Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
Clara Obligado | Escritora
En uno de los cuentos de La biblioteca de agua, el nuevo libro de Clara Obligado, un hombre cae en un socavón y recorre "la ciudad que se esconde bajo la ciudad", los "torrentes que fluyen hacia el Manzanares, tumbas bajo la florería de Huertas, el ataúd sin tapa en el que flotaba el autor del Quijote, los siete pisos en los que se hunde la caja de caudales del Banco de España (...), fantasmas y psicofonías que susurran bajo el Palacio de Linares, anillos de desposada lanzados por el desagüe (...)" y a aquel tipo, "que siempre había sido un hombre sencillo, un simple funcionario", aquello "le pareció una manera gloriosa de morir". En La biblioteca de agua(Páginas de Espuma), Obligado traza un emocionante e imaginativo mapa del Barrio de las Letras, el particular tributo de esta argentina afincada en Madrid a la capital donde reside desde hace décadas, un espacio donde se hermanan la literatura y la vida.
–El libro es un homenaje a los vecinos que se encontró cuando se instaló en Madrid, una "curiosa familia" que le ayudó a "mitigar la soledad". ¿Cómo recuerda aquellos comienzos en España?
–Llegué en 1976, un mes antes de la matanza de Atocha, que ocurrió en la esquina de mi calle. Fue un momento horrible. Yo había venido a Madrid exiliada y no quería estar aquí:estaba sola, contaba con apenas mil dólares, y a partir de ahí tuve que armarme una vida. Cualquiera que haya cambiado de ciudad sabe que las ciudades no reciben bien. Mi libro es en cierto sentido una historia de amor. Poco a poco, la ciudad y yo fuimos queriéndonos.
–Ya desde el nombre, el Barrio de las Letras resulta muy sugerente.
–Pronto me di cuenta de que por ahí había estado Cervantes, que Quevedo había echado a Góngora de su casa y entre los dos habían protagonizado el primer desahucio del barrio... Fui descubriendo que estaba en un lugar muy emblemático. Y sobre todo me fascinaron las historias de mis vecinos.
–Algunas son asombrosas, como la de Bernardino, un hombre criado entre lobos. ¿Es un personaje real?
–Bernardino existió, sí. Y he perdido su teléfono y no le puedo dar el libro. Lo único que no es verdad de ese cuento es que matara al mayoral.
–En el génesis del mundo que usted narra, la divinidad que lo crea es una mujer; tiempo después, es una hembra la que inventa el lenguaje. Usted va reescribiendo la Historia con la atención puesta en figuras femeninas.
–Ahora empiezan a colocar en el barrio las primeras placas donde aparecen mujeres, y una se pregunta que cómo puede ser. En el relato que nos ha llegado del Siglo de Oro todo son hombres. También las cosmogonías, en general, son masculinas. Yo lo que hago con mi libro es incluir a la mujer en esa historia, tampoco es un giro extraño.
–Significativa es, en este sentido, la historia de La mano, en la que conviven la hija de Lope de Vega y la de Cervantes.
–Sor Marcela, la hija de Lope de Vega, tenía cuatro cuadernos secretos. La idea de que escribiera literatura erótica no era descabellada. Lo que no es seguro es que la hija de Cervantes, Isabel, fuera monja al mismo tiempo, aunque hay gente que sostiene que sí. Esa coincidencia habría sido fantástica. Los hombres transitaban por la calle, escribían, vivían mal o bien, pero las mujeres, para vivir su propia vida, para poder ser ellas mismas, tenían que encerrarse en un convento.
–Marcela le dice a la otra: "No te preocupes, Isabel, escriba lo que escriba, me olvidarán. ¿Quién se acuerda de nosotras?"
–También en el olvido hay una libertad. Yo creo que las mujeres escritoras hemos gozado de la indiferencia, una situación totalmente injusta y absurda que nos ha permitido una escritura menos observada. Eso es lo que encuentras en muchas de estas monjas: una literatura libre.
–En una mirada a Madrid no podía faltar una parada en el Romanticismo. Y uno de los relatos se llama así: Romanticismo (Las lágrimas).
–Y como habrá visto mi perspectiva no es idílica. Yo estoy en contra de la visión romántica del amor porque me resulta una cárcel, en particular para las mujeres. Quería que cada cuento hiciera un guiño al estilo de la época que retrataba, y éste es un tanto exagerado. Describo el Romanticismo como lo que debió de ser para las mujeres: el peligro de la enfermedad venérea permanente. Ese barrio era un puterío, cuando yo lo conocí todavía había casas de lenocinio. Quería explicar ese mundo desde el otro lado: si la visión del amor para un hombre es como una cacería, quería saber cómo era para la presa cazada.
–En Lo que no se recuerda (El hielo), un editor le indica a uno de sus escritores que haga una literatura más fácil, que tienen que comer. Usted ha podido desarrollar su obra al margen de las modas y la tiranía del mercado...
–Totalmente. Ese es un cuento muy duro: habla de cómo los autores que después de la dictadura pudieron hacer carrera literaria en gran parte se vendieron. No sólo apañaron los premios, se repartieron las prebendas, sino que no dejaron sitio y le abrieron el camino a los jóvenes, que es su obligación como gente mayor. Esa generación que decía que era de izquierdas no vio más allá de sí misma y fue responsable del deterioro de la cultura. Hace poco estuve con una autora famosa y rica que no paraba de quejarse de la bajada de venta de libros, hasta un momento en el que yo le dije: Mira, una vez compré un sillón con los derechos de mis obras. ¡Eso es todo lo que me ha dado la literatura!
–En otra de las historias, un fantasma se pregunta si el infierno no es "vivir rodeado de turistas". ¿Madrid se ha puesto imposible?
–Qué le voy a contar: yo vivo en la Puerta del Sol. Anoche no pude dormir ni un minuto. Había una serie de seres primitivos por la calle, que además miden cuatro metros de alto y tres de ancho [ríe], gritando como si les arrancaran los intestinos. En las grandes ciudades se han entregado al capital y han olvidado a los ciudadanos. Mi edificio está tomado por apartamentos turísticos. No sólo ocurre en Madrid, sino en todas las ciudades bonitas: Barcelona, Sevilla... Predomina esa idea de que si algo trae dinero está bien, pero no puede ser el criterio para organizar una ciudad.
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