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El realizador francés Eric Besnard, autor de la delicada Pastel de pera con lavanda (2015), vuelve esta semana a las salas españolas con Delicioso, una comedia apoyada en datos históricos que recrea –con una historia de amor desigual en medio– el nacimiento del primer restaurante de Francia.
Sumergido en centenares de informes y "muchísimas lecturas históricas", porque el francés quería documentarse "y razonar" sobre la identidad francesa, cayó en sus manos un documento sobre la creación del primer restaurante de Francia: "Y se me iluminó el vehículo que podría servir para hablar justamente de lo que yo quería", explica en una entrevista con Efe.
O sea, hablar del Siglo de las Luces y de la Revolución Francesa; todo ello, unido a su amor por la cocina y más aún, su "devoción por compartir mesa", le despejó el camino hacia un guion que completó con la ayuda de Nicolas Boukhrief.
Así, Delicioso lleva al espectador a la Francia del siglo XVIII, en los albores de la Revolución Francesa, cuando el prestigio de una casa noble dependía de la calidad de su mesa y, sobre todo, de la capacidad de su cocinero de sorprender a sus invitados.
La película empieza con una escena burlesca en la que los comensales invitados por el Duque de Chamfort al que sirve el cocinero Manceron –un obispo entre ellos–, humillan al empleado por utilizar un ingrediente tan vulgar como la patata. Y es despedido. Aunque lo parezca, "no es una parodia –explica Besnard–, es que entonces era así, de hecho, eso fue lo que hizo que ocurriera la Revolución Francesa: algunos vivían en el fasto, en la opulencia, y otros no tenían pan para comer".
Para el cineasta, esos episodios de arrogancia y derroche, impasibles ante la desigualdad, no quedan tan lejos del presente como creeríamos. "Hoy se puede ver la misma conducta en los ricos, aunque sí haría un matiz: no estoy seguro de que sean las mismas élites del XVIII. Ya no son aristócratas, tienen otros nombres", afirma el director de 600 kilos de oro puro (2010).
Sin señor que aprecie sus platos, Manceron pierde el gusto por cocinar y decide volver a su casa en el campo, un precioso enclave en el Cantal. Hasta allí llega una misteriosa mujer, Louise, que el cocinero confunde con una cortesana, que le entrega todos sus ahorros para que la enseñe a cocinar. Por consejo de su revolucionario hijo, el chef acepta las condiciones de Louise y empieza a preparar sus exquisiteces para otro público, la plebe: acaba de nacer en la campiña el primer restaurante de Francia.
"Cuando se habla de Revolución no era sólo guillotinar aristócratas, era también acabar con la desigualdad", apunta Besnard, "fomentar el encuentro de distintas clases, razas y religiones". Y también consentir historias de amor desiguales, viene a decir Besnard, que se ayuda también de dos cocineros profesionales, Thyerry Charie, jefe de cocina del Quai D’Orsai, y su mano derecha, Jean Charles Charman, quienes diseñaron los platos que salen en la película.
Delicioso es el nombre del pastel de patata (con trufa, eso sí) que le valió el despido a Manceron y el nombre que dan a ese primer restaurante, un lugar donde burgueses y plebeyos se acercan sentados a una mesa a la comida exquisita antes reservada a la nobleza.
Con guiños a la comida tradicional francesa, a la que Besnard pone en valor, y "chistes" sobre el nacimiento de las patatas fritas, las rodajas de pan o por qué se pone la mesa antes de que llegue el comensal, la película es también un homenaje a los alimentos naturales. Manceron "vuelve a la cocina simple" porque es "un cocinero del pueblo", aclara el guionista y director, para quien "la revolución no popularizó el lujo", opina.
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