Edgar Allan Poe, una vida en la oscuridad
Se cumplen 200 años del nacimiento del escritor, precursor del cuento moderno y la novela detectivesca y maestro del terror, el misterio y el romanticismo tenebroso.
Esta noche, cuando millones de admiradores de Edgar Allan Poe conmemoren el 200º aniversario del nacimiento del maestro de lo macabro, un hombre cuya identidad nadie conoce dejará en la tumba del escritor, en Baltimore (Estados Unidos), una botella medio vacía de coñac y un ramo de rosas rojas. O quizá no. Porque el misterioso visitante del bicentenario cementerio Old Western, en la esquina de las calles Fayette y Greene en la ciudad del Estado de Maryland, a quien llaman Poe Toaster, que ha hecho la misma operación entre las sombras desde 1949, quizá esté ausente este año, cuando el mundo entero amontone homenajes al autor de Los crímenes de la calle Morgue, El gato negro, El escarabajo de oro o El cuervo, su poema-símbolo.
La imagen congelada de Poe lo retrata como un maestro del terror y el misterio. Lo fue, pero sus obras también resultaron cruciales para el nacimiento de la novela detectivesca y para el desarrollo del cuento moderno como género. En sus numerosos relatos románticos y tenebrosos se apreciaba también su condición de poeta. Casi de acuerdo con la obra característica de Poe, la causa de su muerte nunca se aclaró. Se habló de alcoholismo, congestión cerebral, abuso de drogas, cólera, fallo cardíaco, suicidio, tuberculosis, hidrofobia.
Hoy día sus cuentos suscitan una atracción irresistible. Hay cuervos que hablan y monos asesinos. Enterrados vivos y espíritus de personas muertos. Se trata de lo oculto y lo satánico, la muerte y la destrucción, siempre con precisión literaria. Poe explotó el inconsciente humano como ningún otro autor antes de él. Cuando fue acusado de estar muy cerca de la tradición de la novela gótica alemana, afirmó: "Si en muchos de mis trabajos está presente el horror, entonces les digo que el horror no proviene de Alemania, sino del alma". Fue también suculento para intelectuales y escritores fundamentales como Borges, Cortázar y Lovecraft; Rubén Darío, por ejemplo, le dedicó un ensayo en su libro Los raros.
"Dios ayude a mi pobre alma", dicen que susurró después de tres días de delirium tremens, poco antes de despedirse para siempre de una vida corta y atribulada. Tenía 40 años. Había nacido en Boston, el 19 de enero de 1809. Sus padres, David y Elizabeth, se dedicaban al teatro y quizás eligieran su nombre en homenaje al Rey Lear de Shakespeare, incluido en su repertorio. Será casualidad, pero el Edgar shakesperiano parece anunciarnos, con dos siglos de antelación, a su homónimo estadounidense cuando proclama, antes de la caída del telón: "Nosotros llevaremos todo el peso de estos tiempos tan tristes y diremos lo que nos dicte el corazón, no lo que deberíamos decir. Los más viejos han soportado más. Nosotros, que poseemos la juventud, nunca veremos tanto, ni viviremos tanto tiempo...".
En breve: el padre desapareció un buen día, abandonando a su esposa con dos niños y encinta; la tuberculosis acabaría con su madre unos años después, y su progenie fue repartida entre distintas familias. Edgar fue acogido, pero no adoptado, por un matrimonio virginiano sin hijos, los Allan. Creció en el Sur profundo, rodeado de un riquísimo patrimonio de leyendas y misterios similares a cuantas luego le sugerirían las musas.
Si atendemos a la leyenda, el carácter enamoradizo y desequilibrado de Poe se manifestó a edad muy temprana. Cuentan que a los 14 se enamoró de la madre de un compañero, 16 años mayor que él; ese mismo rumor quiere que, al morir ella al año siguiente, el chico aprovechara el manto de la noche, y la discreción de las brujas, para visitar la tumba. En fin. Quién sabe. Más tarde, en la Universidad hizo lo que todos: participar en timbas asiduamente, meterse en jaleos a la mínima oportunidad y beber como un energúmeno. Así las cosas, el padrastro se negó a costearle los estudios, y él a plegarse a sus designios. A los 18 años abandonó el hogar y se alistó en el Ejército con nombre y edad falsos, aunque no mucho tiempo después provocó su expulsión ausentándose de las clases y los oficios religiosos.
Decidido a vivir de la literatura, se traslada a Baltimore para vivir con una pariente, la tía Clemm. En esa casa, y en la persona de su prima Virginia, encuentra una nueva razón para sus desvelos: la pareja se casará en 1835, contando él 25 años, y ella 13. No fueron felices ni comieron perdices. El escritor alternó períodos de recogimiento y sobriedad con otros de abandono al alcohol y al opio. Son tiempos funestos, pero de una desbordante creatividad. Son los años de obras maestras como Ligeia (1838), La caída de la casa Usher y William Wilson (ambos de 1839), El pozo y el péndulo (1842), las aventuras de Auguste Dupin.
Pero la Fortuna, como todos saben, carece de tacto. En torno a 1842, cuando Poe está saliendo del hoyo y consolidando su posición en los ambientes literarios y periodísticos de la ciudad, aparece la mancha de la tuberculosis en los pañuelos de Virginia. Poe se desespera, no cumple sus compromisos profesionales y, para empeorar las cosas, protagoniza varios inquietantes episodios psicóticos, como la visita a una antigua novia, ahora casada, a quien obligó a cantarle una de sus canciones preferidas. Su producción no se resiente. Al contrario, es tan caudalosa como admirable: ahí están El corazón delator (1843) o La verdad sobre el caso del señor Valdemar (1845) y, sobre todo, El cuervo (1845), que lo convirtió en el gran poeta que siempre quiso ser.
La muerte de Virginia, en 1847, le dio el golpe de gracia. El vía crucis vuelve a pasar por borracheras, alucinógenos y la rendición, sin condiciones, a lo irracional. Intentó el suicidio por ingestión de láudano, pero su organismo lo salvó al vomitar la dosis fatal. La última travesía inicia en julio de 1849. Poe se marcha a Filadelfia, en donde trascurre unas semanas en un estado lamentable. Visita algo más tarde Richmond y allí recupera algo de serenidad. Se atreve a cortejar a una novia de juventud, recién enviudada entonces; hablan incluso de matrimonio. El 29 de septiembre embarca hacia Baltimore, donde debería coger el tren para Filadelfia. En este punto, sin embargo, se abre un vórtice de cinco días vacíos, en los que Poe deja de existir para el mundo. Cuando reaparece, hecho una piltrafa en una taberna de mala muerte, ha empezado precisamente eso: una mala muerte que se consumará el 7 de octubre siguiente.
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