Charles Ives nos interroga
Músicas contra la peste | Charles Ives
Charles Ives fue un maestro del collage musical y un agresivo hombre de negocios que instruía a sus vendedores de pólizas para que se plantaran en la puerta de un potencial cliente y "aporrearan algunas ideas geniales en su cabeza". Tras dedicar la mañana a su compañía de seguros, por las tardes Ives se dedicaba a componer una música en la que, un poco a la manera de Mahler, cabía lo mismo lo sublime que lo grotesco, la más depurada efusión lírica que un chascarrillo popular. En sus obras se referencian igual los repiques de campanas que el desfile de una banda militar, las canciones infantiles que los himnos religiosos, y todo ello entre citas de Brahms, Wagner o Chaikovski.
Su música podía resultar de una modernidad desconcertante, y el mismo compositor dejaba clara su postura ante la ruptura del sistema tonal tradicional: “No alcanzo a ver por qué habría que desterrar la tonalidad para siempre. No alcanzo a ver por qué habría de estar siempre presente”. Su biógrafo Jan Swafford ha visto también en una de sus obras más difundidas, La pregunta sin respuesta, "un collage en tres niveles, coordinados ásperamente". La pieza, original de 1906, nace influida por la escuela de escritores trascendentalistas de Nueva Inglaterra, formada en torno a Emerson y Thoreau, a la que Ives dedicaría una imponente Sonata para piano.
Un quinteto de cuerdas (aunque el contrabajo simplemente debe doblar al violonchelo) toca fuera de escena una música con apariencia de coral, lenta, estática, invariable. Sobre ella se superpone hasta seis veces la llamada trascendente de una trompeta, situada al fondo de la escena (como "la eterna pregunta de la existencia" la describió Ives), a la que responden en el escenario un conjunto de cuatro flautas (aunque la tercera y la cuarta pueden ser sustituidas por un oboe y un clarinete) de forma cada vez más nerviosa y discordante, hasta que una séptima pregunta de la trompeta queda sin respuesta.
Obra hipnótica y enigmática, que en su versión sinfónica de los años 30 tuvo notable éxito, aunque por el camino Ives pareció domesticarla, con lo que pierde buena parte de su original desnudez transgresora. Por eso aquí nos remitimos a la versión primitiva, ofrecida en el verano de 2018 en un templo episcopaliano de Virginia. Y que cada cual busque sus propias respuestas a tantos enigmas como hoy se nos plantean.
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