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Cuarteto Quiroga & Perianes | Crítica
Cuarteto Quiroga & Javier Perianes
**** 70 Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Cuarteto Quiroga: Aitor Hevia, violín I; Cibrán Sierra, violín II; Josep Puchades, viola; Helena Poggio, violonchelo. Javier Perianes, piano. Programa: Cuarteto de cuerda nº1 en do menor Op.51 nº1 de Johannes Brahms; Quinteto para piano y cuerdas en mi bemol mayor Op.44 de Robert Schumann. Lugar: Patio de los Mármoles del Hospital Real. Fecha: Martes, 13 de julio. Aforo: Casi lleno.
Pasaron por suerte los tiempos en que la producción musical española apenas daba para exhibirse en los grandes circuitos internacionales de cámara. Hoy, dos excelentes cuartetos (el Casals, el Quiroga) compiten desde hace muchos años de tú a tú con los mejores, y aun por detrás vienen otros cuartetos más jóvenes (el Gerhard, el Cosmos) que empujan decididos para ir accediendo a las grandes salas y festivales en un momento en que el género se encuentra en un estado excepcional en prácticamente todo el mundo. No recuerdo tal confluencia de cuartetos de cuerda de tanta calidad (y tantos jóvenes) en ningún otro momento de la historia reciente (la preservada por el disco).
Así que el Cuarteto Quiroga llegó al Festival para poner broche de oro a la residencia de Javier Perianes en este raro 2021 y, aunque la colaboración entre el conjunto y el pianista onubense no es ni mucho menos nueva, no deja de admirar la capacidad para sonar juntos, para trabajar sin fisuras en torno a un mismo concepto, y hacerlo muy especialmente en los dos movimientos que se añadieron como propinas, que, lejos de resultar meras coletillas de compromiso, se conformaron casi como una tercera parte de su actuación, tal fue el grado de profundidad con que los afrontaron y ejecutaron.
Todo había empezado con una interpretación del Cuarteto nº1 de Brahms en la que el Quiroga mostró sus armas: refinamiento e intensidad en el fraseo, claridad impoluta de las texturas, lo que revirtió en un equilibrio depuradísimo, y ello a pesar de que en el Allegro de apertura la vehemencia de algunos ataques provocaron pequeños desajustes (violín de Hevia, sobre todo). Se ha hecho leyenda (difícil muchas veces deslindar la fantasía de la realidad) que Brahms destruyó veinte cuartetos antes de dar por bueno el primero en conocer el honor de la edición, y lo cierto es que hay una maestría en la construcción polifónica de la obra a partir de pequeñas células motívicas que sólo puede entenderse como producto de una larga trayectoria artística en torno al género.
Pues bien, fue gracias a la claridad de los planos sonoros que el Quiroga nos contó el proceso creativo de Brahms: cómo esa gran línea de la que parece brotar todo el cuarteto crece de lo pequeño, de los detalles de articulación, imitación y repetición. Con unas voces intermedias de una presencia y un lustre excepcionales (la viola de Puchades fue un gozo toda la noche), con un trabajo exquisito en las gradaciones dinámicas (admirable en este sentido el Romanze) y unos contrastes netos, la obra creció y se levantó entre dos grandes puntos de tensión (arranque pasional, final poderoso y dramático) con una parte central de distensión, que tuvo su momento más dulce y delicado en ese final luminoso en modo mayor del Scherzo.
No es tan natural como a veces se da por descontado el empaste entre los instrumentos de arco y el piano, y de hecho aunque se habían escrito ya cuartetos en que el segundo violín era sustituido por un teclado, es el de Schumann el primer Quinteto con piano de la historia, una obra además concebida no como cinco voces independientes, sino más bien como un piano de escritura especialmente virtuosística enfrentado al conjunto, por lo que, aunque es cierto que no hay escrita ninguna cadencia, la obra tiene algo de espíritu concertante. De aquí derivó el primer problema serio de la noche: la escena del Patio de los Mármoles obliga a una posición muy trasera del instrumento de tecla, que tiene que sobrepasar toda la cortina de sonido de las cuerdas, y eso provocó algunos desequilibrios en las dinámicas más fuertes, desequilibrios que fueron atenuándose (quizás también el oído fue acostumbrándose; hay veces que las acústicas de los espacios juegan malas pasadas).
El Quinteto fue construido a base de contrastes entre exuberancia y lirismo, y fue sobre todo en estos pasajes, los líricos, en los que el piano de Perianes cantó con la distinción y la profundidad de sus mejores días: la capacidad del músico de Nerva para administrar la potencia sonora de su instrumento no parece conocer límites, y en el segundo movimiento (una Marcha fúnebre de resonancias beethovenianas) lo demostró de forma espectacular. Especialmente brillante resultó el Scherzo con doble trío, el segundo tratado de modo casi humorístico, antes de un Final en el que se impuso el equilibrio entre las partes y el contraste de hasta tres temas (cada uno en una tonalidad diferente), un final escrito con una libertad formal que da personalidad a toda la partitura, y casi parecía recoger aquella famosa divisa de Joseph Joachim, el violinista que tanta relación tuvo con Brahms y con Schumann: "Frei, aber Einsam" ("Libre, pero solitario").
Libres en su individualidad y su distinción tímbrica se mostraron los cinco extraordinarios músicos sobre la escena, pero juntos en su voluntad artística, lo que, como dije al principio, se mostró de forma especialmente significativa en las propinas: el Scherzo del Quinteto Op.57 de Shostakóvich, marcado por un impulso rítmico colosal, siempre con ese punto entre sardónico e hiriente que el compositor ruso reservaba para sus páginas más extravertidas y expansivas, y un casi milagroso Andante del Quinteto Op.34 de Brahms, triunfo absoluto de la melodía, tan serena, tan calma, tan extasiante, que hasta la brisa de la noche pareció venir a celebrarla.
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