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Infiltrado en el KKKlan | crítica
*** 'Infiltrado en el KKKlan'. Drama, EEUU, 2018, 128 min. Dirección: Spike Lee. Intérpretes: John David Washington, Adam Driver, Topher Grace, Laura Harrier, Ryan Eggold, Corey Hawkins, Robert John Burke, Paul Walter Hauser, Craig Mums Grant, Michael J. Burg, Chris Banks, Tom Stratford.
El muy interesante Spike Lee de los 80 y los 90 (Nola Darling, Haz lo que debas, Malcolm X, Crooklyn, Clokers, La marcha del millón de hombres) fue decayendo en el siglo XXI a partir de su última película interesante -La última noche (2002)- convirtiendo su brillante estilo en superficial decorativismo y dando tumbos entre un cine comercial solo correcto y un cine de denuncia de trazo grueso. Infiltrado en el KKKlan tal vez sea su mejor película desde aquel ya lejano 2002 aunque sus aciertos -el primero de ellos haber escogido esta historia real que parece imposible- quedan empañados por la pervivencia del estilismo decorativista (los insertos de los carteles de películas blaxploitation tipo Cleopatra Jones, Superfly, Shaft o Algodón en Harlem durante su paseo con la activista Black Power, las pantallas partidas como guiño al cine de los 70 -pese a que son más de los 60-, la saturación de color o la solución atrevida de la tensión final con los protagonistas convertidos en héroes de ese mismo cine blaxploitation) y del trazo grueso ideológico que parece presuponer un espectador lelo al que hay que darle las cosas muy mascaditas.
La historia real que parece imposible ocurrió en 1978 y fue la infiltración de un policía negro (que previamente se había infiltrado en los Panteras Negras, lo que resulta más natural) en el Klan a través de un ingenioso desdoble que creó un personaje ficticio con dos cuerpos: él se comunicaba por teléfono con el Klan, logrando una perfecta simulación de un supremacista, y un policía blanco (que para más tormento de los racistas era judío) daba la cara ante los miembros de la secta. Así lograron desarticular algunas redes e impidieron atentados. Para dejar claro que no trata del solo pasado -lo de Lee no es precisamente la sutileza- la película se cierra con imágenes reales del racista que en agosto de 2017 embistió en Charlotesville contra una manifestación matando a una mujer y de Trump justificándolo (muy acertada la voz de Trump diciendo que no son nazis mientras se ve a los manifestantes supremacistas llevando cruces gamadas).
Hasta llegar a este final Lee pinta con brocha gorda. No carece su película de buenos momentos, pero el tono de comedia ácida no le funciona. La caricatura de los supremacistas iguala a las de los negros de la aludida (y magistral además de fundadora) El nacimiento de una nación en tosquedad. Y los ya referidos preciosismos de imagen y de montaje le perjudican. El montaje paralelo, por ejemplo, de los hombres del Klan poniéndose sus túnicas, celebrando sus ritos y asistiendo a una proyección cutre de El nacimiento de una nación de Griffith (1915) aullando y comiendo palomitas mientras un venerable defensor de los derechos humanos (interpretado por un Harry Belafonte que lleva divinamente sus 91 años) da una charla a los estudiantes activistas negros del Black Power es de una pobretona elementalidad. El Gran Premio del Jurado de Cannes solo se puede explicar por corrección política.
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