Juventud y serenidad otoñal
REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA | CRÍTICA
La ficha
***Programa: ‘Displaced’ para orquesta de cámara, de L. Romero; Sinfonía nº 1 en Sol menor, op. 13, de P. I. Chaikovski; Doble concierto para violín, violonchelo y orquesta en La menor, op. 102, de J. Brahms. Violín: Javier Comesaña. Violonchelo: István Várdai. Directora: Marzena Diakun. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Martes, 20 de febrero. Aforo: Menos de la mitad.
Aunque supongo que tendrá su causa, la traslación de este concierto de abono de la Sinfóncia a un inusual martes se cobró su tasa con una entrada muy floja, lo que derivó en un clima poco efusivo para la calidad de lo que allí se ofreció.
Displaced, de la compositora sevillana Lula Romero (uno de los cuatro encargos a creadoras locales de esta temporada), es una reflexión sonora sobre el propio sonido y sus concavidades, sobre las texturas que le van dando o quitandio espesor, sobre la rugosidad de la propia materia sonora mediante el recurso de que las cuerdas toquen sul ponticello o en armónicos. Su brevedad fue su gran baza.
A pesar de su irregularidad (al fin y al cabo era su primera experiencia con la forma), la primera sinfonía de Chaikovski está salpicada de melodías y de efusiones sentimentales que compensan lo atascado del desarrollo formal en muchos momentos. La espléndida directora Marzena Diakun (gesto sobrio pero claro, atención a los matices, claridad de ideas) le sacó todo el jugo gracias a una ROSS en pleno estado de forma en todas sus secciones, desde unos tersos violines a unos violonchelos (comandados esta vez por la estupenda Luiza Nancu) de bellas tonalidades tornasoladas, pasando por unas brillantes trompas en el segundo tiempo.
Comesaña y Várdai aportaron toda la pasión que pide la obra de Brahms, con sonidos antes aterciopelados que expansivos, ataques incisivos y un bellísimo legato al unísono en el Andante. Diakun aportó una dirección serena y reflexiva desde los primeros compases del primer tiempo, para ir poco a poco acumulando pasión en los acentos, sin olvidar el tono solemne en el fraseo. Todos, solistas y batuta, se recrearon en el pulso saltarín del Finale, si bien, como dice la propia indicación de Brahms, ma non troppo.
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