'Devenir Pintura' o los herederos de Courbet

Arte

El CAAC reivindica a través de una muestra organizada con fondos de su colección permanente la grandeza y diversidad de un género en constante evolución

Imágenes de la exposición 'Devenir Pintura'

Curro González revive un antiguo taller en gran formato.
Curro González revive un antiguo taller en gran formato. / Juan Carlos Muñoz

En Natura trece (Especulación), la pieza que abre la nueva muestra del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), Devenir Pintura, Alfonso Albacete se reencuentra con su yo del pasado y parece suscribir aquello que apuntó Walt Whitman: que dentro de cada uno se congregan multitudes. En un lienzo fechado en 2013, el antequerano se recrea pintando una obra de 1979, pero por la compleja composición asoman otros reflejos y autorretratos del creador, variaciones de distintas épocas que confluyen en ese espacio sin tiempo. "De esta forma confronto", dice Albacete, "lo que hacía entonces y lo que hago ahora, y hablo de algo que me interesa mucho, el cuadro dentro del cuadro, pero sin recurrir al pastiche ni al collage".

El CAAC se sirve de algunas de las últimas obras que se han incorporado a su colección, mediante adquisiciones y donaciones, de autores como Soledad Sevilla, Gerardo Delgado, Ana Barriga, Curro González o Guillermo Pérez Villalta, para reflexionar sobre las transformaciones que ha experimentado la pintura. El título de devenir habla de las formas en que ha mutado una disciplina que se resiste a esa muerte que los agoreros le adjudicaron, y que ha constatado con su propia historia que todo fluye y nada permanece. La muestra, que se programa hasta enero de 2024, variará alrededor del verano, cuando, según anuncian los responsables del CAAC, se "modificará lo expuesto en algunas de sus salas, sin alterar en lo sustancial su tesis".

El primer bloque en que se divide el recorrido –y al que pertenece ese singular autorretrato ya mencionado de Alfonso Albacete– tiene como motivo "el estudio del pintor, o el arte que habla sobre el arte", explicaba el pasado jueves en la inauguración el director del CAAC, Juan Antonio Álvarez Reyes. En una de las salas, Guillermo Pérez Villalta indaga en el acto de pintar, en escenas de una calurosa intimidad en las que es interrumpido por alguien mientras aborda un cuadro o mira un libro de arte, óleos que están entre las piezas más significativas de su carrera que el tarifeño donó al CAAC en 2012. Se intuye una crítica a la voracidad del mercado del arte en Este terreno no se vende, un lienzo de Mariajosé Gallardo en el que llaman la atención los fragmentos recortados. Cuando se expuso en Espacio Olvera, la autora dispuso una serie de marcos para que los interesados compraran los trozos de esa pintura que quisieran. El fecundo barroquismo del animalario que concibe Gallardo colisiona con los huecos que generan un sentimiento de orfandad en el receptor.

Los artistas que acudieron a la muestra.
Los artistas que acudieron a la muestra. / Juan Carlos Muñoz

En otra de las estancias conviven las estéticas de Ángel Alén, Curro González y Cristóbal Quintero. El primero plasma en su obra el estudio de Miki Leal. "Cuando veía un cuadro siempre me preguntaba qué materiales usaría el artista, cómo se había creado esa pieza, qué luz tendría el taller", cuenta Alén sobre una serie que se extiende a otros "amigos y creadores afines. Yo sólo les pedía una cosa: que no prepararan una escenografía, que no retocaran nada, que nos encontráramos el estudio como lo habían dejado el día anterior". Quintero, entretanto, retrata un museo desde la perspectiva múltiple e inesperada de un vigilante que observa las instalaciones a través de las cámaras de seguridad. En el centro de la escena, un copista, "un pintor dominguero" como lo llama él, inmortaliza un cuadro.

Curro González revive en una obra monumental –abundan los grandes formatos en la exposición– el estudio que ocupó durante dos décadas en la calle García de Vinuesa, en Sevilla, y del que fue desahuciado. Una pintura magistral y no exenta de su característica ironía –"siempre he pensado que era importante reírse de uno mismo"– en la que despliega un sinfín de referencias a maestros como Courbet y a su propia obra, como el Autorretrato con 83 años. "Con todo esto quiero reflejar que la creación, tal como la concibo, es como el trabajo del castor, que crea una presa, retiene el agua, y en un momento esa presa se desborda", asegura.

El segundo bloque de Devenir pintura explora "los caminos de y hacia la abstracción". En este apartado se exhibe un trabajo de Alfonso Fraile que supera los ocho metros y medio de longitud y que ha sido restaurado. "La donación de una familia de Madrid nos ha permitido tener algo suyo en la colección, algo que era una asignatura pendiente, ya que hablamos de un artista de Marchena", comenta Álvarez Reyes, que encuentra notables similitudes entre los modos de hacer de Fraile y de José Ramón Sierra, con quien comparte sala el autor.

Una de las obras de Soledad Sevilla.
Una de las obras de Soledad Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

Entre los veteranos que forman parte de la muestra destacan Gerardo Delgado y Soledad Sevilla. Del primero se recupera Ruta de San Mateo GY, una serie que se inspira en La pasión según San Mateo de Bach y en las casillas de los pasatiempos a los que el pintor es aficionado. En los cuadros, Delgado parte de un denso negro en el que va introduciendo "matices de otros colores, con lo que se genera un desarrollo muy diferente". La Premio Velázquez Soledad Sevilla, mientras, confirma con sus creaciones su desinterés en "los mensajes directos. Yo parto de cosas reales, del día a día, pero busco que algo esté presente sin estarlo, siempre quiero ir a la abstracción", reivindica. El viento que mueve las hojas, los secaderos de tabaco de la Vega de Granada o los Apóstoles de Rubens que dejaron "impactada" a la creadora son los motivos que propician una apasionante investigación formal.

El conjunto reserva apuestas a priori sorprendentes: Pilar Albarracín y Paz Pérez Ramos encarnan "la pintura por otros medios. No es pintura al óleo o con pigmento, pero el resultado es pictórico y es geométrico", defiende Álvarez Reyes. Courbet también está presente en las obras de Albarracín, que reinterpreta El origen del mundo en mandalas formados con bragas femeninas que la artista pidió a amigas y mujeres de su entorno. "No sé si ha visto algún reportaje de los monjes budistas haciendo mandalas, pero es un trabajo muy laborioso, y lo mismo tuve que hacer yo uniendo una braga de una niña de 16 años con una de una señora de 80, un tanga con una braga más grande. No es una geometría perfecta pero es que en la realidad la perfección no existe, aunque las cosas reales aportan datos, certezas" , explica Albarracín sobre sus piezas, en las que la vida cotidiana y la trascendencia de la mística se trenzan en una sugerente poética. En la misma sala, Pérez Ramos consigue un hermoso lirismo al ahondar en piezas de madera lacada y cartulina en "cómo la luz se tiñe cuando choca con un color", variaciones o espacios íntimos donde cohabitan la serenidad y la sencillez.

Un retablo de Ana Barriga.
Un retablo de Ana Barriga. / Juan Carlos Muñoz

En el tercer bloque, que se destina a la figuración, sobresale un espectacular retablo de Ana Barriga, De animales a dioses, encargado en su momento por el CAAC a la jerezana para el antiguo Refectorio de la Cartuja de Santa María de las Cuevas y adaptado ahora a una de las salas. Barriga tuvo la idea para esta obra viendo El gran silencio, un documental sobre el día a día en un monasterio de los Alpes franceses. "Me hizo preguntarme hasta qué punto alguien es capaz de dejar su vida por la fe, y entonces pensé que al fin y al cabo yo estaba entregándome del mismo modo a la pintura", recuerda sobre los orígenes de una pieza que "con sarcasmo, ironía y chuleíto se interroga en qué creemos ahora". Aparecen Trump y Zuckerberg en una vanitas moderna y deslumbrante que viene a decir que pese al éxito conquistado en la Tierra "todos vamos a vernos en el infierno".

Cierra el itinerario el diálogo entre dos pinturas monocromas, las de Paloma Gámez y Salomé del Campo. Gámez participa con un lienzo que formaba parte de su exposición Violeta, que albergó el CAAC en 2012, y que "no es una pintura monocroma aunque lo parezca; está hecha con una sucesión de planos de color. Si el espectador se fija en los laterales se puede dar cuenta de las distintas capas, algo que me interesa, hacer partícipe a quien observa de los mecanismos de la creación", explica. De Salomé del Campo, por su parte, se exhiben dos óleos que se expusieron en la muestra 100%, que el Museo de Arte Contemporáneo de Sevilla dedicó en 1993 al arte hecho por creadoras. "Que me invitaran me hizo cuestionarme si yo tenía alguna particularidad por ser mujer, y eso me llevó a las historias que nos contaban en la infancia, al papel que nos inculca la cultura... Empecé a pintar bosques, uno inspirado en Botticelli y La historia de Nastagio degli Onesti y otro en Pulgarcito. Siempre hay referencias en mi trabajo porque nunca pinto del natural", concluye la creadora.

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