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10 años sin Paco de Lucía

Paco de Lucía | Aniversario

Hoy se cumplen 10 años del fallecimiento en la Playa del Carmen de México del más influyente músico flamenco y español del siglo XX

Paco de Lucía y Chick Corea en el Festival de Jazz de Vitoria. / Grupo Joly

La ficha

'El enigma de Paco de Lucía'. César Suárez. Lumen, 334 pp.

El libro es una biografía compuesta de viñetas narrativas cortas, rápidas, imaginadas o trascritas de programas de televisión, de fotografías, entrevistas, etc. Muchas proceden de viva voz de sus coprotagonistas, desde Casilda Valera hasta Carles Benavent. Y otras de las hemerotecas, los archivos de vídeo, audio o fotográficos, etc. Sus siete capítulos están centrados en un momento o en una etapa clave del guitarrista, aunque no con una secuencia cronológica estricta: su infancia, sus inicios profesionales con su hermano y con José Greco, su asalto a las listas de ventas, sus grandes creaciones, su relación con Camarón, etc. Lo más flojo del libro es el capítulo que dedica su autor a la historia del flamenco que, por otra parte, es prescindible, como el dedicado a Ramón Montoya.

Portada de 'El enigma de Paco de Lucía'.

Paco de Lucía murió el día 25 de febrero de 2014 en la Playa del Carmen. Hace justo una década y sin embargo nuestra sensación de orfandad, la que quedó en el mundo de lo jondo tras su muerte, tiene un peso, no de diez, sino de 100 años. Y es que justo cuatro años antes se había muerto Enrique Morente. Fueron dos golpes muy duros, por imprevistos. Sus lecciones de fidelidad a lo jondo y de tolerancia se hacen hoy más necesarias que nunca. Fue la afición del guitarrista semiprofesional Antonio Sánchez, padre de Paco de Lucía, la que fundó esta dinastía flamenca que en los primeros 60 alumbró al dúo flamenco infantil Los Chiquitos de Algeciras en el que se inició Paco con su hermano Pepe, más tarde apellidado artísticamente también De Lucía. Pronto descolló Paco como adolescente tocaor de grandes estrellas de lo jondo en la discográfica Philips (El Sevillano, Niño de Barbate, al que siguieron Fosforito, El Lebrijano, etcétera) hasta que el niño se estrenó como solista con un EP en 1964. Su primer disco grande en solitario es de 1967, La fabulosa guitarra de Paco de Lucía, una verdadera revolución con tan sólo 19 años. Las innovaciones de esta obra son resultado, en buena medida, de su contacto con la música brasileña, que conoció durante una gira por el país sudamericano como miembro de la compañía de Antonio Gades. Había estado antes en Brasil con Greco, según señaló en alguna entrevista, pero la férrea disciplina que el bailaor norteamericano imponía a su compañía le impidió conocer el país en profundidad.

Ese fue el comienzo de una larga carrera como solista que cambiaría para siempre el mundo del flamenco. Son tantas las revoluciones de este músico genial que es difícil creer que todas ellas fueran protagonizadas por una misma persona. Así, por ejemplo, la enorme popularidad que dio a la guitarra flamenca, a un artista flamenco, su disco Fuente y caudal (1973), tema del que se ocupa el primer capítulo de este libro. El repertorio no se alejaba de sus cinco entregas solistas anteriores (no tres, como señala esta obra). Pero la genialidad, siempre relativizada por el tocaor, de incluir unas variaciones por rumba para completar la minutación, le abrió la puerta de los programas radiofónicos comerciales y de los platós de televisión. De la noche a la mañana, gracias a la labor de su manager de entonces (Jesús Quintero), Paco de Lucía se convirtió en el flamenco más popular de España y en uno de los artistas de masas de nuestro país protagonizando, incluso, entrevistas y series en las revistas juveniles la época.

En los 70, además de llevar su música al Teatro Real (1975) y de interpretar a Falla con el grupo de jazz Dolores (Interpreta a Manuel de Falla, 1978), conoció y compartió escenario con John McLaughlin y Al Di Meola. Es decir, a las influencias sudamericanas y nacionalistas sumó su conocimiento de los códigos de improvisación del jazz. Esta última experiencia se concretó en 1981 con una nueva revolución y dos discos: Castro Marín, en formato de trío de superguitarristas y su reverso con el sexteto, Sólo quiero caminar. Este último se abre con unos tangos homónimos que son una declaración de principios y un himno generacional. Lo que antes había sido un intercambio de experiencias, en Sólo quiero caminar se convierte en un nuevo hito de la música contemporánea. El mítico sexteto que lo interpreta marcaría para siempre el combo flamenco, no sólo para instrumentistas, también para cantaores y bailaores: Carles Benavent y Jorge Pardo se inventan el bajo y la flauta y el saxo flamencos, con técnicas importadas de la guitarra y la voz flamenca. Y el percusionista brasileño Rubem Dantas incorpora, para siempre, el cajón peruano a lo jondo: aunque la historia oficial dice que el cajón se incorporó por primera vez en disco en Solo quiero caminar, creo percibir su sonido en la Canción del fuego fatuo del disco de 1978. Como ven, aún quedan cosas interesantes que descubrir en la música de Paco de Lucía. Esas son las cosas que a este lector le gustaría encontrar en un nuevo libro sobre Paco de Lucía.

Este flamenco eléctrico tuvo un éxito tan rotundo que inventó, de un solo golpe, el llamado nuevo flamenco. Y generó toda una legión de imitadores. El impacto fue tal que Paco de Lucía graba su siguiente obra, Siroco (1987) a guitarra sola: minera, soleá, rondeña. El inventor del flamenco eléctrico, que había llevado también al cante como productor de los discos de Camarón, reivindica lo jondo más clásico. Pero no como un acceso tradicionalista sino actualizando los toques tradicionales con técnicas, ritmos y armonías contemporáneos. El mundo del flamenco, el de la música en general, no daba crédito. Renunciaba a los estribillos corales, a la presencia mayoritaria de estilos festeros, a los instrumentos eléctricos... y se ampliaba armónica y técnicamente el mástil de la guitarra con la cosecha del jazz, el rock, la música nacionalista, la propia fecundidad musical del tocaor.

Vendrían más discos sociales, con Chick Corea (Zyryab, 1990), el supertrío con McLaughlin y Di Meola (1996) o El concierto de Aranjuez (1991). Pero el camino a seguir sería la reivindicación del legado jondo en Luzía (1998) y Cositas buenas (2004).

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