Salir al cine
Manhattan desde el Queensboro
SEGÚN el reloj de Eloy Granero -Aeterna, edición de coleccionista-, llega cinco minutos tarde a la cita con su abogado matrimonialista. Con suerte, si la combinación de las circunstancias es la correcta y si Rosa acepta lo pactado, hoy firmará su segundo divorcio.
-Dos años y siete meses de matrimonio, cuánto tiempo, demasiado tiempo. ¿Qué pasó?
Lo de siempre: infidelidades, discusiones, silencios, incompatibilidades, rarezas, desprecios.
-Lo de siempre -reflexiona Eloy Granero.
Realmente no le duele, no le afecta, sólo espera que lleguen a un acuerdo lo antes posible, que dure poco tiempo todo el proceso. Nada más. El tiempo sí le preocupa, obsesivamente, a Eloy Granero; pero el tiempo como una inversión en su vida, en sí mismo.
Según el reloj de Eloy Granero -Aeterna, regalo de su padre-, es la hora indicada, y cinco minutos más, las diez y cinco de la mañana, y su abogado matrimonialista no ha aparecido. Lo espera frente a un quiosco de prensa, lee los titulares, examina las portadas de los periódicos deportivos, las portadas con mujeres desnudas; la revista Gente ocupa un lugar destacado; «es fácil de ver» -una fácil deducción-. Sigue esperando.
Eloy Granero no va a entrar solo en el despacho de los abogados de la que es todavía su esposa. Prefiere esperar, y fingir que está muy enfadado; está convencido de que eso le asustará a su abogado matrimonialista. Le asustará y le hará reaccionar, se mostrará más dispuesto, más profesional, será capaz de cualquier cosa con tal de acabar con su enfado. No está acostumbrado Jaime a un Eloy Granero enfadado, un tipo moderado en el carácter, cordial, educado. Templado, es un adjetivo que se emplea mucho en estos casos.
Según el reloj de Eloy Granero -Aeterna, doce años de antigüedad-, ve aparecer a su abogado matrimonialista tras la primera esquina cuando pasan algo más de doce minutos sobre la hora prevista de la cita.
-Quiero que hoy, ahora, sea más eficiente que nunca.
Eloy endurece el gesto.
-Estoy muy enfadado.
-Estoy muy cabreado -le quiere decir con la mirada.
El abogado lo ha entendido, contempla a un desconocido y enfadado Eloy Granero, y corretea como un cochinillo. Todo el tiempo dedicado a la perfecta posición de la corbata, a que la chaqueta le cuelgue de los hombros con mesura y rigidez; todo el tiempo dedicado a conservar la raya del pantalón, la gomina del peinado, el maletín en la mano, como si fuera un ministro, a la mierda por un gesto.
«Vaya cabreo que tiene éste», piensa Jaime, el abogado.
Apenas faltan tres metros para que se encuentren, y, con la mayor frialdad que es capaz de demostrar, Eloy Granero ejecuta el último movimiento que le ha de garantizar una eficacia absoluta: mira el reloj de nuevo. Según el reloj de Eloy Granero -Aeterna, de oro macizo-, pasan trece minutos sobre la hora prevista de la cita.
-Perdón por el retraso -apenas puede decir el abogado, asfixiado y sorprendido por el desconocido gesto de su cliente.
(…)
De reojo, Eloy observa cómo enrojece, apenas puede seguirle. Lo del paddle sólo se lo ha dicho para fastidiarle, aunque lo empieza a creer. Demasiado débil, lento y enano como para ser esa fiera que dice ser. El paddle es un juego rápido, a pesar de que todos los maduros con problemas de corazón y de peso lo practiquen.
(…)
El abogado matrimonialista se detiene a explicarle al portero del edificio quiénes son y adónde van. Eloy Granero, absorto, contempla el cuadro de luces que hay en una esquina. La puertecilla está abierta. Decenas de cartelitos enuncian las utilidades de los diferentes pulsadores. Caldera calefacción, luz entrada, luz escalera, luz azotea, luz planta primera, luz planta segunda, luz portería, motor de refrigeración, motor ascensor, bomba de agua. A Eloy Granero le gusta el orden. Le gusta que todo esté claro, con su nombre, con su cartelito. Pero mucho más le gustaría comprobar si todos los cartelitos dicen la verdad, si son algo más que el escaparate de un orden aparente. A Eloy Granero le encantaría que ese cuadro de luces fuera verdad, que realmente estuviera bien señalizado, que sirviera, que los letreritos escondieran realidades concretas. Le fascinan las cosas que sirven, que funcionan, que son útiles. Esas cosas, está convencido Eloy Granero, son nuestras grandes aliadas, porque son las mejores amigas de nuestro tiempo: nos regalan tiempo.
-Jaime, por favor, no quiero volver a tomar este ascensor, no, no quiero -gesticula un atormentado Eloy Granero.
-Le prometo que no lo volverá a tomar -le responde el abogado, visiblemente agobiado.
No duda. Un gesto que alegra a Eloy Granero.
-No lo quiero volver a tomar -aun así insiste.
-No lo tomará -le repite.
Eloy Granero piensa durante un segundo que no es tan grave divorciarse por segunda vez a los cuarenta. Entiende que mucho peor habría sido no haberse casado nunca, haber estado solo, soltero.
-No soy una excepción, hay muchos y muchas como yo, y cada uno con sus propias razones -razona Eloy Granero.
(….)
Las secretarias miran a Eloy Granero, pero él pretende fingir que las ignora. Atraviesan un pasillo acristalado. Los pasantes, los procuradores y los administrativos levantan la vista ante su paso. Eloy Granero es el acontecimiento del día, puede verlos contando la gran noticia en sus casas. Pepe, o Carmen, o Luis, o María, como se quieran llamar, hoy ha estado en el despacho Eloy Granero, sí, el de los grandes almacenes, los pantalones que tanto te gustan, pues ése, que nosotros le hemos llevado el divorcio a su mujer, menuda crujida le ha pegado la tía, aunque eso para él es calderilla, que ese tío maneja, que está forrado, y cómo era, pues un tío normal, nada del otro mundo. Eloy Granero los cree escuchar.
-Hola, Eloy, ¿cómo estás? -le pregunta sin ningún interés Rosa.
-Señor Granero -dicen al unísono, al tiempo que le ofrecen sus manos, también al unísono, los dos abogados que acompañan a Rosa, Perales y Méndez.
-Qué tal -Eloy Granero aprieta las manos sin fuerza, deja resbalar la suya.
Gestos de superioridad que ha aprendido, y potenciado, a lo largo de los años. Gestos que le cuesta escenificar.
Los abogados comienzan con su palabrería. Es un despacho luminoso y escueto, uno de esos despachos modernos que tratan de proclamar el minimalismo como el gran paradigma de la elegancia. Rosa no es nada minimalista, nunca lo ha sido. Ni personal, ni exteriormente. Tampoco mentalmente. No lo es, no. Cuando aún eran pareja, Eloy Granero no la encontraba tan barroca como ahora.
«Parece un árbol de Navidad que han decorado en un zoco turco», piensa Eloy.
El gusto por exponer sus joyas, que es una mujer con recursos económicos, la han transformado en una mujer dramática, exagerada en la apariencia y en los gestos. Rosa es una mujer preocupada por su aspecto, por la imagen que quiere mostrar.
«Fuma como una puta, no lo puede evitar. Quiere ser sofisticada y fuma como una auténtica puta, pero de burdel barato. Yo he conocido a decenas de putas infinitamente más elegantes que ella. Y que fumaban con mayor elegancia, de forma natural. Puede ser que sea cierto ese dicho que tanto se repite, la elegancia es natural, es algo añadido a la naturaleza de las propias personas. Cuando una puta es elegante, es la mejor mujer que un hombre puede encontrar», reflexiona Eloy Granero mientras se desarrolla la reunión.
(….)
Retoman su tertulia farragosa, de legalismos estúpidos que son sinónimos de palabras que todos entendemos pero que los abogados no quieren pronunciar. Es la forma de demostrar su poder, que son un gremio, los años de Universidad, los honorarios que pasan, el IVA que nunca quieren cobrar, su altivez de profesionales eruditos. No prestarles atención es como entregar a un orador a un auditorio vacío o a un torero a una plaza sin espectadores en los tendidos.
Rosa mira al que fue su marido desde el otro lado de la mesa, sigue fumando. Disfruta en esta situación, creyéndole bajo sus pies. Rosa siempre ha sabido cómo amedrentar a Eloy, cómo reducirlo, minimizarlo con sólo una mirada, con un gesto, con dos palabras. Sólo con dos palabras.
Un bolígrafo cae al suelo y Eloy se inclina para recogerlo: Rosa sonríe; lo conoce. Contemplándola ahora, no adivina Eloy Granero a recordar lo que le empujó a casarse con ella. En la cama era suficiente, pero tampoco era una locura; jamás perdió el control. Ése es uno de los grandes poderes que las mujeres pueden ejercer sobre un hombre: la cama. Una mujer que folle bien, y que luego sea elegante fumando un cigarrillo es una gran mujer.
Deseable para cualquier hombre, sea puta o no. En eso no piensas en esos instantes, sólo gozas y pierdes el control. Nunca perdió Eloy el control con Rosa.
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