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Crítica 'Desafío total (Total Recall)'
Desafío total (Total Recall). Ciencia-ficción/acción, EEUU, 2012, 118 min. Dirección: Len Wiseman. Guión: James Vanderbilt, Mark Bomback, Kurt Wimmer. Fotografía: Paul Cameron. Música: Harry Gregson-Williams. Intérpretes: Colin Farrell, Kate Beckinsale, Bryan Cranston, Jessica Biel, Bill Nighy, Ethan Hawke.
El mundo asqueroso, degradado y posapocalíptico. Ciudades bárbaramente tecnológicas de vago aire oriental en las que siempre llueve y es de noche, cuyas calles están abarrotadas por una multitud errática que vagabundea entre tienduchas repugnantes y atracciones degradantes. El mundo de Blade Runner, vaya: ustedes ya lo conocen. Un mundo tan insufrible que la huida de él a través de recuerdos y sueños inducidos es un buen negocio. Pero esto también lo saben ustedes, porque se trata de un remake de la película del mismo título que el muy desigual y a veces interesante Paul Verhoeven realizó en 1990.
¿Se trata de un retorno inútil? Sí y no. Sí porque los guionistas deberían estrujarse más el cerebro para inventar historias nuevas. O, para ser más exactos, nuevas variaciones sobre las historias que los humanos venimos contándonos desde que los anónimos redactores de Gilgamesh, el Libro de los Muertos o la Biblia, y el padre Homero, crearon las matrices de todos los relatos. Pero tampoco, a priori, es un retorno inútil por basarse en un extraordinario relato (Podemos recordar por usted al por mayor) publicado en 1966 por el gran Philip K. Dick (1928-1982), en una de cuyas obras se basó también Blade Runner, al que la versión de Verhoeven no hizo justicia.
La importancia del texto permitiría hablar de la nueva lectura de un clásico, en vez de un remake. Pero esto exige respeto al texto original y talento. De lo contrario se pierde la conexión con el texto y se incurre en la explotación comercial de una adaptación anterior, lo que nos conduciría al terreno del remake. Este es el caso, por desgracia, de esta versión del texto de Dick, inferior a la de Verhoeven, remake -y malo- en vez de interpretación.
Un comienzo aparentemente serio, pese al exceso escenográfico bladerunnerista con añadidos de Minority Report, es pronto desmentido por la exageración coreográfico-karateca de las peleas, la desmesura -en duración y efectos- de las persecuciones y luchas, la aplastante vulgaridad de la música de Harry Gregson-Williams (qué abismo con respecto a la partitura de Jerry Goldsmith para la película de Verhoeven) y hasta los intentos de exprimir la saga Bourne. Y todo toma el camino del remake.
La historia del agente secreto con la memoria borrada y la personalidad reconstruida que recupera su identidad, y con ella la voluntad de luchar contra una tiranía mundial, se convierte en otro técnicamente sofisticado, ruidoso y groseramente espectacular videojuego para pantalla grande. Tampoco es una sorpresa: a su realizador se deben cositas como Underworld o La jungla de cristal 4. Poner el material de Ph. K. Dick en sus manos era darle un Stradivarius a un mono loco.
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