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Edgar Allan Poe, un crítico en llamas

Ensayos completos, Volumen I | Crítica

Páginas de Espuma emprende la edición al completo de los ensayos del escritor americano con la reunión en un volumen de sus reseñas literarias con traducción de Antonio Rivero Taravillo

El escritor norteamericano Edgar Allan Poe (Boston, 1809- Baltimore, 1849).
José María Rondón

18 de noviembre 2018 - 06:00

La ficha

'Ensayos completos, volumen I'. Edgar Allan Poe. Traducción de Antonio Rivero Taravillo. Prólogo de Fernando Iwasaki. Páginas de Espuma. Madrid, 2018. 560 páginas. 27 euros.

La existencia de Edgar Allan Poe no fue extremadamente buena. Ni rotundamente mala. Sí fue escasa. Escribió con pulsión inagotable. Todo era folio y letra, como si adivinara que la vida se le iba a escapar antes de tiempo. Y siempre en él estaba la palabra, con qué fuerza. Poemas, algunos relatos como cumbre y una única novela, también extraña, con ánimo de precursora: La narración de Arthur Gordon Pym de Nantucket. Miles de páginas escritas que, en muchos casos, tuvieron un extraordinario decantador: la crítica literaria que ejerció a lo largo de una década intensa, entre 1835 y 1845, en periódicos y revistas de Boston, Nueva York, Filadelfia y Baltimore.

En ese terreno poco explorado hace pie la primera entrega de los Ensayos completos de Poe ahora publicados por la editorial Páginas de Espuma, con prólogo de Fernando Iwasaki y traducción de Antonio Rivero Taravillo. A este tomo inaugural, que alberga las reseñas literarias de escritores británicos y europeos y textos sobre la teoría poética y el papel de la crítica, le seguirán otros dos que verán la luz a lo largo de 2019 y 2020 dedicados a los autores estadounidenses y sus reflexiones sobre aquella pujante literatura, las semblanzas de muchos escritores coétaneos y una miscelánea de textos breves, principalmente aforismos y escolios.

Para medirle el alcance a este proyecto editorial hay que anotar que la faceta ensayística de Edgar Allan Poe estaba aún pendiente de volcar al castellano, salvo un puñado de reflexiones generales sobre la poesía y sobre la composición de El cuervo. Se trata, por tanto, de "un material jugoso, divertido y extraordinario", en palabras de Iwasaki, quien ya estuvo al frente, en 2008, junto a Jorge Volpi, de la edición de los Cuentos completos del escritor, también para Páginas de Espuma. "Este volumen atesora las reseñas peor pagadas de la historia de la crítica literaria, pero Poe se las arregló para convertir la calderilla en oro", añade el escritor peruano.

¿Qué crítico, entonces, se esconde detrás de un escritor tanta potencia? ¿Cuál era la medida literaria de un autor tan proyectado hacia el futuro? ¿Qué le interesaba de los textos que le iban llegando a la redacción del periódico? ¿Qué despreciaba de ellos? De este primer avance de sus ensayos sale un Edgar Allan Poe luminoso, festivo incluso, dotado de una calentura contagiosa al emboscarse en el legado de los creadores que admira. Y, a la vez, el autor de Los crímenes de la calle Morgue se revela como un investigador hondo y riguroso que asume la escritura como un espacio único, como una preocupación, como un mismo territorio de tensiones.

Así lo confiesa, a las claras, Rivero Taravillo en la introducción a su colosal trabajo. "Poe es un crítico que a veces parece excederse en las loas, sobre todo de autores que hoy resultan poco menos que personajes desconocidos, pero igualmente es bien capaz de ser temible en sus censuras y reproches. Es a menudo de un puntillismo exasperante en cuestiones de gramática y estilo, y puede diseccionar un texto, así sea del autor con más predicamento, dejando sus líneas en carne viva. Sin embargo, predomina en él una independencia de criterio inusual y un conocimiento hondo aliado a una intuición casi infalible que no están alcance de todos", sentencia el traductor y experto en su obra.

Porque Edgar Allan Poe hizo de la lectura su pértiga hacia el mundo. Tanto o más que escribir. Y esa pasión fue ensanchando su aventura en las letras desde distintos frentes, preocupaciones y preferencias. De esas zambullidas surgen para el lector de hoy autores apenas conocidos. Por ejemplo, son los casos de Eaton Stannard Barret ("Nadie puede leerlo sin albergar una alta opinión del brillante y variado talento de su autor"), Henry F. Chorley, quien posee, a su juicio, "unas capacidades literarias del más alto orden", y William Harrison Ainsworth, al que atiza con enorme crueldad: "Su próximo volumen nos tomaremos la libertad de arrojarlo por la ventana sin abrirlo".

Luego, el escritor fija con puntería los logros de otros que sí han dejado huella en los manuales de Literatura, como Elisabeth Barrett Browning, Edward Bulwer-Lytton y Daniel Defoe. Pero, entre ellos, destaca Charles Dickens, a quien celebra como una gloria con apenas 24 años cumplidos: "Por lo que respecta a su autor sólo sabemos que se trata de un escritor de artículos socarrones más mordaz, agudo y disciplinado que nueve de cada diez autores de los que escriben en Gran Bretaña, lo cual es decir mucho, ha de reconocerse, cuando consideramos la gran variedad de genuino talento y seria aplicación puestos en juego en la literatura en periódicos de la madre patria".

Esta reunión de críticas y reflexiones dispensan, finalmente, un generoso juego de influencias al que seguir el rastro, como apunta Iwasaki en su prólogo. "La lectura de Barnaby Rudge [de Dickens] tuvo consecuencias bienhechoras para Poe, pues en la obra aparece un cuervo parlante llamado Grip, que grazna constantemente y donde percibimos el primer latido de El cuervo, presunción que se torna en certeza cuando descubrimos lo que Poe habría hecho con aquel cuervo de Dickens: ‘Su graznido podría haber sido proféticamente escuchado en el curso del drama. Su personaje podría haber realizado, respecto del idiota, el mismo papel que, en la música, el acompañamiento en relación al canto’”.

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