"Europa se jacta de sus valores, pero copia todo lo que critica"

Rafael Rodríguez Villalobos. Director de escena

El sevillano estrena esta noche en el Teatro Maestranza un programa doble compuesto por 'El dictador' y 'El emperador de la Atlántida'

Rafael Rodríguez Villalobos, el pasado lunes en el Maestranza.
Rafael Rodríguez Villalobos, el pasado lunes en el Maestranza. / Juan Carlos Muñoz
Braulio Ortiz

30 de noviembre 2018 - 06:00

Esta noche, Rafael Rodríguez Villalobos (Sevilla, 1987) cumplirá un sueño con el que fantaseó hace dos décadas, cuando asistió a una función de Turandot en el Maestranza y, abrumado por la belleza de la música de Puccini y de aquella producción, aquel niño de apenas diez años se marcó la improbable meta de convertirse en director de ópera. Consagrado ya como una gran promesa de su ámbito -ha obtenido entre otros reconocimientos el Premio Europeo de Dirección Operística, ha triunfado en escenarios como el Real o la Ópera Estatal de Hungría-, el sevillano regresa hoy, también el domingo y el martes, al mismo teatro donde en la infancia quedó hechizado por la lírica para presentar un programa doble compuesto por El dictador, de Ernst Krenek, y El emperador de la Atlántida, de Viktor Ullmann.

-Este díptico reúne dos piezas que no se habían representado juntas antes. ¿Ha sido difícil encontrar el equilibrio en esta combinación o había muchos elementos comunes entre las dos obras?

-Ha sido un proceso complicado, pero también muy emocionante. Este montaje retoma la producción del Teatro Real que se hizo de Der Kaiser Von Atlantis, que se completaba con El canto de amor y muerte del corneta Cristoph Rilke que interpretaba Blanca Portillo. Detrás de aquello estaba Gustavo Tambascio, que es uno de los directores más importantes que hemos tenido, y en ese trabajo volcaba un universo muy personal y lleno de preguntas. La idea para el Maestranza era hacer otro díptico, no con El canto... sino con El dictador de Krenek, pero el fallecimiento de Tambascio impidió que él se encargara y el teatro contó entonces conmigo.

-¿Sintió mucha presión al tomar el testigo de un maestro como Tambascio?

-Hacer El dictador repitiendo las claves de El emperador..., siguiendo los mismos planteamientos de Tambascio, habría sido como tener que completar un trozo de Las Meninas. Trabajé mucho con su equipo y al final decidimos que era mucho más interesante irnos a un universo completamente distinto: frente al cabaret barroco y absurdo que proponía Tambascio nosotros nos decantamos por un vodevil. Dos formatos muy diferentes, el cabaret y el vodevil, pero que tienen en común un trasfondo: bajo su capa de superficialidad esconden una gran reflexión intelectual.

-Hacer El emperador... no era sólo un homenaje a Tambascio, también a los autores, el músico Viktor Ullmann y el libretista Peter Kien, que murieron en Auschwitz antes de estrenar la obra.

-A veces hay piezas que son muy representativas por su momento histórico o sus circunstancias, y adolecen de ciertas flaquezas. No es el caso de ésta. Como dices, no llegó a representarse, porque después de su ensayo general en Terezín mandaron a los autores a Auschwitz. Ullmann había sido, como Krenek, alumno de Schönberg, y eso se nota en su música, que es magnífica. ¡Y tiene un humor! Te mete la Marcha Radetzky de una manera tan divertida y tan cínica... Y a mí me impresiona también el texto de Peter Kien, a la altura de Así pasen cinco años o El público de Lorca, lleno de referentes, con muchas lecturas... El personaje de Arlequín representa la inocencia que se pervierte por la guerra, pero en él Kien se hace también muchas preguntas como artista. Además de ser dramaturgo era marionetista, y en Terezín hacía espectáculos para niños, y cuando Arlequín dice que ya nadie se ríe con él está hablando, claro, de sí mismo. Sabemos además cómo vivía la gente en Terezín, que el Tercer Reich vendía como un campo modélico, gracias al papel que robó Kien y los dibujos que hizo.

-Introduce anacronismos en su puesta en escena porque quiere apelar a lo universal, no a momentos ni personajes concretos.

-Gustavo quería huir de la puesta en escena que se desarrolla en Terezín, y yo también evitaba que los personajes se identificaran con Mussolini y con Hitler. El personaje del dictador lleva a cabo ofensivas bélicas sin ningún tipo de justificación, sólo por engrandecerse, y eso es algo que sigue ocurriendo hoy, ¿no? Yo quería hacerme muchas preguntas con este trabajo. ¿Qué es la figura de un dictador? Los hay golpistas, pero también otros democráticamente elegidos que ejercen su poder de una manera dictatorial. Me interesaba también cómo Europa se enorgullece de tener valores y sin embargo copia todo lo malo de aquellos a los que criticamos. Pero para contarlo mezclo las referencias más dispares, sí. Aspiro a que la experiencia de asistir al teatro sea completa, pero yo procuro que la gente se divierta sin caer en una reflexión sesuda. Yo busco algo que pase rápido, pero no hay que confundir el vodevil con el teatro burgués, porque detrás de la frivolidad del género hay mucha miga. Quiero que haya muchas lecturas pero que no se note. Siempre apelo a Almodóvar como modelo en este sentido: tú ves La ley del deseo y te emocionas; luego puedes entender que el personaje de Carmen Maura hace La voz humana de Cocteau y que lleva un hacha porque esa obra hace referencia a Electra...

-Hoy cumplirá un sueño de la infancia: dirigir en el Maestranza.

-Me pregunta mi familia si estoy muy nervioso, pero ando tan sumido en la vorágine que no me entero de nada. Este sábado [por mañana] me despertaré y diré: Dios mío, ha pasado esto. Y en enero llegará algo precioso: estrenaré Orfeo y Eurídice de Gluck en el Teatro Villamarta de Jerez. Eso me tiene también muy emocionado.

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