Dejarse el alma en el cante

Fallece en Sevilla a los 74 años de edad el eslabón principal de una de las sagas flamencas más geniales de la historia, un gitano de ojos azules con una voz tan grande como Mairena y Pastora.

Dejarse el alma en el cante
Dejarse el alma en el cante
Charo Ramos

13 de julio 2016 - 09:31

Su madre, María La Perrata, apenas un hilo de voz al final de su vida, no se resistía a cantar con los nudillos, logrando que el compás de aquellas manos gastadas por el tiempo se sumara como una garganta más a las celebraciones familiares en Lebrija. También hasta la madrugada de ayer su hijo, Juan Peña El Lebrijano, se aferró al cante porque en él se había dejado, durante 74 años, el alma. "Lo he dado todo sobre las tablas, me he desnudado cantando y nunca me he guardado lo que sentía", reconocía a este medio antes de actuar el pasado febrero en el escenario del teatro Sadler's Wells de Londres en la que, por desgracia, ya es la última actuación internacional del cantaor, fallecido ayer en su casa del sevillano barrio de San Julián a consecuencia de una dolencia cardíaca de la que había sido intervenido recientemente.

Juan Peña El Lebrijano, tío de David Peña Dorantes, primo de Fernanda y Bernarda de Utrera así como de Tomás de Perrate, por citar sólo a algunos de los miembros del linaje de Perrate de Utrera que conecta el arte grande de esta localidad con Lebrija y Sevilla, se despidió de la vida con la tranquilidad de ser profeta en su tierra. Medalla de Plata de Andalucía, Medalla al Mérito en el Trabajo -que le valió el título de Excelentísimo Señor- y Giraldillo del Cante en la pasada edición de la Bienal de Sevilla, entre otras distinciones, fue un pionero que eligió la ortodoxia para innovar. "Las grandes cosas se hacen de lo que hemos vivido, de lo que hemos mamado, de nuestras raíces. De donde no hay no sale nada", confesaba.

Ayer los mensajes de condolencia, cariño y admiración se dirigieron a la capilla ardiente instalada en el Teatro Juan Bernabé de Lebrija, la localidad cuyo nombre él paseó por el mundo porque El Lebrijano se sentía, antes que nada, "un gitano de mi pueblo". Para sus admiradores era, además, el genio que introdujo el flamenco por primera vez en los más grandes escenarios, como el Teatro Real de Madrid, y que contribuyó a engrandecerlo en discos míticos como De Sevilla a Cádiz, donde recorría los cantes emblemáticos de ambas provincias y logró reunir a Niño Ricardo con Paco de Lucía. El Lebrijano iba a revisar este álbum en el espectáculo que preparaba para la próxima Bienal junto al cantaor José Valencia, considerado por muchos su sucesor natural, y la bailaora Pastora Galván. La Bienal se ocupará ahora, según anunció ayer su director, Cristóbal Ortega, de que ese programa se convierta en un homenaje a su figura.

En sus inicios, y hasta que ganó en 1964 el concurso de Mairena del Alcor, Juan Peña combinó el cante con la guitarra, que fue otra de sus pasiones, como demostraba el enorme cariño que dedicó siempre a su tocaor favorito, su sobrino Pedro María Peña, y su aprecio por los maestros que, como Manolo Sanlúcar o Juan Habichuela, le acompañaron en sus más de 30 registros discográficos.

Si en sus inicios como cantaor en su estilo se evidencia el magisterio de Mairena, luego será decisivo el de La Niña de los Peines, "cuya influencia ya se aprecia en el disco De Sevilla a Cádiz", advertía él. Con Pastora Pavón, que le entregó un día ese pañuelo que él quería pasar como un testigo a Joselito Valencia en la próxima Bienal, trabajó a finales de los 50 antes de incorporarse a la compañía del bailaor Antonio Gades, etapa que consolidó su inquietud vanguardista tanto como su compromiso político.

Eslabón imprescindible que ligaba a las distintas generaciones flamencas, este maestro de todos logró con el hermoso timbre de su voz redonda atraer al flamenco a nuevos seguidores a través de proyectos como Persecución o Encuentro, disco donde abrazó el mundo arábigo andaluz junto a la Orquesta Andalusí de Tánger.

Su interés por abrirse a otros sonidos sin dejar jamás de vivir intensamente el cante en el seno de su propia familia le ilumina ahora en su último viaje. "Le he propuesto al sello Ariola publicar el disco de mi vida, un proyecto sobre Tagore, que murió el 8 de agosto del 41, el mismo día que yo nací. Se titulará El jardinero de Lebrija. Es todo en prosa, no en verso, pero yo nunca he hecho en mi vida una mala maqueta, y le quiero meter violines de mi gran amigo Faiçal y sé que las cosas están muy difíciles para grabar pero, de un modo u otro, lo haremos", soñaba apenas unas semanas atrás este gitano rubio de ojos sorprendentemente azules que vivió tan intensamente como cantó.

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