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Convivencia de primera

El sevillano Óscar Clemente retrata en '3a. (Se necesita chica para trabajar)' la relación entre ancianos y cuidadores, dos grupos estigmatizados que enseñan una lección de vida

Fotogramas del documental que narra las relaciones que se tejen entre cuidadores latinoamericanos y personas mayores.
Patricia Godino / Sevilla

13 de noviembre 2008 - 05:00

Hace tres años, Óscar fue a visitar a sus abuelos a Madrid. Le abrió la puerta de esa casa de la que conocía cada rincón una chica boliviana a la que no había visto en la vida. Una desconocida cuidaba de sus abuelos. Ése es el punto de partida del proyecto del documental 3a (se necesita chica para trabajar...), que se proyecta mañana dentro de la sección Panorama Andaluz del Sevilla Festival de Cine (Nervión Plaza, 19:20).

Los ancianos que protagonizan la historia representan "la primera generación de abuelos españoles que son cuidados por personas ajenas al entorno familiar", explica Óscar Clemente (Sevilla, 1974), director del documental de la productora andaluza Son de producción, cinta en la que también han participado Canal Sur y la Consejería de Cultura.

El relato, que comienza con fotos fijas de carteles escritos a mano que adornan farolas y cabinas de todas las ciudades, narra cuatro historias cruzadas de ancianos que no pueden valerse por sí mismos y que personifican a "la primera generación de abuelos que son cuidados por personas ajenas al entorno familiar". Lázaro, Juan, Olga, Alberto y Visitación representan, para su director y guionista, "la generación con peor suerte: han sido niños de la guerra, muchos tuvieron que emigar, han sido jóvenes y adultos que han vivido una dictadura y son abuelos en una sociedad globalizada en la que hasta el afecto y el cuidado se subcontrata".

Una suerte compartida con sus cuidadores. "Ellos vienen también huyendo de una situación de conflicto y una situación económica grave", continúa Clemente. El título 3a responde a ese nexo común entre personas "que nunca hubieran imaginado que iban a convivir". Durante la preparación del proyecto, una de las cuidadoras le dijo al equipo: "Venimos del 3er mundo a cuidar a personas de la 3a edad; fíjate si contamos poco que los dos somos gente de 3a".

No para el equipo. El documental crea un puente entre estas personas para dar una lección de primera. "La intención -continúa Clemente- era dignificar el trabajo de unos y la vejez de otros". La labor de los primeros es "invisible, callada, afectuosa y cercana", una tarea que desempeñan a diario Delia, Isa, Elisabeth y Tony, el único cuidador varón del relato. "Queríamos que fueran historias representativas de todo el colectivo: Delia llegó a España con 60 años, es pluriempleada y viene a trabajar al máximo durante cinco años y marcharse". Delia, paraguaya, mantiene la mirada triste y abnegada durante todo el metraje. Sonriente y optimista se muestra Isa. Emigró de Perú hace cuatro años y hoy comparte techo y telenovela diaria con Olga, una señora sevillana a la que le aterra la soledad. "Isa llegó a los 20, se ha hecho adulta aquí y está plenamente integrada: tiene un equipo de fútbol con varias peruanas y no piensa en volver". Tony, brasileño, se enfrenta además a sus problemas con el idioma y Elisabeth aprende a soportar la añoranza de los cuatro hijos que tiene en Colombia en un pequeño pueblo castellano mientras cuida y convive con Lázaro. "Uno va viendo a esos viejitos como a sus padres, como a sus abuelos, porque a mí me gustaría que allá mi padre tenga alguien que cuide de él como yo le cuido a Lázaro", dice Elisabeth. El anciano la ve sin embargo como una madre. "Hay momentos en la vida en la que hay cosas que sólo podría hacerte una madre y, como, por desgracia, no la tengo, la tengo a ella".

3a destila ternura, pero no cae en la sensiblería y mucho menos en la sordidez. Las cámaras, que han filmado sus vidas durante seis meses, respetan "la intimidad de los protagonistas" y muestran sus circunstancias tal cual son. Con todos sus matices. Para Tony, "el inmigrante llega aquí con ganas de trabajar pero pasa por tantas dificultades que se vuelve un persona triste". Elisabeth asegura que tuvo "la maleta hecha durante un año. Pensé que no aguantaría lejos de mis hijos". Lázaro acepta su vida y asume su dependencia: "Unos dicen que es malo llegar a viejos, y otros que es peor no llegar... Y yo pienso que tengo que decir que me conformo con lo que tengo. Tengo 93 años y estoy conforme". Mira a Elisabeth con ternura, como un hijo a su madre, y acepta sin mohínes que ella, la que cada mañana le levanta, le abroche la camisa.

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