De aquellos polvos, estos lodos
Las cartas de Elena Francis | Crítica
'Las cartas de Elena Francis' recupera las misivas con historias silenciadas de abusos, violaciones y tragedias que jamás se emitieron el consultorio radiofónico, uno de los más populares durante la dictadura
La ficha
'Las cartas de Elena Francis. Una educación sentimental bajo el franquismo'. Armand Balsebre y Rosario Fontova. Cátedra. 512 páginas. 25 euros
"El matrimonio es una cosa muy seria, siendo un lazo de unión tan grande que es imposible romperlo (...) Le aconsejo que procure complacer a su esposo. Aún en los pequeños detalles, no le lleve la contraria y haga lo que él desee (...) ¡Mucha resignación, querida! Rece y pídaselo a Dios".
Con estas líneas responde por carta a una oyente Elena Francis, una de las figuras radiofónicas más célebres de los años de la dictadura gracias al consultorio que se mantuvo en antena desde su nacimiento en Radio Barcelona en noviembre de 1950 hasta enero de 1984, ya en las ondas de Radio Peninsular, la cadena comercial de RNE que agrupaba medio centenar de emisoras; un personaje de ficción moldeado por un grupo de guionistas que el imaginario colectivo ha asociado durante décadas a la cándida imagen, benefactora y siempre solícita, de la amiga que quiere ayudarnos a lucir magníficas para complacer al marido o conseguir uno.
Lo que nació como un inocuo programa diario de 20 minutos enfocado a vender a las familias acomodadas los productos del Instituto Francis –la estrella era la crema Granisán para tener el cutis perfecto– derivó, al abrir la comunicación con los oyentes, en un fenómeno receptor de miles de cartas, ya de mujeres de todas las clases sociales, con relatos desgarradores de vidas ahogadas por la estricta moral franquista que se tradujo, en la práctica, en una violencia sistemática y estructural contra la mujer, consentida socialmente y repetida durante generaciones.
Una suerte de confesionario que convirtió a Elena Francis en la depositaria del dolor, la desolación, las humillaciones, frustraciones, miedos y penas de mujeres, que con toda seguridad revelaban en muchos casos su intimidad por primera vez, y cuyas confidencias, leídas hoy, suponen un testimonio inédito que traza el retrato sociológico de la mujer en la España de la dictadura. Hijas, muchas, de la emigración andaluza a Cataluña, trabajadoras de fábricas y talleres de costura, señoritas que entraban a servir en las casas de la burguesía catalana o sufridas esposas enmascaradas bajo pseudónimos que revelaban su pobre existencia: "una desgraciada sin remedio", "una cuarentona sin suerte", "una esposa desesperada".
A estas consultas se respondía, por carta, fuera de antena, aplicando la más severa interpretación del ideario de la Sección Femenina, aquella en la que, básicamente, el marido siempre tiene la razón, no importa que sea alcohólico, maltratador, adúltero o, simplemente, esquivo. Si algo se tuerce, la culpa es de ella, sobre todo si está casada porque su papel primero y último es el de parir y criar hijos para la nueva patria. La mujer para Francis es siempre culpable, no víctima. "Sea valiente y no descuide su arreglo personal. Píntese, lleve el cabello en condiciones, y cuando él llegue a casa, esté dispuesta a complacerlo en cuanto le pida. Muéstrese cariñosa, amable, sencilla y dulce. No le haga tampoco escenas", recomendaba a la esposa que buscaba consuelo ante las repetidas infidelidades del marido.
Cuando respondía, ése era el tono. Pero no siempre lo hacía. Los casos más graves, aquellos que hablaban de incestos o violaciones (aunque este término no se menciona ni una sola vez en las cartas), ni siquiera fueron contestados, siguiendo el principio de negar lo que no se quiere ver. "Para que vea cómo es mi marido –relata una oyente de 53 años– le diré que tuve mi primera hija a las 12 menos cuarto del mediodía del viernes, y a la noche del mismo día ya hizo lo que quiso de mí. Que, como usted sabe, es muy peligroso".
Que estas historias jamás se hicieron públicas es uno de los hallazgos del titánico trabajo documental al que se han enfrentado Armand Balsebre y Rosario Fontova en este libro. Conclusión a la que llegan tras analizar y contextualizar unas cuatro mil cartas, fechadas desde 1951 a 1970, de las millones de misivas encontradas en 2005 por azar, devoradas por la humedad, las ratas y el polvo, en una masía de Cornellá de Llobregat, propiedad de la familia Fradera, dueños del Instituto Francis. Ha sido el Archivo Comarcal del Bajo Llobregat el responsable de recuperar y custodiar unas cien mil de esas cartas que suponen hoy, como se ha dicho, un testimonio en primera persona de la España de la que venimos y de la que hoy, ejemplos sobran, queda una huella indeleble. "Es muy difícil estar sola", aconseja Francis, defensora a ultranza del matrimonio como institución, a la muchacha que aspira a vivir sin marido. O "pórtese a su edad como lo hacen las mujeres decentes", le recrimina a una señora de 55 años que confiesa estar siendo cortejada por un hombre mucho más joven.
Una idea de España que encontró en la radio un potentísimo altavoz accesible a las clases populares, como bien argumentan Balsebre y Fontova, autores que ya combinaron el estudio de la memoria histórica y este medio de comunicación en una anterior obra, tan ambiciosa como ésta, Cartas de la Pirenaica. Memoria del antifranquismo (Cátedra, 2014). En aquel trabajo analizaron las misivas que se enviaron desde España o desde los países de la emigración a Radio España Independiente, la emisora del Partido Comunista. Si en Radio Pirenaica eran fundamentalmente los hombres los que describían la situación política del país, en las cartas a Elena Francis analizadas son, en su inmensa mayoría, las mujeres las que escriben. Si en aquellas la denuncia política era protagonista, en éstas no hay una sola mención a Franco o la dictadura y sin embargo su relato ejemplifica la praxis de la represión, cómo el ideario del nacionalcatolicismo iba moldeando la sociedad.
El análisis de este epistolario demuestra, para los autores, "la severa amputación mental a la que eran sometidas las mujeres españolas, su falta de autonomía personal y profesional y su sumisión endémica respecto al hombre; su infelicidad provocada por el ñoño sentimentalismo ambiental en que vivían atrapadas en el que dirán y en la monolítica y castradora institución familiar". De aquellos polvos, estos lodos.
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