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Tenacidad y cálculo

El eco de la piel | Crítica

Elia Barceló publica 'El eco de la piel', una suerte de versión femenina de 'Ciudadano Kane' que narra la historia de una exitosa empresaria del calzado que hizo su fortuna en la posguerra española

La escritora Elia Barceló (Alicante, 1957). / Pau Sanclemente
Luis Manuel Ruiz

19 de mayo 2019 - 06:30

La ficha

'El eco de la piel'. Elia Barceló. Roca Editorial. Barcelona, 2019. 400 páginas. 20 euros

Antes de ahora, Elia Barceló (Alicante, 1957) se dedicó a la ciencia ficción (incluso llegó a ser honrada con el título de Gran Dama de lo mismo en la literatura española) y produjo una serie de obras muy sobresalientes que ocupan puestos de valor en el canon del género en nuestro idioma. Su carrera vale un poco como lección o moraleja: interesada desde sus comienzos en la temática fantástica, alimentada del pulp y la cultura audiovisual, amén de otras influencias más sesudas y librescas, la necesidad de sobrevivir en el medio editorial la obligó, después de publicar un par de volúmenes de ambientación galáctica o esotérica, a internarse en el mercado juvenil, ese refugio inveterado de los escritores de imaginación en nuestro suelo. Y fue ahí donde Barceló se labró un nombre a fuerza de trabajo y constancia, produciendo, sobre todo para la casa Edebé, casi una novela o libro de cuentos por año, hasta su consagración final en las estanterías de oro de la literatura adulta.

Entre los ejemplos más memorables de su producción previa han de citarse las narraciones, entre el realismo fantástico y el suspense histórico, que produjo en la década de 2000 para la editorial Lengua de Trapo y que, sin lugar a dudas, constituyen el cénit de su arte. Merecen ser nombradas El vuelo del hipogrifo (2002), intriga de manuscritos, historia del arte y secretos arcanos que sigue la estela de Pérez-Reverte y anuncia las conmociones leonardianas de Dan Brown, y, sobre todo, El secreto del orfebre (2003), una fábula sobre viajes en el tiempo, encuadrada en la mítica ciudad de Umbría, compuesta con las cantidades justas de autoconfesión, romanticismo y magia como para devenir de inmediato, como hizo, en uno de los clásicos del género fantástico en este lado del castellano. De su etapa juvenil, baste mencionar Cordeluna, que ganó el Premio Edebé en 2007, ejercicio de medievalismo filtrado por las revisiones más modernas de la época (así, el feminismo) y que afianzó su crédito entre los lectores recién llegados.

De gran parte de lo anterior se colegirá que Elia Barceló es una persona inteligente. Resulta obvio que su visión del oficio de escritor se halla alejada se mistificaciones tontas y que la anima la convicción, refrendada por los hechos, de que lo único necesario para convertirse en autor, más, en autor de éxito, es tenacidad y cálculo. De ambas virtudes ella ha dado muestras sobradas a lo largo de su recorrido: pues, siempre que por temperamento o estilo sus preferencias la escoraban del lado de lo maravilloso (magia o ciencia ficción, géneros ambos tradicionalmente ninguneados por crítica y público en España), sabía reponerse dando un paso adelante con temáticas preferidas por el mercado, al que ha sabido escuchar sin rebajarse. Es a través de ese camino, sinuoso pero sembrado de victorias patentes, como ha llegado hasta la editorial Roca y su golpe de timbal de hace un par de años, El color del silencio.

Ahora, algunos datos sociológicos. Sabemos que el porcentaje de lectores merma en nuestro país de manera dramática a cada año que pasa, y que los grandes sellos, aunque la tormenta del libro electrónico parezca haber pasado de largo, se atreven a tiradas cada vez menores y de menor cantidad de títulos. La aldea gala que resiste incólume el empuje del invasor parece hallarse en una estrecha franja de la población, geométricamente definida por coordenadas de edad y sexo: las que mantienen el pulso de la lectura en España, las que mantienen las ventas de libros (físicos) en España son mujeres, generalmente trabajadoras, de nivel cultural medio o alto, entre la treintena y la sesentena.

Portada del libro.

Es inevitable pensar, por tanto, que a la literatura que busque una sintonía con dicha franja ha de aguardarle el triunfo que acarician los editores, tal y como de hecho ha sucedido. El tiempo entre costuras (2009), de María Dueñas, inauguró toda una escuela en nuestras letras: una historia escrita por una mujer sobre otra mujer, una heroína que busca su lugar en un mundo de hombres, escenificada en un pasado de represión y escenarios en sepia, un homenaje a aquellas pioneras obligadas al silencio que pusieron las semillas de las libertades femeninas del porvenir. El cóctel, servido con generosos sorbos de folletín y memorialismo, golpeó como un seísmo las estadísticas de ventas y provocó una serie de secuelas que se prolonga hasta el día de hoy: basta con asomarse a las recientes publicaciones de autoras como Care Santos, Sonsoles Ónega, Luz Gabás, Vanessa Monfort, Julia Navarro y muchísimas más.

A las que ahora se ha sumado Elia Barceló. En la estela de su aclamada El color del silencio, la autora alicantina elige como protagonista a una exitosa empresaria de otros tiempos, Ofelia Arráez, que hizo su fortuna en el negocio del calzado durante la España de la posguerra. Mujer de largos alcances, inflexible con sus subordinados, dirigió su empresa con mano de hierro hasta convertirla en una de las más prósperas del ramo en el mercado internacional. Pero, naturalmente, no todo en su existencia fue tan brillante como parece a simple vista.

De ello va a darse cuenta enseguida Sandra, historiadora en paro pese a su sobrecarga de másters y cualificaciones en el extranjero, cuando reciba el encargo de redactar su biografía y tenga que empezar a lidiar con detalles opacos de su pasado y las extrañas resistencias de Luis, su heredero, y de otros comparsas con que se va cruzando a lo largo de sus pesquisas. Organizada de modo documental, con diversas entradas (diarios, reflexiones, sueltos de prensa) que se van superponiendo en el transcurso de la acción, esta versión femenina de Ciudadano Kane sirve a Barceló para reflexionar sobre la parcialidad inherente a toda Historia con mayúscula, y la necesidad de ejercer la arqueología en busca de una visión más poliédrica y completa de lo que debería ser la verdad, si es que hay tal cosa. En resumen: una muestra más de la inteligencia narrativa de Elia Barceló que sabrá satisfacer sin ninguna duda al público al que va destinada.

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