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Elegía berlinesa

Novela de formación a la manera de Mann pero también de misterio, 'Un asesinato que todos cometemos' está atravesada por el sentimiento, tan europeo, de 'fin de época'.

Manuel Gregorio González

02 de noviembre 2011 - 05:00

Un asesinato que todos cometemos. Heimito von Doderer. Trad. Adan Kovacsics. Acantilado. Barcelona, 2011. 448 págs. 25 euros.

Quizá lo más característico de esta novela de Von Doderer sea el componente de irrealidad, de viva extrañeza, con el que se dirige su protagonista hacia un final aciago. Si bien es cierto que Un asesinato que todos cometemos es, en buena parte, una novela de formación a la manera de Mann y La montaña mágica, también lo es que guarda la estructura, tejida con escrúpulo, de una novela policial o de misterio. En este sentido, Un asesinato que todos cometemos recuerda, tanto por su carácter de enigma a resolver como por el fatídico onirismo en el que parece sostenerse, a El Golem de Gustav Meyrink y El Maestro del Mal de Leo Perutz. Ahora bien, policíaca o de formación, la novela de Von Doderer descansa sobre dos ausencias determinantes: una total ausencia de política, contraria por completo a la novelística de Mann, y una quiebra de la realidad, de su verosimilitud y corpulencia, que conduce a los personajes hacia el abismo.

Magris ha señalado, refiriéndose a Von Doderer, esta carencia de lo político (en la Europa de los 30), como una forma de obviar sus viejas simpatías nacionalsocialistas; a lo cual se añadiría el ideario conservador de Von Doderer, que pretende rescatar, no la actualidad vertiginosa en la que se escribe la novela (1938), sino aquel vasto equilibrio, de virtudes burguesas y fragilidad probada, que fue el imperio austrohúngaro. A esta idealización del pasado reciente, desintegrado por la Gran Guerra, concurrieron no sólo Von Doderer, sino también otros muchos autores (Roth, Mann, Von Hofmannsthal, Kafka, Zweig, Arthur Schnitzler, Marcel Proust, Oswald Spengler, el propio Freud), cuya obra refleja tanto el inusitado esplendor intelectual de una época, como la estupefacción que produjo su derrumbe. En todos ellos está, de algún modo, la nostalgia; como antes estuvo la conciencia de un agotamiento, de un fin de época, que tiñe de irrealidad cuanto se ofrece a los ojos. Así, esta novela ciertamente sonámbula de Von Doderer, no hace sino aplicar aquel desprestigio de los signos, de la vida, de la realidad diurna, que postula la Carta de Lord Chandos de Von Hofmannsthal, aparecida en 1902, y donde el idioma se mostraba insuficiente para desvelar la secreta palpitación del mundo. Esto ya había ocurrido en el XVI (la conciencia de una ineficacia literaria y vital), cuando Hernán Cortés escribe a Carlos V sobre la insuficiencia del castellano peninsular para describir la magnitud y el esplendor de aquellas tierras. Doblado el siglo XIX, sin embargo, y en vísperas de la carnicería europea, aquella generación volverá a sentir ese doble vacío, primicia de una civilización en declive: el vacío del idioma y la oscura ajenidad circundante.

Cuando Conrad Castiletz, protagonista de Un asesinato que todos cometemos, inicie la investigación contenida en estas páginas, lo hará llevado por una fuerza amorfa, indeterminada, en cualquier caso irracional, que habrá de presentarse, finalmente, con el carácter y la virulencia del Destino. No es, por tanto, la lógica inductiva, la obligación de resolver un crimen, lo que mueve a Castiletz a desvelar el asesinato de su cuñada; es una pulsión obsesiva, un comportamiento inexplicable, cuya necesidad se conocerá en las últimas páginas. Quiere esto decir que tanto el origen como el proceso tienen como fundamento una realidad enigmática, una naturaleza especular, cuyos designios últimos desconocemos. Y es en esta cualidad nebulosa de los hechos, emboscados tras la aparente diafanidad del mundo, la que permitirá a Castiletz encontrarse finalmente consigo mismo. El precio, obviamente, será una suerte de redención por el dolor y el oprobio. Así, si antes dijimos que Un asesinato que todos cometemos era una novela de formación a la manera de Mann y La montaña mágica, habremos de rectificar acudiendo al ejemplo de Muerte en Venecia. Como Aschenbach, Castiletz descubrirá en la hermosura una variante de lo imposible; Como Aschenbach, conocerá la soledad y la injuria; tras su investigación, Catiletz conocerá la verdad y su ridícula grandeza.

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