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Una odisea bajo las bombas
Director y guionista
David Trueba se inspira en la anécdota real de un profesor que enseñaba inglés a sus alumnos con las letras de The Beatles y que visitó a John Lennon en el rodaje en Almería de Cómo gané la guerra para firmar una película extrañamente optimista. Vivir es fácil con los ojos cerrados destila ese amor por la condición humana que el cineasta y escritor ha exhibido otras veces en sus obras: ese recorrido que hace el maestro (Javier Cámara, posiblemente en su mejor papel hasta la fecha) acompañado de una veinteañera embarazada (una estupenda Natalia de Molina) y un adolescente fugado de su casa (un Francesc Colomer más crecido que en Pa negre) es un soplo de humanidad en tiempos de descreimiento. El filme se estrena hoy en los cines tras las excelentes críticas que obtuvo en el Festival de San Sebastián.
-El sol de Almería es casi una metáfora del espíritu de la película. Le ha quedado una obra luminosa, esperanzada.
-Quería que la película fuera un viaje desde la oscuridad a la luz, desde una vida sin esperanza a un mundo donde uno se da cuenta de que puede aportar muchas cosas. La luz de Almería cuenta, pero lo fundamental era transmitir la idea de que no importa la época, todas las épocas son difíciles, lo que importa es que la gente se haga las preguntas correctas y ponga en marcha sus ilusiones, que no renuncie a ellas de manera fácil.
-Puede parecer chocante que un maestro ya maduro busque respuestas en John Lennon, que entonces era un jovencito. Pero alguien como Lennon representaba muchas cosas para la España de entonces.
-Claro, es el icono de la libertad, de la creatividad, del antiautoritarismo, la rebelión frente a las ideas adquiridas, frente al antiguo régimen. También era muy interesante que este personaje estuviera por azar en la España franquista de aquellos años, jugar con lo que podía representar, pensar lo que sentirían los españoles que se acercaran a él o que le buscaran.
-Sorprende que en la realidad un ídolo de masas como Lennon se tomara su tiempo en recibir a ese profesor.
-Estaba agradablemente sorprendido de que aquel maestro usara sus canciones para enseñar inglés, aquello le parecía una idea muy buena. El profesor me contó que su cara era de: Ah, esto es interesante. Le prometió que se llegaría a su colegio y luego nunca fue, pero le envió desde Londres las partituras, los discos... Se portó bien.
-El protagonista lleva una vida personal desastrosa. Es una figura presente en otros trabajos suyos: un tipo perdido al que otorga una gran dignidad.
-Me atraen ese tipo de personas, a las que puede irles bien o mal, pero que en el fondo tienen una enorme honestidad personal, en cómo lo hacen, en cómo lo encaran, en cómo se relacionan con la vida, con sus cosas buenas y malas. Sin desfallecer, pero también sin traicionarse. En ese sentido, sí, los personajes son muy míos.
-Ha logrado un trabajo excepcional de sus actores, pero Javier Cámara y la debutante Natalia de Molina están soberbios.
-Natalia es fantástica, fue toda una sorpresa. Yo buscaba una chica andaluza y se presentó a la prueba sin ningún acento. Estaba muy bien, pero yo tenía una duda con eso... Un día, la chica de casting me dijo que creía que la madre era andaluza [en realidad, la propia Molina lo es: nació en Linares]. Ahí se convirtió en la chica. Y con Javier tenía muchas ganas de trabajar. Es un actor que tiene una conexión humana con los personajes. Yo no quería que usara atajos para llegar a la emoción del espectador, sino que dejara que el personaje creciera y poco a poco se fuera asentando en la retina de los espectadores, porque lo que más deseas es generar personajes que acompañen al público, incluso después de acabar la película.
-Presenta a un padre autoritario, al que interpreta Jorge Sanz, pero no carga las tintas en su retrato, lo muestra más bien como el producto de una época.
-En general tengo tendencia a no ser demasiado maniqueo, a veces incluso me han acusado por no serlo, en realidad no sé de qué. No tengo ningún interés en retratar a personas que respondan a arquetipos demasiado elaborados. Cuando rascas, encuentras contradicciones dentro de cualquiera. Ese padre autoritario es alguien que posiblemente no conoce otra forma de educar, cree que está haciendo lo correcto, pero la vida te enseña dónde se acierta y dónde se equivoca uno. Prefiero no juzgarle yo, sino que le juzgue la película a medida que avanza.
-Por cierto, ¿tienen pensado continuar aquella miniserie de Qué fue de Jorge Sanz?
-No quisimos hacer una segunda temporada, pero nos interesa hacer un episodio de vez en cuando, cuando pasen unos años y aprovechemos así los cambios de la edad, del físico de Jorge. Tenemos muchas ganas de rodar un par de episodios, pero no hacer una producción convencional, encadenar doce capítulos. Huimos de ello en un principio y no vamos a caer en eso porque la serie ha funcionado.
-Vivir... se estrena arropada por una distribuidora convencional después de esa experiencia en los márgenes de Madrid, 1987. Su ejemplo demuestra que hay diferentes maneras de enfrentarse a un proyecto.
-Sería fantástico que lográramos hacer una industria racional, como la hay en otros países, y que no se entienda hacer cine como pelearse contra todo. Debemos corregir entre todos algunos errores, porque hay gente joven con mucho talento que merece ser recibida por otra industria, no esa que sólo tiene dinero para hacer algo muy comercial o algo directo para la televisión. Lo ideal sería que alguien pudiese llevar a cabo la película que tiene en la cabeza. En mi caso, ni hubo una renuncia en la anterior ni una concesión en ésta. Escribo cada película hasta el final, y luego busco los medios para hacerla. Algunas veces necesitas unos elementos, otras puedes prescindir de ellos. Al final siempre digo lo mismo: yo soy fiel a las historias que quiero contar, el proceso entre medias queda para mí.
-La película se estrena ahora, pero, ¿tras los pases previos se le ha acercado algún maestro para darle las gracias?
-Alguno se me ha acercado, muy orgulloso del retrato que se hace de la profesión. Espero que en el futuro los que se dediquen a eso sientan que en esta película se reivindica y se convierte en un héroe a una persona que lo que hacía era pelear por hacer bien su trabajo de profesor. El otro día, Juan Carrión, el profesor del que parte la anécdota, me decía: Lamento que me haya pasado esto tan tarde, que me coge mayor y no lo puedo disfrutar... Para mí una de las satisfacciones es que ahora todo el mundo se da cuenta de la importancia de su historia. El hecho de que el cine se fije en personajes así hace que cobren valor en la sociedad. También me siento feliz por la valoración más general que se hace de la figura del profesor, del buen profesor.
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