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Exposición Dalí en Caixafórum
¿Dónde, cómo, por qué acaba un ciclo creativo y empieza otro? Pasados los años, es relativamente sencillo apreciarlo, pero no tanto –más bien al contrario– mientras ocurre. Hay excepciones, claro. A veces incluso fronteras, fechas exactas. Por ejemplo: 6 de agosto de 1945. Ese día, al conocer lo que había ocurrido en la ciudad japonesa de Hiroshima, el pintor Salvador Dalí sintió miedo, una sacudida espiritual y un estupor tan brutales, que en adelante, durante años, escribiría el artista en su libro La vida secreta de Salvador Dalí, "el átomo", esa entidad casi metafísica capaz sin embargo de alcanzar unas cotas de destrucción jamás conocidas antes, se convirtió en su "tema preferido".
De ese "estremecimiento sísmico" que experimentó surgió Leda atómica, proclamada por el propio pintor, del que ya es sabido que jamás tuvo reparos para celebrarse a sí mismo, como su "primera obra maestra". Pero ese óleo, presentado en la galería Bignou de Nueva York en 1947 y dado por finalizado por Dalí en 1949, supuso algo incluso más importante y profundo: "un punto de inflexión" en su larga y popular trayectoria.
En torno a esa obra gira la exposición Dalí atómico, que hasta el 3 de febrero de 2019 podrá verse en el Caixafórum de Sevilla. Llamada a ser uno de los hitos de la temporada –a estas alturas es sobradamente conocido el enorme poder de atracción que ejerce el catalán incluso entre el público no necesariamente familiarizado con la pintura–, la muestra ahonda en las circunstancias que rodearon el puntilloso proceso de creación de ese óleo que inauguró la etapa "atómica" del pintor.
"Para nosotros es un nuevo formato de exposición, que se basa en una obra capital, en torno a la cual se despliegan bocetos, dibujos, fotografías, proyecciones, libros y objetos que contextualizan esa obra", explica Elisa Durán, directora general adjunta de la Fundación La Caixa. Esa "obra capital" es, claro, la citada Leda atómica, que se exhibe en el centro de una estancia con una cuidada escenografía de oníricas y teatrales cortinas rojas.
Se trata de reproducir con la mayor fidelidad posible la atmósfera de la Sala del Tesoro del Teatro Museo Dalí de Figueras, emplazamiento habitual de la obra, donde suele mostrarse junto a otras dos pinturas de gran importancia sentimental para él, La cesta de pan y Gala de espaldas mirando un espejo invisible. Por ello, y por motivos de conservación y seguridad, Leda atómica apenas sale de allí.
El resto de las 38 obras que completan la exposición tiene interés por sí mismo, pero muy especialmente en relación con esa "primera obra maestra" del pintor. Acostumbrado a quemar etapas con rapidez y precocidad (con 12 años clavaba el estilo de los impresionistas; a los 14 ya había abrazado el cubismo; sólo un año después comenzó a dibujar sus pastiches sobre los Grandes maestros de la pintura), tras la hecatombe nuclear en Japón –a la que siguió el primer ensayo de bomba mediante fisión nuclear de la Unión Soviética en Kazajistán, incrementando unos grados más el pánico global a un escenario en el que la aniquilación de la Humanidad parecía a estar a un solo golpe de botón– Dalí relajó su militancia en el surrealismo –que en todo caso siempre permaneció en la base de sus creaciones– para profundizar en los avances científicos de su tiempo.
"He dejado atrás a papá Freud; ahora mi padre es Heisenberg", dijo él mismo. También llegó a dejar por escrito que ese inmenso impacto, mezclado con una ambigua fascinación por la potencia y el misterio de la energía nuclear, determinaría asimismo su manera de "concebir la pintura de paisajes" en los años posteriores.
¿En qué se tradujo ese nuevo motor de su inspiración? "Se aprecia en el cuadro", señala la comisaria de la exposición, Carme Ruiz. "Tomando como punto de partida el mito de Leda y el cisne, Leda atómica incorpora los conocimientos de física que adquirió Dalí", añade. Nítida, luminosa y sin embargo con su característica pátina inquietante, la pintura muestra a Gala, su pareja, musa y modelo, junto al cisne y distintos elementos de críptico alcance simbólico, en un paisaje no especialmente reconocible, pero que tal vez sea algún lugar de la costa de California, donde Dalí vivió entre 1940 y 1948 y pintó este cuadro; un paisaje en el que el artista, que añoró siempre su tierra natal, encontraba muchas similitudes con su querida Costa Brava, con Cadaqués y los parajes del Cabo de Creus.
"Todo en él flota", explica Ruiz, "todo los elementos están en suspensión" o, como prefería decir Dalí, "nada toca nada". Lo mismo que ocurre, o sea, con los electrones que se encuentran en el interior del núcleo atómico. En su intento de dispararse al futuro –o a la inmortalidad– siguiendo el curso de los revolucionarios hallazgos científicos de la época, el artista intentó reproducir cuestiones endiabladamente complejas, como la estructura atómica, en su manera de componer los lienzos.
Para ello, no dudó en pedir ayuda a científicos como el matemático italiano Matila Ghyka, que lo asesoró meticulosamente, en persona y por cartas que incluían explicaciones, esquemas y dibujos (documentos que se recogen en la exposición), en su tarea de reproducir complicadas y nuevas geometrías. La comisaria de la exposición cree, de hecho, que el libro rojo que aparece en la esquina del pedestal sobre el que levita Gala, "puede ser un guiño metafórico" a Ghyka, en contra de otras interpretaciones que sostienen que se trataría de una Biblia.
Y la cuestión, en todo caso, es que –paradójicamente o no– Dalí trató de conectar sus pinceladas con sus profundos sentimientos religiosos mediante la nueva y en cierto sentido turbadora ciencia de su tiempo. Por eso, esta etapa, de la que Leda atómica es su "cima" y en la que se enmarca también Desmaterialización cerca de la nariz de Nerón, representó a la postre una paulatina transición hacia otra, más prolongada, que él mismo dio en llamar "mística nuclear", que coincidió con el comienzo del verdadero éxtasis de su ambición artística.
Ello implicó el abandono de su anterior método, llamado por él mismo "paranoico-crítico", y por lo demás conceptual y teóricamente confuso si bien muy habilidoso en el arte del naming. Cada vez menos explícitamente interesado en el psicoanálisis y el mundo de los sueños –aun sin desligarse de ellos– y cada vez más más volcado en el nuevo paradigma científico como inspiración central, Dalí se propuso en aquellos años, y no dudó en proclamarlo con sus típicos ademanes teatrales y su mirada de visionario extraviado, "convertirse en un clásico".
Leda atómica marca "el comienzo de ese camino" para trascender el tiempo, que lo llevó a volver la mirada muy atrás, hacia los pintores del Renacimiento y su empleo de la famosa proporción áurea, que trabajó obsesivamente en esos años, y muy en particular con Rafael, cuyas obras tenía siempre a mano en su taller en forma de reproducciones y manuales.
La muestra, de formato pequeño pero ambicioso, descansa fundamentalmente en esta icónica obra, como se ha dicho ya. Pero hay otros alicientes en una exposición que tiene una clara vocación pedagógica y que se acompaña de un enjundioso catálogo que compendia los dos años de investigación realizada por el equipo de expertos de la Fundación Gala-Salvador Dalí.
Fotografías, bocetos, dibujos preparatorios, manifiestos, revistas de los años 40, piezas audiovisuales en las que aparece el propio Dalí explicando su fascinación por la física nuclear y objetos diversos rodean el espacio central donde se encuentra el lienzo estrella, y casi el único, de la exposición. El otro, un óleo muy pequeño –tamaño nada infrecuente en el pintor– y de "ejecución formidable", es Triple aparición del rostro de Gala (1946), que le sirvió al artista para preparar el rostro de Gala en Leda atómica.
Hay no pocas curiosidades en un recorrido dividido en diez "ámbitos", dedicados por ejemplo al taller (en Monterrey) donde Dalí trabajó durante casi toda la década de los 40; a la ubicación del catalán en el contexto artístico y cultural de Estados Unidos en aquella época, un escenario –nunca mejor dicho hablando de alguien que tuvo siempre una marcada conciencia de su propio personaje como prolongación y reclamo espectacular de su obra– en el que el artista asimiló aún más a fondo sus habilidades para desenvolverse en la "cultura de masas; o a la misma Gala, en un apartado que recoge reproducciones –no originales– de obras como Galarina, Piedad, La carne del escote de mi mujer, Retrato geodésico de Gala, Invención de los monstruos, Gala con un olivo o Retrato de Gala con langosta, junto con las fotografías de su esposa, musa, y modelo recurrente que usó Dalí para pintarlas en cada una de ellas con mayor detalle...
Un ejemplar de su manual 50 secretos mágicos para pintar, que el artista publicó para que los jóvenes aprendieran a pintar "tan bien como él", pero también para acercar su obra al gran público y para imitar –de nuevo– esa práctica tan habitual en los artistas del Renacimiento; su célebre clasificación de pintores de todas las épocas con la tabla de puntuación de su aportaciones en materia de "color", "inspiración", "génialité" u "originalidad", en la que por supuesto se incluyó a sí mismo con notas no precisamente rácanas; distintos objetos de evidente intención didáctica –ya sea acerca de la proporción áurea o de los fundamentos de la física atómica–; o las distintas grabaciones de Salvador Dalí desgranando sus filias estéticas y sus siempre grandiosos objetivos, se cuentan, también, entre los materiales con los que esta muestra propone una nueva puerta de entrada, más allá de los relojes derretidos o el Crucificado de tantos hogares españoles, a uno de los artistas de mayor fama del siglo XX.
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