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roma | estreno en netflix
Roma es a la vez el pasado y uno de los posibles futuros del cine. Es el pasado porque actualiza el naturalismo realista del cine mexicano, el de las grandes tendencias del realismo, ya sea el francés de los años 30 o el de los maestros italianos de los 40 y 50, el del realismo moderno de los nuevos cines latinoamericanos de los años 60 y 70. Sin olvidar la huella de los maestros mexicanos Felipe Cazals y Arturo Ripstein. Y es uno de los futuros posibles del cine (o de la imagen en movimiento por ser más exactos) porque se distribuye a través de Netflix para el consumo doméstico.
Entre este pasado y este futuro se nos presenta como un luminoso presente de puro cine. Sorprende que el premiado aunque irregular Alfonso Cuarón haya alcanzado esta altura. Ni sus inicios con una correcta adaptación de La princesita de Hogson Burnet y una mala de Grandes esperanzas de Dickens, ni su incursión en el universo Rowling con Harry Potter y el prisionero de Azkaban permitían presagiarlo. Tampoco las más interesantes Hijos de los hombres y Gravity. Habría que remontarse al lejano Cuarón mexicano de Solo con tu pareja e Y tu mamá también, sus dos únicas películas ambientadas en su país que contaban con guiones originales (las otras menos Gravity se basan en novelas) y no eran grandes producciones.
Ahora Cuarón regresa a México reflexionando como se debe hacer en cine, a través de poderosas imágenes, sobre la historia y la memoria de su país en los años 70. Ha vuelto a sí mismo, a su calle en la acomodada colonia Roma, a su infancia, a un México que perdió por la ausencia (hace 27 años que lo dejó) y por el tiempo (reconstruye paisajes urbanos ya perdidos, entre ellos, con ternura, una maravillosa sala de cine: curioso, en una película Netflix). Y regresa a Cleo, la protagonista verdadera de esta obra coral llena de espléndidos retratos, que en la realidad fue la nana de Cuarón y sus hermanos, a la que dedica la película.
Hay luz y oscuridad, amor y desamor, generosidad y egoísmo, sacrificio y crueldad, vida íntima y sucesos públicos, asesinos paramilitares y estudiantes. La vida tal como fue en aquel México inmediatamente posterior a la matanza de Tlatelolco. Y tal como Cuarón la recuerda y recrea en un blanco y negro de absoluta pureza y austeridad, sin más música que la que se oye a través de los aparatos de radio y televisión o las ventanas abiertas, con una inmensa sensibilidad y sabiduría cinematográfica.
Con esta gran película Cuarón se ha redimido, si fuera necesario, de lo que Ripstein dijo de su generación: "lñárritu, Cuarón, del Toro… Son mexicanos de nacimiento, pero no hacen cine mexicano".
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