La China está cerca

Mei (Lu Huang) en la moto de uno de los chicos del pueblecito donde todo la oprime.
Mei (Lu Huang) en la moto de uno de los chicos del pueblecito donde todo la oprime.
Alfonso Crespo

13 de noviembre 2009 - 05:00

She, a chinese.R.U.-China, 2008, 98 min. Dirección: Xiaolu Guo. Intérpretes: Lu Huang, Wei Yi Bo, Geoffrey Hutchings, Chris Ryman.

El interesante subterfugio de hacer pasar películas orientales por europeas tampoco supuso alivio para las sufridas retinas. Y eso que el año pintaba muy bien para haber traído a dos cineastas asiáticos de primer orden que buscan seguir en activo mediante coproducciones con países del viejo continente: el japonés Nobuhiro Suwa (Yuki & Nina) y el malayo/taiwanés Tsai Ming-Liang (Visage). Pero el equipo programador (?) del SFC no aprovecha ni la trampa, y la inclusión de She, a chinese no hizo sino aumentar la cuota de cine avejentado y predecible en la Sección Oficial.

El filme de Xiaolu Guo ha ganado recientemente el Leopardo de Oro en el otrora interesante Festival de Locarno, aunque asistiendo a su proyección uno parecía estar ante el filme ganador de la Seminci de, digamos, 1989. Como si Hou Hsiao-Sien -en cuyo cine, rural (Los chicos de Feng-Kuei) y ultraurbano (Millennium Mambo), escarba Guo de manera ramplona y torpe- , Jia Zhang-Ke o hasta el olvidado Wong Kar-Wai no hubieran dejado huella en ningún espectador, la realizadora china repite fórmulas y archiconocidos gestos de auteur (algunos muy pasados de moda) confiando, suponemos, en la juventud o mala memoria de las audiencias. She, a chinese es transparente, nada opone resistencia, ni los cuerpos protagonistas ni los entornos, con lo que al final únicamente se privilegia el guión, que va sirviendo giros y temas que nunca pasan por el necesario combate (la fundamental resistencia, repetimos) con la realidad. Así, ninguna parada del inconcluso via crucis de la joven Mei sobrepasa la entidad de viñeta descolorida: imposible creer en su deseo de huir, en sus adversidades en la ciudad, en su fugaz historia de amor con un delincuente local y, sobre todo, en su aventura londinense, una estampa de la inmigración que poco o nada tiene que ver con lo que sufre la mayoría de chinos que trabaja a destajo en los rincones de Europa. Guo, evidentemente, no tiene nada que decir; ella cuenta su historia, complace al imaginario cinéfilo occidental de hace dos décadas y, cuando se le atoran las imágenes, pone algo de música pop para que no se note el intolerable silencio de las formas.

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