DIRECTO
Última hora sobre las alertas por intensas lluvias en Andalucía

Desesperación del renegado

Marbot publica las sórdidas memorias neoyorquinas de Limónov, el malvado pero fascinante antihéroe al que Emmanuel Carrère retrató en su famoso libro

Eduard Limónov, en una imagen de los años 70 tomada en su etapa neoyorquina.
Francisco Camero

04 de enero 2015 - 05:00

Soy yo, Édichka. Eduard Limónov. Trad. Ana Guelbenzu. Marbot Ediciones. Barcelona, 2014. 336 páginas. 19,90 euros.

De la existencia de Limónov, una de esas inverosímiles personas bigger than life, mitad artista de la vida mitad personaje descabellado de catadura moral ambigua cuando no atroz, supimos por aquí hace casi dos años, gracias a la fabulosa y magnética evocación de su figura de renegado loco y carismático escondido tras decenas de máscaras que le compuso Emmanuel Carrère, en el que es probablemente su mejor libro tras aquel pequeño monumento al escalofrío que fue El adversario. Delincuente juvenil de poca monta en Jarkov (la ciudad de Ucrania donde nació en 1943), poeta vanguardista, pendenciero y clandestino en el Moscú soviético de los 60, emigrante desharrapado en el Nueva York de los 70, semi-bufón predilecto de los más leídos burgueses de izquierdas del París de los 80, más tarde turbio partícipe de la guerra de los Balcanes del lado de Radovan Karadžic, el carnicero que hablaba en nombre de los serbios en aquellos momentos de espanto ilimitado, después fundador de un partido metafísicamente imposible pero de perfecta nostalgia totalitaria -casi nazi, casi bolchevique- en la Rusia del zar in pectore Putin... Podríamos seguir hasta llenar el espacio entero de este texto, pero lo anterior parece suficiente -y lo bastante turbio- para afirmar que lo mejor y en el fondo lo más hermoso que ha hecho Limónov en la vida ha sido parecer un personaje inventado. Ese era, de hecho, el encanto invencible del libro de Carrère. Pero hay otra -otra: no necesariamente mejor- manera de acercarse a su vida: contada por él mismo, sabiéndose real y en el centro de sus experiencias, soñando muy fuerte con una muerte heroica, digna de ser llorada por el pueblo ruso en sus viejas y heladas avenidas imperiales.

Soy yo, Édichka, ahora publicado en español, apareció por primera vez en 1979 en Francia pero fue escrito antes, a mediados de esa década. Que fue cuando llegó a Nueva York un treintañero Limónov no tanto huyendo de la falta de libertad y las penosas condiciones de la vida en la Unión Soviética como buscando la gloria literaria, el reconocimiento mundial de su audacia, del salvaje apetito de pasiones sublimes que lo convertiría a él, o esa era la idea, poco menos que en poesía viviente. Aunque lo que encontró fue... bueno, otra cosa. Y con notables altibajos en la intensidad de la escritura, a veces demasiado errática, así como en el interés de los detalles particulares del relato, eso es lo que cuenta este libro. Una época negra, dura y miserable, emponzoñada además con la mortificante pena que le causó -al abandonarlo- la que entonces era su segunda esposa, una rusa provinciana y preciosa que quería ser una sofisticada reina de las revistas y las pasarelas de su Occidente Legendario y lo más lejos que llegó fue a una portada de Playboy y a varias segundas, terceras o cuartas residencias con mesas espolvoreadas de cocaína de hombres de negocios; los "amos de la vida", "los fuertes de este mundo", como los llama Limónov, que como si no los despreciara ya a muerte tuvo que ver, en efecto, cómo su mujer, su musa y su insaciable y cochina diosa del sexo se fuera con varios de ellos.

Rebosante de bilis e inundado de fluidos corporales de todos los tipos, el libro se abre con el hombre paseándose desnudo por su habitación de hotel cochambroso, ante un retrato de Breton y junto a su cuenco de col agria y una cuchara de madera, única reliquia de su infancia rusa: Limónov, "el monstruo del pasado", se presenta él: "Recibo una prestación social. Vivo a vuestra costa, vosotros pagáis impuestos y yo no hago una mierda, voy un par de veces al mes a una oficina espaciosa y limpia en Broadway 1515 y me dan mis cheques. Me considero un canalla, un despojo de la sociedad, no tengo vergüenza ni conciencia porque no me martiriza, no tengo intención de buscar trabajo, quiero recibir vuestro dinero hasta el fin de mis días (...) y aun así os aborrezco. No a todos, pero sí a muchos".

Desesperado, furioso, provocador, despectivo y soberbio, animal herido e hiriente, Limónov entrega las mejores páginas en el primer tercio del libro, donde evoca, con una malicia que emplea con afán castigador, el submundo -literalmente- de la emigración rusa en los bajos fondos de Nueva York. Viejos débiles y vencidos que lloran al atardecer porque añoran justo lo que les destrozó la vida allá tan lejos, pobres diablos de mediana edad que en la URSS fueron artistas, profesores de universidad o bedeles de aburridos institutos y en EEUU friegaplatos, mecánicos, ayudantes de camarero, como el propio Limónov lo fue en el restaurante del Hilton, o meros pedigüeños: algo así como el Vagabundo en París y Londres -en modo ególatra, inclemente, punk y a ratos muy perversamente divertido- de Limónov.

El libro, no obstante, empieza a perder pronto gran parte de su desquiciado encanto cuando Limónov va cerrando el plano hasta convertir su relato en una redundante sucesión de escenas procaces de jergón y de merodeos nocturnos por las aceras más chungas de los barrios más chungos de la ciudad. Pero hay sin embargo, al fin y al cabo el hombre se siente ante todo poeta, relámpagos de una sensibilidad menos agresiva, y en todo caso, aunque el libro no tenga mucha altura literaria -probablemente ni siquiera es literatura: ésta va siempre mucho más allá de unos pocos recuerdos puestos por escrito- no parece éste el criterio más idóneo, al fin y al cabo, para juzgar el libro. El de un hombre que ha tenido una vida increíblemente interesante, en el sentido de la maldición china del término. Quizá por eso, pese a la crudeza y la sordidez premeditadas, en última instancia resulta conmovedor leer estas turbulentas andanzas de un joven contradictorio pero bastante consecuente, que estando cósmicamente solo y hambriento de amor eligió representar ante los demás, y hasta el fondo, el papel de renegado del Comunismo, carcoma del Capitalismo y poeta bronco contra Todo, deseando poder gritarle al mundo "bueno, ¿quién es el siguiente?".

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último