Literatura
Nuria Labari y la caza del rayo
Conversaciones sobre la escritura | Crítica
Conversaciones sobre la escritura
Ursula K. Le Guin y David Naimon. Trad. Núria Molines Galarza. Alpha Decay, Barcelona, 2020. 104 páginas. 15,90 euros.
Resulta hasta cierto punto lógica la atención dirigida a la figura y la obra de Ursula K. Le Guin (Berkeley, 1929 – Portland, 2018), reforzada sensiblemente tras su muerte, dada la prontitud con la que la autora decidió abordar cuestiones como la igualdad de género y el cuidado medioambiental en su obra de literatura fantástica. Existe un posible ánimo de reparación por cuanto tampoco el canon de la ciencia-ficción se mostró suficientemente sensible como para situar a Le Guin al mismo nivel que, por ejemplo, Philip K. Dick (con quien, por cierto, compartió años de formación en un instituto de Berkeley, aunque no llegaron a conocerse), lo que, desde luego, siempre es oportuno. Eso sí, a la hora de incorporar a Ursula K. Le Guin como patrona de las causas feministas y ecologistas, se observa cierta tendencia a recuperar, valorar y ofrecer su literatura ensayística, lo que viene de perlas, claro, aunque entraña cierto riesgo dado que incluso la misma autora consideró sus textos de ideas como marginales respecto al corpus de su obra. Dicho esto, sin embargo, cabe recomendar encarecidamente la lectura de un libro como Contar es escuchar, colección de ensayos breves que Círculo de Tiza puso en circulación poco antes de la muerte de la autora y que sirve de testimonio fiel sobre todo lo que Le Guin consideraba en torno a la tradición fantástica desde Homero, la igualdad, la política y otras cuestiones. Eso sí, nunca está de más volver, al mismo tiempo, a la lectura de La rueda celeste y Los desposeídos, por ejemplo, para dar cuenta, una vez más, de la talla borgeana de la autora.
No menos recomendable es la lectura de Conversaciones sobre la escritura, que acaba de poner en circulación Alpha Decay y que constituye mucho más que un complemento a la obra de Le Guin: sus páginas encierran la que seguramente es la defensa y reivindicación más consciente y polémica de la literatura de género en los últimos años, dada la convicción de que el género (entiéndase, lo fantástico) es el depositario de la tradición más longeva, fértil, proteica, rica, diversa y mutante de la historia de la literatura. El breve volumen reúne las entrevistas que mantuvo la autora con el periodista David Naimon en enero de 2018, es decir, escasos días antes de su muerte. El testimonio adquiere por tanto un rabioso rango crepuscular y demuestra hasta qué punto conservó Le Guin su lucidez y su compromiso político y literario hasta el final. Este sello particular se da, por ejemplo, en el contexto: las entrevistas tuvieron parte en su lugar en la KBOO, una emisora comunitaria y social de Portland a la que Le Guin era muy afín, lo que encaja a la perfección con una escritora que receló siempre de los grandes grupos editoriales y prefirió publicar sus novelas en pequeños sellos, algunos incluso abiertamente anarquistas con distribución casi clandestina. Es cierto que esta decisión pudo jugar en su contra a la hora de aspirar al dichoso canon, pero, en todo caso, Le Guin la mantuvo con la mayor honestidad durante toda su trayectoria. Frente al discurso de los vencedores, ella optó por el hemisferio invisible dado el muy alto valor que otorgaba a la libertad de creación.
Buena parte de las entrevistas concedidas a Naimon, por ejemplo, tienen que ver con la insistencia de Le Guin en reivindicar a los autores que, por su género basado en el sexo o la identidad o por el género literario al que decidieron adscribirse, quedaron relegados a esa invisibilidad. Así, en el contexto de la literatura estadounidense del siglo XX, la autora recuerda a Mary Foote, escritora que cayó en el olvido y cuya autobiografía plagió abiertamente (incluso ya en el título) Wallace Stegner para su Ángulo de reposo, con la que ganó el Pulitzer y por la que nunca fue recriminado. Del mismo modo, ya fuera de EEUU, había reivindicado Le Guin a los hermanos Boris y Arkadi Strugatski (autores de Picnic a la vera del camino y Qué difícil es ser Dios) entre los grandes autores rusos de la etapa soviética, una evidencia que ningún crítico accedió a reconocer por el mero hecho de que los Strugatski escribían ciencia-ficción, tanto por convicción como por la posibilidad de burlar así a la implacable censura soviética.
Y es en este punto donde mayor interés reúnen estas Conversaciones sobre la escritura, distribuidas en tres capítulos que abordan respectivamente la narrativa, la poesía y el ensayo si bien todas ellas destilan esta relectura política, radical y necesaria. A tenor de ciertos comentarios sobre La carretera de Cormac McCarthy, que emparenta con On such a full sea de Chang Rae Lee, Le Guin se desata y expresa lo siguiente: "Esos autores no han leído nada de ciencia-ficción. No tienen ni idea de lo que pueden hacer o de qué va el asunto. Lo que suele pasar es que dan muchas vueltas para acabar reinventando la rueda. Se les ocurre una idea, una idea que, además, es ya bastante común en la ciencia-ficción, que se ha trabajado miles de veces, con todo tipo de variaciones literarias, pero, como no se les ha enseñado nada de ciencia-ficción como literatura, ni lo saben. Así que cogen esa idea manidísima y la convierten en libro diciendo: ¡Mirad! ¡Mirad qué genialidad se me ha ocurrido!". Y en otro momento se pregunta la autora: "¿No se daba cuenta [en referencia a Michael Chabon] de que a Cormac McCarthy -aunque todo su libro (con la salvedad del excelso y flagrante empleo de un léxico notoriamente obscuro) se parecía muchísimo a cualquier obra anterior de ciencia-ficción sobre hombres que cruzan el país de un holocausto- nunca, jamás de los jamases, podríamos considerarlo un escritor de ciencia-ficción porque McCarthy era un escritor serio y, por ende, por definición, incapaz de rebajarse a (a)cometer un género? ¿No será que a Chabon, por el hecho de que unos cuantos iluminados le hayan concedido el Pulitzer, se le ha olvidado el valor sagrado de la expresión de masas?". Sólo desde la más asumida voluntad de quedarse fuera de los focos, claro, se puede enmendar la plana a Cormac McCarthy de esta manera. Pero va siendo hora de poner sus ideas en el centro del debate literario. Salvo que todo consista en seguir descubriendo la fórmula de ese refresco que usted sabe.
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