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Coreografía para dos pianistas

Dúo del Valle | Crítica

Víctor y Luis del Valle tocando a cuatro manos en el Maestranza. / Guillermo Mendo

La ficha

Dúo del Valle

**** Cita en Maestranza. Dúo del Valle: Víctor y Luis del Valle, dos pianos y piano a cuatro manos.

Programa

Franz Schubert (1797-1828): Allegro en la menor D.947 Lebensstürme (1828) / Fantasía en fa menor D.940 (1828)

John Corigliano (1938): Chiaroscuro (1997)

Maurice Ravel (1875-1937): Ma mère l'oye (1910) / La valse (1920)

Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Lunes, 24 de enero. Aforo: Un cuarto de entrada.

Podrían hacer que tocan sin bajar ni una tecla y el espectáculo ya sería fascinante. Los hermanos Víctor y Luis del Valle crean auténticas coreografías con sus movimientos, ya sea en la intimidad física que da compartir el mismo piano o en la distancia de usar dos a la vez. Lo habrá dado el tiempo que llevan tocando juntos, según dicen ellos, o una misma comprensión de la música, pero su compenetración, coordinación y acoplamiento tanto en la parte visual como sonora de su trabajo es por completo deslumbrante. Se entiende que va en la elección del formato conseguir esa complicidad con el compañero, pero ahora que la especialidad del dúo de pianistas parece conocer una vitalidad sin precedentes y es relativamente normal escucharlos en concierto, yo no recuerdo nada a esta altura.

Empezaron tocando Schubert a 4 manos, un Allegro de sonata que el editor (póstumo) tituló algo así como Tempestades de la vida, tanto debieron impactarle esos primeros y vehementes acordes en forte y con sforzandi, y lo curioso es que los Del Valle los dieron más bien contenidos, acaso para luego graduarlos en la repetición y subirlos en la reexposición, pero en general su decisión de partida provocó un Schubert con tendencia a la languidez. Luego la Fantasía en fa menor, quizás la obra más famosa de las jamás escritas para cuatro manos, fue una auténtica celebración de la melodía, adornada con detalles de fraseo (algunas curiosas retenciones, silencios alargados, rubatos...) que jugaron a retrasar las resoluciones armónicas, con lo que ello siempre tiene de expresivo.

Con Chiaroscuro de Corigliano la coreografía cambió, pues es una obra para dos pianos que contiene algún pasaje a 4 manos, que ellos aprovecharon además para intercambiar los instrumentos. Los continuos contrastes dinámicos y de registro con los que el compositor americano busca mostrar las distintas irisaciones de la luz, incluidos auténticos centelleos al final, fueron resueltos sin el menor titubeo, pero los resultados finales se resintieron (al menos respecto a lo que yo había escuchado de la obra), pues no se usó el piano afinado un cuarto de tono bajo con respecto al otro como pide el compositor. Desconozco si el arreglo interpretado es canónico. La obra, en cualquier caso, es resultona, fresca, atractiva y funcionó tal cual se oyó, aunque sin sus elementos más disonantes no parecía la misma.

En Ravel, el dúo jugó también la baza del contraste, presentando en Ma mère l'oye una fragilidad sonora que llegó a sus límites en el Jardín encantado, con pianissimi que parecieron en verdad tocados por las hadas (como si Mendelssohn estuviera detrás soplando). Y frente a eso, el torbellino incandescente de La valse, que mostró ya en sus manos todo el potencial envolvente y obsesivo casi hasta lo demoníaco que Ravel logró al orquestarla.

Y un concierto coreográfico no podía sino terminar con más danzas, dos de las húngaras de Brahms como propina, atendido también su contraste, pues la primera, en modo menor, resultó un prodigio de delicadeza, y la segunda, un brillante ejercicio de jovial vitalidad.

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