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Joaquín Berges publica 'Un estado del malestar', una comedia sobre la insatisfacción y una llamada a la revolución íntima.

El escritor Joaquín Berges, momentos antes de la entrevista en la Biblioteca Infanta Elena.
Francisco Camero

18 de noviembre 2012 - 05:00

Tres libros publicados con bastante rapidez le han bastado a Joaquín Berges para captar la atención de los lectores, entre los que tiene ya auténticos apasionados, y para definir completamente su estilo y sus peculiares y con frecuencia excéntricos personajes, luchando siempre contra sus vidas prestadas, sus pequeños vacíos en el pecho, criaturas a las que este escritor zaragozano nacido en 1965 somete a situaciones delirantes, que nunca ocultan, a pesar de la presencia constante del humor, la amargura de fondo en sus historias, que en el caso de Un estado del malestar, una novela recién publicada por Tusquets, trata de la insatisfacción, de la traición a uno mismo, de toda una serie de renuncias cotidianas no completamente inevitables pero que emborronan y espesan nuestras vidas y, en última instancia, del amor como tabla de salvación frente al absurdo.

"Es algo muy mío, sí, es característico de todas mis novelas, y no sólo de las mías, claro; también, por ejemplo, de las de Luis Landero o David Lodge, al que tanto admiro. Uno siempre se está planteando si tiene la vida que quiere tener, porque a veces da la impresión de que no eres el adulto que le correspondía al joven que fuiste. Nos pasamos prácticamente la mitad de nuestra vida consciente trabajando... Imagínate que te has equivocado de trabajo. Sólo se vive una vez, es que sólo se vive una vez, y estas cosas hay que planteárselas", afirma el escritor, que presentó su libro esta semana en la Biblioteca Infanta Elena, en el marco del ciclo Letras Capitales del Centro Andaluz de las Letras.

A esa reflexión invita Berges en su nuevo libro, que da cuenta de las (tragi)cómicas tribulaciones de Ricardo Marco, subdirector de unos grandes almacenes y encargado de la sección de ropa de lujo femenina, un señor normal al borde de la prejubilación forzosa e indeseada, tirando a clase alta, con una vida colmada de comodidades, privilegios y posesiones, entre las que se incluyen dos casas donde, más que convivir, aguanta a su esposa pija y esnob dedicada a su revista de decoración y a dos hijos que flotan por ahí. Su vida dará un giro radical, así lo decidirá él en su rebelión íntima, inesperada y de consecuencias imprevisibles, cuando se topa con Estrella, una joven viuda gitana a la que conoce en un mercadillo cutre y en el que sin embargo él encuentra destellos de autenticidad, una oportunidad, por fin, de vivir una vida verdadera lejos de la "bisutería socioeconómica" entre la que hasta ese momento epifánico languidecía en silencio, dimitiendo todo el rato sin abrir la boca.

"Hay que rebelarse", dice. "Mi personaje está en crisis, y cuando uno está en crisis personal, lo que uno tiene que hacer es rebelarse. Como dicen los orientales, crisis significa oportunidad de cambio. Y esto es lo que hace Ricardo", explica el autor, que implica a este pobre diablo de cartera abultada y corazón encogido en circunstancias disparatadas junto a personajes no menos disparatados. Si algo define Un estado del malestar es su tono, el humor lleno de patetismo pero por encima de todo tierno y compasivo que lo envuelve todo, una sensibilidad en las antípodas de cierto humor desquiciado, cínico o directamente nihilista más asociado a la literatura de nuestros días. "No me gusta hacer leña del árbol caído. Alguien dijo que yo tenía una mirada piadosa y cervantina hacia los personajes, porque no los machaco. En Vive como puedas me inspiré en Frank Capra, es esa mirada, la mirada de la comedia romántica por decirlo en términos cinematográficos, lo que me interesa. En Tusquets me dicen también que soy muy amable con mis personajes, y yo nunca he sabido si esto es un halago o no. Estoy un poco mosqueado con esta afirmación -bromea-. Pero es verdad, es verdad, sí".

En Un estado del malestar el referente no es tanto Capra como el toque de "Berlanga, o Azcona". "Aunque si tengo que elegir una referencia literaria, diría que ésta es mi novela en la que más influencias hay de David Lodge, que es uno de mis autores preferidos", comenta sobre el novelista inglés, autor de La vida es un pañuelo, Noticias del paraíso o La vida en sordina, con el que durante una década mantuvo una correspondencia electrónica hasta que a finales del año pasado, en el encuentro literario La Risa de Bilbao, pudieron conocerse en persona. "Fue muy emotivo", añade el autor, que ha sido traducido al italiano y al holandés pero no, al menos todavía, al inglés, por lo que su querido amigo, lamenta, no ha podido leer sus libros, que tanto le deben.

Para Berges, la literatura "está más cerca de la artesanía que del arte", y esa concepción alejada de la grandilocuencia y las mayúsculas se percibe en su escritura, que sin embargo siempre se ha ocupado hasta ahora de temas que constituyen problemas o inquietudes socialmente significativos. "Me gusta proponer un tema para reflexionar, pero desde el punto de vista del humor y siempre para el lector. Uno escribe para ser leído, no para ser estudiado ni analizado. A mí lo que más me gusta no es que la gente compre mis libros, sino que la gente los lea", dice el escritor, que empezó a publicar con 44 años, una vacuna, asegura, contra la vanidad tan habitual en este mundillo. "Lo vivo con mucha serenidad. Ahora tengo 47 años y me agrada mucho estar teniendo éxito, pero ya digo, ante todo, mucha serenidad. Seguro que es cosa de la edad...", termina entre risas.

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