una despedida en la que Estrella le cantó por última vez a su padre · Sus restos reposan ya en el cementerio de San José
Granada era ayer un profundo ¡ay!, un inmenso quejío de dolor contenido y de temblor de corazones. Lo que todo el mundo había visto por televisión, el féretro de Enrique Morente -una imagen imposible para muchos- se hizo realidad poco después de la una de la tarde, cuando el coche fúnebre que trasladaba los restos del cantaor, fallecido el pasado lunes, llegaba a las puertas del teatro Isabel la Católica.
Los tres hijos del cantaor, Estrella, Soleá y José Enrique, estaban completamente destrozados. Sólo la viuda, Aurora Carbonell, mostraba su entereza y su indignación por el hecho de que el equipo médico que trató a Morente en la clínica La Luz haya hecho público que padecía un cáncer de esófago. "Se ha ido como se van los genios, así, ¡de pronto! Ahora entiendo por qué siempre decía mi padre que el tiempo es oro. A él siempre le faltaba tiempo para todo", lloraba Estrella Morente a los suyos.
Más de cinco mil personas pasaron por la capilla ardiente en las tres horas en que ésta estuvo abierta, según fuentes municipales. Rostros desolados, un silencio sobrecogedor y una sensación de pérdida irreversible. Y dolor. Mucho dolor. Fue a las cuatro y media cuando se produjeron los momentos más emotivos. Laura García Lorca, sobrina del poeta, y Luis García Montero subieron al escenario para despedirse de su amigo. "Enrique, qué difícil es despedirme de ti", dijo García Montero. "No es posible verbalizar la muerte", añadió. "Has muerto lleno de vida, de ilusiones, de fuerza". "Nos quedan mil lecciones de humanidad y nos queda tu familia", dijo más tarde. "Trabajar contigo era comprender el amor y el respeto que despertabas entre los tuyos... ¡Qué difícil, Enrique, despedirse de tí!". Laura García Lorca, por su parte, leyó un poema de su padre, Francisco, De pronto, y otro de su tío, Alma ausente en Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías.
Fue entonces cuando Estrella Morente se levantó y, sin otra arma que su voz desnuda, cantó Habanera imposible: "Granada, no tengas pena de que el mar sea tan inmenso...". El público estalló en aplausos y oles mientras Estrella se abrazaba al ataúd de su padre. Luego lo hacía toda la familia: Aurora Carbonell, su madre, los tres hijos de Morente, Javier Conde... Era un momento de desgarro profundo, de una terrible hondura, de una tragedia cósmica. Era el momento en que comenzaban a darse cuenta de que el padre, el gran patriarca del Albaicín, había muerto de verdad y para siempre.
Después, un juego de sol y lunas se reflejó sobre el ataúd de Enrique Morente momentos antes de que fuese depositado en una tumba en tierra en el cementerio de San José de Granada. La luz de las seis de la tarde hizo que coincidieran la puesta del sol sobre los cipreses mientras la luna hacía acto de presencia. Morente habría sonreído con ello.
Juan José Cortés, el padre de la pequeña Mariluz asesinada en Huelva, dedicó, en su condición de pastor evangelista, una oración religiosa al cantaor cuando el féretro fue depositado en la tumba.
El sol se fue poniendo suavemente en el cementerio y el frío caló hasta los huesos de todos los presentes. Poco a poco, la lápida aún sin el nombre del cantaor fue poblándose de ramos de flores y de poemas. Los amigos y vecinos del cantaor empezaron a despedirse y a certificar, ahora ya sí, que Enrique Morente ha muerto para siempre y que su corazón reposa ya junto a la Alhambra, aquel monumento que tanto soñó.
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