“Debemos proteger todos los espacios que las mujeres han conquistado”
MARÍA FOLGUERA | ESCRITORA Y GESTORA CULTURAL
Elena Fortún o Carmen Laforet son algunas de las autoras que invoca en 'Hermana. (Placer)', una novela sobre la importancia de la amistad y de la confrontación con el otro
La ficha
'Hermana. (Placer)'. María Folguera. Alianza Editorial. Madrid, 2021. 192 páginas. 16 euros
María Folguera (Madrid, 1984) es dramaturga, filóloga, directora artística del Teatro Circo Price y en su nueva novela editada por Alianza, Hermana. (Placer), mezcla realidad y ficción para narrar la vida de dos amigas -inspiradas en la propia autora y en su gran cómplice, la actriz Julia de Castro- y los entresijos de la Enciclopedia de los buenos ratos de las escritoras que escribe una de ellas.
-Su protagonista principal busca momentos de placer y alegría en la vida de las autoras españolas que admira escudriñando sus cartas y diarios para crear una singular Enciclopedia de los momentos en que se lo pasaron bien. ¿Qué impulsa esa exploración?
-Buscaba un diálogo con esa mitomanía que me ha marcado mucho pero también a cualquier escritora con la que hable. De niñas leemos de modo inocente los libros que nos fascinan, como Celia o Harry Potter, sin plantearnos qué persona hay tras Elena Fortún y J. K. Rowling. Pero cuando empiezas a escribir buscas quien te acompañe en tus complejos o miedos, y experimentas gratitud cuando alguien a quien admiras se vio en una situación parecida a la tuya, sea la soledad, la maternidad... Y en esa mitología de las escritoras ha abundado el martirologio, el sufrimiento, el fracaso vital. A los 20 años, cuando estudiaba Literatura y Teatro, me di cuenta de que las autoras que me interesaban, como Virginia Woolf o Sylvia Plath, tenían una relación estrecha con el suicidio, la locura o la muerte. Aquí exploro sobre todo las vidas de escritoras españolas como Fortún que fueron modernas en los años 30 y tuvieron que ser estratégicas en los años 40 para seguir publicando. Las cosas ocurren porque las cuidan los demás, no caen del cielo. Las conquistas no son lineales y debemos proteger y valorar los espacios que las mujeres han conseguido fruto de un trabajo de décadas.
-Su novela recuerda los lazos que estas autoras establecieron entre ellas.
-Hay que reivindicar la soledad, que es necesaria para la creación, pero a veces a las escritoras se nos las presenta como solas. Y en cambio se habla de la generación del 27, de la tertulia del Café Gijón y de la del Café Pombo, hemos visto fotos de todos ellos en grupo, sabemos de sus correrías y de sus amistades míticas. Ahora por fin se reivindica el Lyceum Club Femenino de María de Maeztu, Zenobia Camprubí, Victoria Kent, Concha Méndez, y también esas relaciones de maestra y discípula, como las que se dieron entre Elena Fortún y Carmen Laforet, que exploro en el libro. Por otro lado, el vínculo entre la protagonista y su amiga me permite introducir en la novela reflexiones sobre la importancia de confrontarnos con el otro que estaban ya en el célebre ensayo de Carmen Martín Gaite La búsqueda del interlocutor.
-¿Qué quería contar aquí de Elena Fortún que no pudo abordar en sus aproximaciones desde el teatro?
-Mi madre me leía Celia desde niña y durante años no fui consciente de lo mucho que había influido en mi literatura porque cuando estudias tiendes a buscar maestros más socialmente conocidos o prestigiados. Sólo hace poco recordé lo mucho que me gustaba su estilo y, gracias a los hallazgos editoriales, descubrí nuevas facetas de ella como escritora. El CDN, que entonces tenía al mando a Ernesto Caballero, me encargó dirigir Celia en la revolución y adaptar Oculto sendero a teatro y yo le hice la contrapropuesta de centrarnos en la relación de Fortún con la escritura biográfica y la autoría. Y así creamos Díptico Fortún, a partir del trabajo de las tres investigadoras que han recuperado su figura -Marisol Dorao, Nuria Capdevila-Argüelles, María Jesús Fraga-, bastante desconocida hasta hace pocos años. Pero no quería centrarme solo en ella en Hermana. (Placer) y por eso en la Enciclopedia van apareciendo otras autoras como Martín Gaite, una figura clave porque es la conexión con Rosa Chacel y con Elena Fortún, pues fue su primera valedora y la guionista de Celia, además de adelantarse a su tiempo con su reivindicación de la copla, lo popular, la literatura para niños y los cuentos de hadas en títulos como Caperucita en Manhattan. Carmen Martín Gaite, que siempre fue muy cuidadosa con su vida privada, bordeó la autorreferencia y la autoficción en su obra y quise cerrar mi libro con ella.
-En la Enciclopedia exalta voces más recientes, como Elvira Lindo.
-Ha sido una gran pionera del humor y la ligereza, que forman parte de la vida y la cultura. Me interesa mucho esa Elvira Lindo que en los 90 sentía que para ser tomada en serio tenía que tomar una postura seria y grave, que una escritora no se podía permitir la frivolidad. A menudo se obvia al hablar de ella su gran éxito internacional con Manolito Gafotas. Es absurdo que en España la literatura infantil no tenga un mayor reconocimiento porque es el paso imprescindible de todos nosotros como lectores.
-Por contra, resulta doloroso leer las cartas entre Laforet y Fortún.
-Es una correspondencia muy triste y deprimente porque cuenta dónde quedó ese proyecto de modernidad que fue la Segunda República y es especialmente desgarrador ese pasaje en el que hablan de podar el deseo. Fortún se sentía muy culpable del suicidio de su marido y vivió con muchísimo dolor su propia homosexualidad. Es una suerte que el manuscrito de Oculto sendero haya sobrevivido, es un libro sin filtros, genial y, a su manera, una enciclopedia de la deseducación sexual. Laforet, que era mucho más joven que ella, buscó toda su vida una relación propia con la libertad, con la autoría y tenemos que redescubrirla más allá de la mitología de Nada porque La isla y los demonios es otro libro buenísimo.
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