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Crítica de Cine cine
SUNSET SONG
Drama, Reino Unido, 2015, 135 min. Dirección y guión: Terence Davies. Fotografía: Michael McDonough. Música: Gast Waltzing. Intérpretes: Agyness Deyn, Peter Mullan y Kevin Guthrie. Cine: Avenida.
Terence Davies es el mejor y más creativo director de los últimos 30 años del cine británico. Es un genio cuando convierte en poesía su odio y su dolor, como hizo en los tres mediometrajes que conforman la Terence Davies Trilogy (1976-1983) y en sus largometrajes Distant Voices, Still Lives (1988), El largo día acaba (su obra maestra, 1992) y Of Time and the City (2008). Odia y le duelen a partes iguales su infancia en un barrio obrero de Liverpool en la dura posguerra inglesa, su numerosa familia gobernada por un padre brutal y protegida por una madre maltratada que hallaba su refugio en la religión, su soledad de católico en una sociedad mayoritariamente protestante y de homosexual en un entorno agresivamente homófobo. Todo sufrido por una sensibilidad en carne viva. Sus citadas películas mayores son un doloroso y dolido ajuste de cuentas con ese pasado. Y es un muy buen director cuando abandona solo en parte, porque siempre las lleva a su terreno, su universo personal para filmar obras de John Kennedy Toole (La Biblia de neón, 1995), Edith Warton (La casa de la alegría, 2000), Terence Rattigan (The Deep Blue Sea, 2011) o, como en este caso, Lewis Grassic Gibbon.
A causa del carácter poco comercial de su cine, y de la ola de vulgaridad que hace hoy tan difícil sacar adelante proyectos creativos personales, Davies suele tener graves problemas de producción. Ha soñado con Sunset Song durante cuarenta años -desde que vio la adaptación televisiva en una miniserie de la BBC emitida en 1971- y ha luchado por ella durante quince años tras ser rechazada una y otra vez por las ayudas estatales y los productores. Esta batalla lo tuvo retirado de la dirección de largometrajes de ficción durante once años, dedicándose a adaptaciones radiofónicas (Las olas de Virginia Woolf), direcciones teatrales (Tío Vania de Chéjov) y al documental (Of Time and the City). Finalmente lo logró. El resultado es hermoso y emocionante, pero inferior a lo soñado por Davies y a lo que puede esperarse de él. Es necesario añadir que se espera tanto de él que este no estar a su propia altura no impide que se trate de una gran película de una belleza significativa e inteligente que contiene intensos momentos dramáticos.
Esta lírica y dura historia de amor y superación, de lucha y supervivencia, desarrollada a lo largo de un amplio espacio de tiempo en la Escocia de principios del siglo XX y con una intervención decisiva de la Primera Guerra Mundial, ha chocado con dos obstáculos. Uno es la incapacidad de Davies para filmar convincentemente la guerra. ¿Cosa de los realizadores seriamente esteticistas? Las fallidas escenas bélicas de Sunset Song me recuerdan el único reproche que se le puede hacer a esa obra maestra que es El Gatopardo: sus escenas de combate. El otro obstáculo es la elección de los actores que, con la excepción de Peter Mullan, no acaban de encajar en sus personajes. Especialmente el soso Kevin Guthrie, un error que la película paga caro. Sí lo hacen, en cambio, las actrices, con una estupenda Agyness Deyn en cabeza y una conmovedora Daniela Nardini.
Davies triunfa en la identificación entre la fuerza de su protagonista y las tierras escocesas, en la construcción de las atmósferas, en el uso de las canciones tradicionales a través de las que -como en sus películas autobiográficas- logra una total identificación emocional entre los personajes y el público, en el prodigioso uso de la luz y la composición del plano. Y logra emocionar cuando se lleva la historia a su terreno, repitiendo situaciones dramáticas presentes en su cine por haberlo estado en su vida: el padre brutal, la solidaridad entre los hermanos, la madre sacrificada y la lucha solitaria por sobrevivir enfrentándose a un entorno hostil.
Un Davies menor y una película mayor. Es lo que pasa con los genios.
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