Clara Usón: “ETA convirtió a esa patria que tanto quería en un infierno”
CULTURA
La autora de 'Corazón de napalm' (2009) y 'La hija del Este' (2012), con la que consiguió el premio Nacional de la Crítica, nos muestra el lado más violento del País Vasco de los 80 en 'Las Fieras' (Seix Barral), su nueva novela, en la que radiografía los mundos de ETA y los GAL
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Clara Usón (Barcelona, 1961) consiguió el Premio Biblioteca Breve por Corazón de Napalm en 2009. Cuatro años después -en 2013- llegó el Premio Nacional de la Crítica con La hija del Este. Más de una década después de esta última obra vuelve a abordar el nacionalismo en Las Fieras (Seix Barral), una novela en la que radiografía los mundos de ETA y los GAL con la violencia del País Vasco en los 80 como telón de fondo.
–¿Recuperar los años de la lucha armada en el País Vasco ahora es normalización, pedagogía o rectificación del relato?
-Yo creo que ninguna de esas cosas… (risas). No escribo novelas con mensaje. Sin embargo, hay algo de todo eso. Rectificar el relato, no, aunque la historia siempre es subjetiva, depende de quien la cuente. Yo construyo una historia, aunque hay personajes reales, de una familia desestructurada e infeliz, de cómo se vivía la violencia terrorista de ETA y del GAL en ese País Vasco. E intento contar, incluso comprender, cómo se puede llegar a quitar vidas ajenas, partiendo del dogma.
–También el terrorismo es un mundo contado por y para los hombres, cuando también tuvo un lado de mujer.
-Sí, y esta es una de las cosas que estoy siendo consciente después. Como la mirada siempre ha sido la de los hombres, el que ahora la haya de un mujer se considera feminista. En las entrevistas que he podido leer, las mujeres que formaron parte de ETA se quejan del enorme machismo que existía en la organización y la desilusión que les supuso no alcanzar la soñada triple revolución: por la nación vasca, por el socialismo y por el feminismo, porque esto último no fue compartido por los varones. El mundo del terrorismo también está hecho para los hombres.
–¿Por qué Idoia López Riaño, La Tigresa, qué le atrajo del personaje?
-Porque es la terrorista más atípica que nadie se podría imaginar. Es una mujer, guapa y sin una retahíla de apellidos vascos. Sin pedigrí étnico, que es algo de lo que se quejó posteriormente en la cárcel, cuando sus propios compañeros la llamaban coreana o manchuriana, cuando sentía que lo había dado por la patria vasca. Es un personaje repleto de contradicciones, digno de ser abordado desde la ficción.
–Un personaje sanguinario, con veintitrés años ya había acabado con la vida de veintitrés personas, que en Las fieras habita entre lo misterioso y lo fantasmagórico…
-Porque se ha convertido en un mito. La mujer que mata es un ser extraño, y si encima es guapa es una femme fatale, la mantis religiosa y, por supuesto, puta, que se lo llaman enseguida. Hay una leyenda negra en torno a Idoia, que ella también la ha cultivado, de fama de comehombres, de acostarse incluso con policías y de no hacer nada para reducir su belleza, su aspecto físico. Era muy presumida y vanidosa, y ella misma ha relacionado esos comentarios con hombres que no pudieron conseguirla. En los juicios, por ejemplo, era consciente de que la prensa se fijaba en ella, y se ponía muy guapa, se maquillaba. Todas esas contradicciones me fascinan de este personaje.
–La alter ego de La Tigresa es Miren, que en gran medida es un reflejo/espejo de la primera.
-Exactamente, es la contrafigura. Tienen cosas en común. Eran jóvenes en los 80, viven en barrios obreros, donde prolifera la violencia radical, que luego conocimos como la kale borroka. Miren es de fuera, y es una persona desarraigada, ya que su padre es el enemigo número uno de Euskadi, objetivo principal de los terroristas, un policía corrupto y de extrema derecha. Miren intenta escapar de un ambiente familiar muy hostil, en una Euskadi también muy hostil, debido a la violencia, el miedo, los silencios y la polarización. En una sociedad que utiliza el nacionalismo para tapar las diferencias sociales, ya que el enemigo común es otro y de fuera, y en el ideario el obrero y el empresario van de la mano. A Miren la tenemos en el rock radical vasco y en las drogas, como tantos jóvenes de aquella generación.
–En su novela, el GAL es una coordenada fundamental en la historia de nuestra democracia.
-Lo es. Del GAL se ha hablado muy poco, el poder da miedo. De ETA se ha hablado mucho, pero del GAL muy poco, se ha pasado de puntillas, y sin dar nombres. A los terroristas de ETA que han excarcelado se les exige el arrepentimiento, por ejemplo, pero a los miembros del GAL, no. El propio exministro, (José) Barrionuevo, que fue condenado, es indultado sin arrepentimiento. Porque en el GAL subyace la idea de que si lo haces por el interés del Estado está bien. Fue cuando entró la corrupción en nuestra joven democracia, y yo entiendo que el gobierno de Felipe González estaba muy presionado, por los golpistas y por la propia ETA, pero entraron en el juego y se dejaron llevar. Y para preservar el Estado de Derecho no te lo puedes cargar.
–El nacionalismo ocupa un lugar destacado de la novela, como semilla u origen de lo sucedido.
-El nacionalismo es una vieja obsesión mía, que me viene desde La hija del Este. Durante mucho tiempo la religión fue el dogma, y ahora lo es el nacionalismo. Tiene una realidad suprema, que es la patria, la vasca, en este caso, idealizada, con un pasado de ensueño. La idea es dejar de ser persona para pasar a ser pueblo. Y al fanático se le enseña que las normas éticas se pueden saltar, como el no matarás, porque hay un fin supremo que lo justifica. El nacionalismo se construye contra un enemigo, que normalmente es un hermano, porque el enemigo está muy cerca. La propia Idoia, antes de arrepentirse, se consideraba una idealista, ya que ella mataba símbolos que iban en contra de su patria.
–¿Qué queda de aquel País Vasco y de aquella España de los 80? ¿Hemos aprendido algo de esa lección?
-Quedan muchas cosas. La Transición se malogró con el GAL. A mí me preocupa mucho la politización del Poder Judicial, que está consiguiendo que perdamos la confianza en la Justicia, y sin Justicia no hay Estado de Derecho. La corrupción ha continuado. Tenemos que acabar la Transición. El País Vasco ha cambiado, afortunadamente, yo creo que ahora es el lugar donde mejor se vive en España. No deja de ser irónico que mientras ETA estuvo actuando por amor a la patria, hizo de aquella patria que tanto quería un infierno. Y esas ideas que trataron de imponer por la fuerza, en las urnas están funcionando mejor sin balas. ETA no sirvió para nada, por un dogma no se puede matar.
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