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Carlos Saura: autopsia de una tierra olvidada

Exposición de fotografía en la FUNDACIÓN CAJASOL

El realizador aragonés da a conocer su pasión por la fotografía en ‘España, años 50’, una exposición que reúne las instantáneas que tomó en sus viajes durante los años duros del franquismo

El director Carlos Saura, ayer en la Fundación Cajasol. / Belén Vargas
José María Rondón

06 de julio 2018 - 19:40

Entre la fotografía y el cine, Carlos Saura (Huesca, 1932) reparte una obsesión que es mirarlo todo. Contar bien tantas cosas. Su territorio creativo no es un mundo prefabricado, sino que parece más una fábrica de mundos. Y de ahí le viene esa chispa de genio a este aragonés de preguerra que ha intentado hacer lo que le daba la gana a cada momento. Y así le han salido películas como La prima Angélica, La caza, Cría cuervos o Elisa, vida mía. O ese otro pabellón de su obra, que convirtió la música en un gran mural de los pueblos: Sevillanas, Flamenco, Fados, Tango, Jota

Pero todo ese estirón en el cine lo pegó estando también instalado en la fotografía. “Siempre he llevado conmigo una cámara”, asegura Saura, quien aparece con camisa impecable, blanca, y el pelo, escaso, a juego. Subido a unas zapatillas deportivas y con una Sony al cuello, el realizador camina lento, que es el sondeo de los elegantes. Y con esa misma tracción demorada va deshilando su vida según explica algunas de las imágenes de la exposición España, años 50, que desde Zaragoza hace parada ahora en la Fundación Cajasol para dar a conocer en Sevilla ese costado suyo tan inédito.

“La fotografía es un oficio que nadie me enseñó”, explica el realizador oscense, quien con sólo 19 años exhibió sus instantáneas en la Real Sociedad Fotográfica de Madrid. Luego, ganó plaza como reportero gráfico de los festivales de música y danza de Granada y Santander, y en 1959 la revista Paris-Match le ofreció plaza entre su tropa de fotógrafos. “Les dije que no tras darle muchas vueltas porque siempre me consideré un aficionado. Así podía hacer lo que quería en cada momento. No me apetecía depender de exposiciones ni de encargos para medios de comunicación”, añade sobre el episodio.

La muestra reúne 90 fotografías repartidas en ocho secciones que se asemejan a un mapa de carreteras: Cuenca, Andalucía, Castilla, Madrid…

Esta España, años 50 es el álbum fotográfico de sus viajes con una Leica y con el coche de su padre. “No tenía intención de buscar una España terrible. Lo que sí me planteé era reflejar la España no oficial, la que no servía de imagen para el ejército o la Falange, y tampoco la del turismo”, señala Saura en la presentación de la muestra, que estará en Sevilla hasta el 2 de septiembre. De aquella aventura salió un puñado de instantáneas con una insólita poética de geografías y gentes, de extrañezas y costumbres, de desamparo y soledades con una intensidad contenida, vibrante, turbadora.

Porque Carlos Saura no es de esos fotógrafos que dan dentelladas secas por robarle un plano a la Historia. Lo suyo es dejar que el tiempo pase, ajeno a todo, incluso a sí mismo. ”Iba por ahí, veía algo que me interesaba y disparaba sin más”, añade el realizador sobre el manual de uso de un proyecto que se puso en claro hace años para un libro en la editorial alemana Steidl. Hay en algunas de estas imágenes una potente estética donde el ser humano lo ocupa todo. La figura sin adornos, la sencillez sin aderezos, el presagio de esa pobreza que limita con la nada, con lo anónimo y la nada.

De aquel paseo se deduce que tiene el autor una mirada lúcida, diferenciada. No está esa revelación del instante decisivo a la manera de Henri Cartier-Bresson, por ejemplo, sino algo mucho más físico, ese momento preciso en el que uno dispara la cámara movido más por una sensación que por una intuición, más por el espasmo de un calambre que por la invocación de un azar. Los rostros, las expresividades, los fondos rurales o la actitud de la gente conforman las escenas de las inquietantes y profundas imágenes de España, años 50, cuyo secreto está, acaso, en su reveladora austeridad.

“La fotografía se ha banalizado en la actualidad en exceso. Siempre hubo una educación en la contención entre los grandes del oficio”

La exposición reúne más noventa fotografías repartidas en ocho secciones que se asemejan a un mapa de carreteras: Cuenca, Andalucía, Castilla, Madrid… En la capital, las fotografías que tomó de una estación de tren le condujeron varias horas a comisaría, registrado y detenido por fotografiar objetivos militares. Otro capítulo está dedicado a Sanabria, donde acababa de llegar la luz eléctrica. Allí acudió como ayudante para un trabajo cinematográfico de Eduardo Ducay y le impresionó “una miseria que sólo había visto en el documental Las Hurdes de Luis Buñuel”.

“En estas imágenes pervive una España mísera de pueblos con calles sin asfaltar, con casas de adobe y piedra, de campesinos que se resguardan del frío con mantas, de hombres cuyo único medio de transporte son las carretas tiradas por asnos, de mujeres vestidas de negro, de mendigos. Pero también una España de gentes abiertas, sencillas y trabajadoras. Una España que refleja la vida y las costumbres de sus lugareños, con sus matanzas, sus novilladas y vaquillas, sus corridas de toros, sus fiestas y sus ritos”, explica la comisaria de la exposición, Olivia María Rubio.

¿Y sigue Carlos Saura con la fotografía? “Sí, claro. Me gusta sacarle fotos a mi hija, Anna, que es la única que se deja”, explica el realizador, a quien a los ochenta y tantos le siguen rodando proyectos artísticos por la cabeza. “Tengo, por ejemplo, miles de instantáneas que me gustaría ir sacando a la luz”, añade, al tiempo que dispara una reflexión sobre el momento actual de la fotografía: “Es un mundo apasionante que, con los avances tecnológicos, está al alcance de cualquiera. Pero también se ha banalizado en exceso. Había una educación en la contención entre los grandes del oficio”, asegura.

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