Christina Rosenvinge y la felicidad de crear

La cantante presenta hoy en 'Nocturama' su último disco, 'Lo nuestro', una fiesta en la que la intérprete sigue reinventándose y concibiendo su oficio como una búsqueda gozosa

Christina Rosenvinge, fotografiada el pasado junio en el Museo Picasso, donde ofreció un concierto y comentó la exposición de Louise Bourgeois.
Christina Rosenvinge, fotografiada el pasado junio en el Museo Picasso, donde ofreció un concierto y comentó la exposición de Louise Bourgeois.
Braulio Ortiz Sevilla

20 de agosto 2015 - 05:00

Cuando el pasado junio Christina Rosenvinge ofreció en el Museo Picasso de Málaga una visita guiada a la exposición Louise Bourgeois. He estado en el infierno y he vuelto, la cantante y compositora esquivó los subrayados habituales sobre la producción de la creadora francesa, esa lectura que suele incidir en el dolor de una artista que abordó su trabajo como exorcismo de los fantasmas familiares y los traumas de su infancia. En el recorrido que hacía por la muestra, Rosenvinge compartía otra visión: en el legado de Bourgeois, incluso en el desgarro y el impacto de sus piezas, se apreciaban la felicidad y la pasión de una autora que siguió entregándose a la creación hasta el final de su vida. Más allá de los motivos que desgrana -las tensiones entre lo masculino y lo femenino, la maternidad y sus trampas, la memoria y el subconsciente-, la obra de Bourgeois habla de la tenacidad y la capacidad para reinventarse. Apreciarla sólo en su aparente oscuridad, venía a decir Rosenvinge, tal vez sería un desacierto, porque se trata, a fin de cuentas, de una celebración.

En estas claves, quizás, habría que ver también el último disco de Christina Rosenvinge, Lo nuestro, que presenta esta noche en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) dentro del ciclo Nocturama: como una fiesta en la que la intérprete, tras la fabulosa madurez que ya exhibían Tu labio superior y La joven Dolores, sigue concibiendo su oficio como una búsqueda gozosa. Que la sonoridad más turbia, contundente, del álbum o la seriedad de algunas de las cuestiones que asoman no llamen a engaño: aquí hallamos a una Rosenvinge dispuesta a jugar y a reinventarse de nuevo, al aullido y al destello poético, que se muestra romántica y mordaz, delicada y fiera. Lo nuestro (El Segell del Primavera)es, como la exposición de Bourgeois, otra fiesta, la de una creadora que se sabe en la plenitud de sus recursos y tantea nuevos cambios de piel para continuar creciendo.

Es por ello que Rosenvinge factura canciones complejas: la autora escapa de la obviedad tanto en las letras -todas parecen hablar de algo concreto, pero no dejan por ello de esconder otras lecturas- como en la música, con temas planteados como criaturas híbridas o collages en los que respiran diferentes sensibilidades. "Pienso que cuando haces música rock, ésta no puede ser sólo heredera de lo anglosajón", contaba la intérprete a este periódico el pasado mayo, en una entrevista por el lanzamiento del álbum. "Deliberadamente intento conectar las influencias anglosajonas con lo propio, aunque lo propio en mi caso sea algo muy bastardo, porque soy hija de inmigrantes en España", aseguraba.

Como Bourgeois, Rosenvinge también se interesa particularmente por las conexiones entre lo masculino y lo femenino. "Por Dios, hermanita, no entregues / las prendas que llevan tu nombre. / Te quiero ver sucia y feroz. / Además de mujer eres hombre", se dice en la rotunda La tejedora, la composición que abre el álbum y en la que su artífice toma como inspiración las grandes esculturas de arañas, símbolo para Bourgeois de la figura materna. La canción analiza cómo muchas mujeres acaban adaptándose a los esquemas conservadores y apuestan por el hogar antes que por el trabajo. "Ese tema nació de la frustración de observar a mi alrededor cómo muchas mujeres más jóvenes que yo han tenido que elegir entre la familia y la carrera profesional, que cuando se tienen hijos la que hace el sacrificio de encargarse de ellos es ella. Y por otro lado, en el ámbito en el que trabajas, normalmente encuentras a los hombres en puestos de responsabilidad y a las mujeres haciendo de soporte. Es un estereotipo que hay que romper", señalaba Rosenvinge.

Lo nuestro es así un disco permeable a lo que ocurre en el entorno: un viaje de Málaga a Estepona en el que observaba los excesos de la construcción inspiró a Rosenvinge Alguien tendrá la culpa, una llamada a la responsabilidad colectiva planteada como una pegadiza canción infantil; otro corte, Lo que te falta, investiga sobre la identidad y la máscara en tiempos de sobreexposición en internet... Pero la de Rosenvinge, claro, no pretende ser una mirada realista, como demuestran la ironía y el lirismo de sus composiciones. En La muy puta afronta el espinoso asunto de la muerte con un enfoque "de farsa, de cuento gótico" impregnado de humor negro. "Ella es una popstar. Le toca sobredosis, eso dice el manual", bromea en una letra particularmente brillante.

La Rosenvinge díscola convive con la amante de la poesía, la que recobra la delicadeza de otros trabajos con Liquen o Romeo y los demás, y, especialmente, en Balada obscena, un fragmento en el que apela a la sensualidad -Cernuda se invoca como referencia- y al deseo de vivir intensamente. "Qué se puede hacer más que entregarse", dice la canción. La carne como credo, saber que aún hay un presente como antídoto contra la nostalgia.

"Una mujer no tiene lugar como artista hasta que prueba una y otra vez que no será eliminada", dijo en una ocasión Bourgeois a la revista Arts Magazine, cuando le preguntaron por la posición de las mujeres en el mundo del arte. Rosenvinge también resiste desde hace décadas, y ya sabe -se vislumbra esa convicción en su voz- que no será eliminada.

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