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Bandas sonoras
Hacia 1929, apenas dos años después del estreno de El cantor de jazz y con Hollywood en plena y traumática transición hacia el cine sonoro, Charles Chaplin ya se resistía de manera frontal a la deriva del nuevo invento: "las películas habladas -decía- arruinarán la gran belleza del silencio".
Y no lo decía porque su cine, el más popular y querido de todo el periodo mudo, no hubiera hecho buen uso de la música, materia emocional de primera mano para, en acompañamiento en vivo en la sala y en distintos formatos, de la pianola o el violín a la pequeña orquesta, establecer el tono y acompasar los gags de unos cortometrajes concebidos como auténticas coreografías del cuerpo frente a los elementos.
En el 130º aniversario del nacimiento del genio (Londres, 1889-1977, Cosier-sur-Vevey, Suiza), se edita precisamente un disco doble que recopila una selección de todas las composiciones originales de Chaplin para su cine, desde Luces de la ciudad (1931) hasta Un rey en Nueva York (1957), incluyendo además las nuevas músicas que, desde su retiro suizo, compuso para el reestreno o la reedición de los cortos y mediometrajes A dog’s life (1918), Shoulder arms (1918), A day’s pleasure (1919), Sunnyside (1919), The Kid (1921), The idle class (1921), Pay day (1922), The Pilgrim (1923) y The Circus (1928), y para su primer largo dramático, Una mujer de París (1923), tal vez el único fracaso de su carrera.
Un esplendoroso recorrido por melodías, valses, ritmos populares, marchas, danzas, tangos, aires circenses y pasajes memorables entre la clásica y el jazz que confirman a Chaplin como un verdadero maestro intuitivo de la composición aún sin tener conocimientos musicales, como un auténtico cineasta total que siempre entendió que la materia emocional de la tonalidad, la melodía y el ritmo eran las herramientas de primer orden para canalizar ese flujo de identificación de doble sentido entre las imágenes, su personaje y los espectadores.
Después de debutar siendo un niño en los escenarios de vodevil británicos, Chaplin se une en 1910 a la compañía de Fred Karno, con quien realiza su primera gira norteamericana en 1912 con su violín a cuestas, un violín para zurdos con las cuerdas dispuestas en el orden inverso. Durante este periodo, toma lecciones del director de la orquesta de la compañía con la intención de poder dedicarse profesionalmente a la música, pero pronto se da cuenta de sus limitaciones.
Cuando decide quedarse en Hollywood para trabajar en el cine y convertido ya en una estrella tras sus cortos para la Mutual, Chaplin crea una compañía para editar y registrar sus canciones y composiciones musicales, aunque con poco éxito. En 1918 ya ha decidido que su carrera será en el cine y funda su propia productora para tomar el control total de sus películas, también de sus músicas.
Lo habitual aquellos días era crear nuevos arreglos de material preexistente, y el propio Chaplin se encarga de recopilar melodías conocidas o pasajes clásicos para sus primeros largos. El gran objetivo era conseguir que sus "socios musicales" (Arthur Johnston, Meredith Wilson, David Raksin, Max Terr, Rudy Schrager, Raymond Rash o Eric James) entendieran que no siempre se trataba de hacer música "divertida" sino más bien una música que funcionara en contrapunto y diálogo con las imágenes, sin redoblar los mismos efectos cómicos ni mucho menos hacerle la competencia a su personaje.
En Luces de la ciudad, su primer score completamente original, nos encontramos ante un ejercicio de sincronización técnica y emocional tan específico y preciso que, en palabras del especialista Timothy Brook, "la música nos hace ver por si sola los distintos pliegues y giros emocionales del film casi sin necesidad de las imágenes", una exageración que revela empero la altísima precisión descriptiva y músico-dramática de la que suelen estar hechas las partituras de Chaplin.
Tiempos modernos (1936), El gran dictador (1940), la nueva versión musicada de La quimera del oro (1925/1942), Monsieur Verdoux (1947) o Candilejas Candilejas(1952) están repletas de melodías luminosas, vivas, melancólicas o profundamente románticas que todos hemos tarareado alguna vez, clásicos imperecederos de arrebatadora efectividad comunicativa que, en efecto, suenan a Chaplin como las músicas de Rota suenan a Fellini o las de Herrmann a Hitchcock.
La generosa selección de este disco doble, más de 150 minutos de música procedente de sus archivos oficiales, no sólo no escatima ni una de ellas, sino que incluye además las canciones de Candilejas, Un rey en Nueva York o El Circo cantadas por el propio Chaplin y los dos famosos discursos de El gran dictador y Monsieur Verdoux, cumbres de la interrelación entre interpretación, gesto, música y palabra de un cineasta que siempre supo entender y articular el valor y el uso justo de los elementos a su alcance para una forma universal de entretenimiento y emoción.
Charlie Chaplin Film Music Anthology – 2CD – Le chant du monde [Pias] – 150 min. – 25 euros.
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