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Cuento de hadas histórico

'Barnaby Rudge' nos ofrece una historia de poder humano que se enfrenta a poderes que no lo son

Cuento de hadas histórico
Marian Womack

23 de mayo 2012 - 05:00

Barnaby Rudge. Charles Dickens. Trad. Ramón González Férriz. Belacqua, Barcelona, 2007. 832 páginas.

Las novelas inglesas poseen una relación fértil con la propia historia de Inglaterra. La idea de que el pasado de Albión puede iluminar su presente, y que el saber actual puede arrojar luz nueva sobre el pasado, es algo que podemos extraer de obras contemporáneas como Afinidad, de Sarah Waters, o En la corte del lobo, de Hilary Mantel. Esta tradición ancla sus raíces en el siglo XIX con la obra de autores como Walter Scott o William Thackeray, pero también, de forma especialmente triunfal, con la quinta novela de Charles Dickens, Barnaby Rudge (1841).

Barnaby Rudge no suele considerarse una obra que destaque de la producción dickensiana. Se escribió justo cuando el autor se aproximaba a los estertores de su primera época de genio, tras los cuales perdería, al menos de forma temporal, la habilidad para juzgar aquello en lo que el público se mostraría interesado. Sin embargo, en la forma sutil en la que emplea el material histórico a su disposición, así como su percepción de la existencia de fuerzas arquetípicas que se arrastran bajo la superficie de cualquier suceso, posee un poder metafórico que la hace superior a su otra obra de ficción histórica posterior, Historia de dos ciudades (1859).

La novela se desarrolla durante las revueltas anticatólicas de 1780, conocidas como las Gordon Riots, durante las cuales, durante una semana de junio, Londres fue saqueada por multitudes de alborotadores en un principio instigadas por Lord George Gordon, el presidente de la Sociedad Protestante. La razón que alegaron para su descontento fue la aprobación por parte del Parlamento de la Catholic Relief Act en 1778, un paso "inaceptable" hacia la emancipación católica, y que Gordon, apoyado por unos 60.000 protestantes, intentó erradicar. Sin embargo, este fogonazo inicial fue olvidado por entero durante el recrudecimiento de la revuelta. Cuatro días más tarde el mismísimo Banco de Inglaterra se encontraba bajo amenaza, y partes de la prisión de Newgate habían ardido. Las autoridades únicamente recuperaron el control de las calles de Londres tras desplazar hasta la capital a tropas de todo el país. Unas trescientas personas murieron.

Es un testamento al genio de Dickens que logre domesticar todas estas fuerzas bajo el control de su batuta literaria. La mayoría de los principales instigadores de las revueltas aparecen en Barnaby Rudge, desde Lord Gordon hasta el comerciante católico Thomas Langdale. Sin embargo, el autor se concentra en tres familias: los católicos Haredale, los protestantes Chester, y la familia Rudge.

La relación entre Edward Chester y Emma Haredale es una recreación sin más complicaciones de la historia de Romeo y Julieta, en la que el amor de los jóvenes es sujeto a la prohibición de sus respectivas familias. Si ellos fueran los únicos personajes principales en Barnaby Rudge nos encontraríamos ante una obra mucho más sencilla y menos interesante de lo que es en realidad. Lo que Dickens logra al introducir una tercera familia, los Rudge, es convertir una narrativa sencilla de opuestos en algo mucho más complejo.

Una descripción superficial de Barnaby Rudge parecería indicar que posee alguna clase de defecto metal. Dickens se esfuerza en enfatizar que Barnaby es "simple", que no posee "intelecto", que sin lugar a dudas demuestra una cierta "ausencia de alma". Sin embargo, mediante varias pistas e indicaciones, Dickens ofrece una explicación que va más allá sobre la extrañeza de Barnaby. Su madre, cuando recuerda la infancia de su hijo, apunta que su problema no se reduce a ninguna tara mental, que "no se trata de embotamiento sino de una cosa infinitamente peor, tan terrible y carente de toda inocencia… la habitación en la que solían descansar; el lugar en el que se situaba la cuna; el niño, envejecido y con el rostro de un duendecillo, aquel rostro que amaba, y que la contemplaba con la mirada perdida y asalvajada, canturreando alguna canción impía mientras ella lo mecía sentada a su lado".

Barnaby no pertenece a este mundo. La palabra "duende" sugiere sin lugar a dudas que el lector debe interpretarlo como una criatura de la tradición mágica inglesa, un changeling, un goblin cambiado en la cuna por un bebé normal. Otras alusiones, por ejemplo el hecho de que se entienda mejor con los animales que con las personas, en concreto con su cuervo Grip, confirman esta interpretación.

Al final Barnaby, sin entender el profundo significado de sus actos, se erige como líder de una de las bandas anticatólicas. Los pasajes que describen sus orgías de pillaje se cuentan entre las escenas más poderosas en toda la obra de Dickens: "Sobre el cráneo de un muchacho embriagado se derramó el plomo del tejado en una explosión de fuego líquido, derritiendo su cabeza como si estuviera hecha de cera". Tanto como la fuerza de la imagen, el lector percibe además su profundo significado: en lugar de una historia sobre dos variantes de la fe humana, Barnaby Rudge nos ofrece una historia de poder humano que se enfrenta a poderes que no lo son, en la forma del carnaval de destrucción que puede desencadenarse cuando las hadas inglesas, o los duendes, o los changelings, deciden jugar con la voluntad de los seres humanos. Barnaby Rudge es un cuento de hadas disfrazado de novela histórica: Dickens nos ofrece una descripción tan salvaje de los poderes de la "magia arcaica" sobre los asuntos humanos como lo hizo Shakespeare en El sueño de una noche de verano.

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