Delibes habita ya en el lugar de los escogidos

El escritor es despedido en la intimidad familiar después de un masivo y emotivo funeral en la catedral de Valladolid

Los familiares de Miguel Delibes, la tarde de ayer, durante el entierro del escritor en Valladolid.
Los familiares de Miguel Delibes, la tarde de ayer, durante el entierro del escritor en Valladolid.
Roberto Jiménez (Efe) / Valladolid

14 de marzo 2010 - 05:00

Miguel Delibes, fallecido el viernes a los 89 años, habita ya en el selecto lugar de los escogidos después del funeral oficiado el mediodía de ayer en la catedral de Valladolid, su posterior incineración y el depósito de las cenizas en el Panteón de Ilustres de la ciudad. Antes de una breve e íntima ceremonia en la que las cenizas del escritor se depositaron junto a los restos de su esposa Ángeles, el novelista y académico se llevó al territorio de los inmortales el enésimo galardón de su dilatada y laureada carrera literaria: el del unánime reconocimiento social, institucional y popular recogido tras la noticia de su fallecimiento, y lacrado con un emotivo y masivo funeral en la herreriana catedral de Santa María, de trazo austero pero de sólida factura, como la prosa de Delibes.

Ése fue el escenario del último tributo a quien "nos enseñó a mirar", como rezaba la dedicatoria de una de los centenares de coronas de flores a él dedicadas y firmada por "Pacífico Pérez", protagonista de La guerra de nuestros antepasados. "No sólo Valladolid tiene en él a su novelista más emblemático, sino España entera y también la amplia comunidad de hispanohablantes", reflexionó durante su homilía el administrador diocesano de Valladolid, Félix López Zarzuelo, delante de los siete hijos del escritor.

En una ceremonia a la que asistieron también la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, y la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, el celebrante se hizo eco de la "deuda impagable" contraída con un escritor "a quien no sólo debemos un sólido manejo del idioma", sino también el haber puesto su talento "al servicio de la verdad desde su encarnación en el humanismo cristiano".

Delibes se preocupó del hombre desde la infancia (El príncipe destronado) y la adolescencia (El camino); se ocupó de la promoción de la mujer (Cinco horas con Mario); abordó los valores de la familia (Mi idolatrado hijo Sisí); no olvidó a los más desfavorecidos (Los santos inocentes); ensalzó la sabiduría del mundo rural (El disputado voto del señor Cayo) y apeló a la concordia con quienes piensan de distinta manera (El hereje).

Desde el altar de la Catedral, el primogénito de Delibes, el biólogo del mismo nombre, agradeció las numerosas pruebas de afecto que ha recibido la familia y la figura de su padre, "que en los últimos tiempos tenía más ilusión en la otra vida que en ésta", reconoció.

Centenares de personas aguardaban en el atrio y en calles adyacentes al ataúd con los restos mortales del escritor para darle un último saludo. Entre el viernes y el sábado, unas 20.000 personas mostraron sus respetos a Delibes en la capilla ardiente instalada en la Casa Consistorial y desde donde partió el mediodía de ayer el cortejo fúnebre en medio de un impresionante fervor popular.

Más de una docena de libros de adhesiones, expuestos en el velatorio, han reunido gavillas de comentarios, elogios y agradecimientos con la sencillez de la inspiración, el calor de lo espontáneo y el candor de lo popular. "Aunque te vayas, sigue escribiendo", le pedía una niña. Actores como María Fernanda d'Ocon (Desi en la versión teatral de La hoja roja) y Juan Antonio Quintana; escritores como Gustavo Martín Garzo y el académico José Antonio Pascual, además de amigos íntimos como el etnógrafo Joaquín Díaz, despidieron al novelista junto a un nutrido elenco de representantes institucionales.

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