Emilio Beauchy, el pionero de los reporteros gráficos
Testimonios de la Sevilla del XIX
Un libro y una exposición rescatan a uno de los primeros fotoperiodistas españoles, quien dio testimonio con su cámara de los principales acontecimientos de Sevilla a finales del siglo XIX
Sevilla/Los que saben dicen que Emilio Beauchy Cano (1847-1928) estuvo entre los primeros fotógrafos de prensa en España. Fue un sevillano de raíz francesa con el ojo hecho a todo lo que de novedad había en lo cotidiano. Ganó fama como autor de retratos familiares y de tipos populares, pero acabó por convertirse en el principal cronista de la ciudad desde que decidió salir a la calle con una cámara. A través de sus córneas dejó testimonio de todo lo relevante en la ciudad, desde el desplome del cimborrio de la Catedral en 1888 a la riada de 1892, desde el traslado de los restos de Colón al entierro de Espartero; también, claro, las fiestas: la Semana Santa, la Feria…
Toda su producción se pone ahora en claro en el libro Sevilla. Objetivo fotográfico de Emilio Beauchy (Editorial Universidad de Sevilla), fruto del proyecto de investigación Identidad y construcción cultural de Andalucía: arte y turismo (1839-1939). "Está considerado como uno de los primeros fotoperiodistas españoles, siendo un extraordinario cronista de Sevilla. Sus fotografías acompañan informaciones escuetas sobre episodios anuales como la Feria o la romería del Rocío, y cubriendo otras como reportero cuando se trató de documentar, por ejemplo, hechos como la inauguración del monumento a Daoíz", relata el profesor de la Hispalense, Luis Méndez Rodríguez.
De la procedencia de este fotógrafo da pistas el apellido, que viene a ser el más breve de los relatos de Historia. El suyo mantiene, además, una narración que no se agota del todo. Emilio Beauchy lleva uno de origen francés, enganchado a la aventura de su padre, Jules Beauchy Perou (c. 1815- c. 1883), natural de la localidad de Esquennoy, a noventa kilómetros de París, quien recaló hacia 1839 en Sevilla para abrir en el número 102 de la calle Sierpes un bazar de productos vinculados a las Bellas Artes. Ofrecía allí desde marcos y espejos y biselados hasta litografías, tintas, plumas y papeles, así como perfumes y navajas dobles de afeitar.
En aquel comercio, Jules (Julio) Beauchy introdujo un gabinete fotográfico a comienzos de la década de 1850 bajo el remate publicitario de Fotografía francesa, dedicándose principalmente al retrato de la burguesía y la aristocracia. Su hijo Emilio aprendió allí bien pronto un oficio que ejercería ya desde 1865, con apenas dieciocho años. A partir de ese momento, su producción fue heterogénea, abarcando numerosos temas que iban desde el retrato de la tradición familiar de su progenitor, en la que se convirtió en un consumado experto, hasta la confección de un amplio catálogo de vistas de Sevilla, reclamo para los viajeros que hacían parada en la ciudad.
Su derrape hacia la fotografía periodística habría que achacarlo al auge de la prensa ilustrada en el último cuarto del siglo XIX y a su vinculación con el grupo de profesionales que encabezó en Sevilla el pintor y profesor de Bellas Artes Ramiro Franco para nutrir de imágenes de sucesos a las editoriales. Así, con él colaboró para el más acreditado de los semanarios gráficos de la época, La Ilustración Española y Americana, al que sumó, una vez asentado prestigio, otros como La Ilustración, de Barcelona, y las publicaciones de temática taurina Pan y toros y Sol y sombra, ambas editadas en Madrid.
En opinión de Méndez, sus trabajos para La Ilustración Española y Americana ya presentan "las características de un fotógrafo moderno". En este sentido, él acudía al lugar de los hechos, tomaba las imágenes, revelaba las tomas y las enviaba para su rápida publicación por ferrocarril. Como ejemplo de este proceso, sus publicaciones solían destacarse con la etiqueta de "fotografías directas" y a él se le solía citar, en un alarde de distinción, como "don Emilio Beauchy". Posteriormente, sus fotografías eran editadas mediante el grabado xilográfico y, sobre todo, por su impresión a la fototipia que comenzó a usarse por aquellos años.
Una de sus primeras colaboraciones apareció el 30 de mayo de 1885 en La Ilustración Española y Americana. Se trata un grabado sacado a partir de una fotografía de su autoría que fija el regreso de una hermandad a la conclusión de la romería del Rocío. También se hizo habitual en la plaza de toros de la Maestranza, retratando por primera vez la lidia desde el callejón, aunque, sin duda, una de las instantáneas que alcanzó mayor difusión internacional fue la que tomó del derrumbamiento del cimborrio de la Catedral el 1 de agosto de 1888. "Para los suscriptores de la publicación, Sevilla eran las imágenes que Emilio Beauchy enviaba", señalan los responsables de la investigación.
Entre sus virtudes está, sin duda, saber diferenciar en sus trabajos lo importante de lo anecdótico, algo que él va a dominar, a tiempo real, justo cuando se está creando el lenguaje de la fotografía de prensa. Así, para ilustrar la riada del Guadalquivir en marzo de 1892, opta por situarse en la margen izquierda del río y fijar la llegada del agua a las casas de la calle Betis. Otras veces muestra la relevancia de las multitudes y las dimensiones de los espacios públicos, como hace en el entierro de Manuel García Cuesta, El Espartero, donde capta el paso de la comitiva por la calle Trajano y la capilla fúnebre del torero en el cementerio de San Fernando. Algunas de sus imágenes colgaron de las paredes del Centro de la Documentación de la Imagen de Santander a finales del año pasado. Ahora hay contactos para que próximamente puedan verse en Sevilla.
El fotógrafo, quien retrató a las cigarreras, fijó la actividad de los cafés-cantantes y plasmó los cortejos de Semana Santa –bien en su transcurrir por la carrera oficial en la plaza de San Francisco, bien en mitad de la calle, con el paso detenido–, debió dejar su actividad hacia 1908, sustituyéndole su hijo Julio, llamado así en honor de su abuelo y único fruto de su matrimonio con María de la O García Palacios. Los últimos años de su vida los pasó entre Sevilla y Utrera, con residencia en la calle San Fernando número 15 de la capital. Durante una de sus estancias en la localidad sevillana, donde vivía su hijo en una de las plazas principales, falleció en 1928.
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