Blitz | Estreno en AppleTV+
Una odisea bajo las bombas
Carlos Pacheco | Dibujante
Sevilla/Al principio, cuando comenzó a trabajar –sucesiva, no simultáneamente– para Marvel y DC Comics, sellos legendarios para cualquier amante del arte, la fantasía y la acción compuestos en viñetas, lo miraban un poco raro, y él lo percibía, aunque se lo tomaba con humor. "Yo lo comprendía. Eso ellos lo sienten tan suyo, y llega uno de tan lejos: ¿entenderá esto de verdad? Es normal... Es como si de repente ponen de hermano mayor del Cachorro a un holandés".
No tuvo en cualquier muchos problemas para convencer a sus editores, en uno y otro sello. De sus muñecas y sus pinceles han salido innumerables entregas de Superman, Linterna Verde, Batman, Los 4 Fantásticos, los X-Men... Todos, clásicos absolutos del género de superhéroes, en el que este gaditano –que nació en San Roque en 1962 y vivió en Sevilla entre finales de los 70 y comienzos de los 80: ya se ha visto que algo conoce el paño– ha tocado la cima soñada por cualquiera que comparta su pasión, convirtiéndose, de paso, en un pionero inexcusable para los historietistas españoles.
En esta condición, y también en la de uno de los múltiples padres de la criatura, participó hace unos días en la ciudad en una mesa redonda sobre el 80 aniversario de Superman organizada por la Casa de los Poetas.
–Comencemos por el motivo que lo ha traído a Sevilla: Superman se nos ha hecho ya octogenario. ¿Cuáles diría que han sido sus principales cambios en todo ese tiempo, y de qué modo en esa evolución resuenan los nuevos valores sociales?
–El personaje ha cambiado tanto que hablar de un Superman es un error. El de ahora nada tiene que ver con el primigenio que crearon Jerry Siegel y Joe Shuster. Lo más probable es que el mito acabe desapareciendo, pero hasta ahora, como todo mito, ha tenido la capacidad de adaptarse a los tiempos para sobrevivir. Hasta el punto de que inicialmente Superman tenía unas claves de identificación claramente judías, entre otros motivos porque sus autores profesaban esa religión y lo convirtieron en una especie de trasunto de Moisés; y hoy es prácticamente un icono cristiano, y en la película The Man of Steel hay al respecto unos símbolos muy evidentes. Hasta llegar a lo que es hoy, el personaje ha pasado por etapas absolutamente rompedoras con su propia esencia, como por ejemplo cuando en los 90 supuestamente muere para después resucitar, lo que conecta de nuevo con ese matiz cristianismo. Ahora Superman está en un impasse extraño. Aunque dentro de DC sigue siendo el personaje más emblemático, se ha visto sobrepasado y relegado a una segunda fila por personajes que ni siquiera apuntaban en otros tiempos a ser medianamente populares, como es el caso de Iron Man.
–Ahora se lleva oscurecer a los personajes, presentarlos casi como héroes de tragedia griega. Ahí, seguramente, ha maniobrado mejor Batman, ¿no?
–Bueno, pero es que Batman nace siendo ya oscuro. Atravesó una época muy pop sobre todo en los años 60, con la serie de Adam West, pero no tardó en recuperar su tono sombrío de nuevo con Dennis O'Neil y Neal Adams, y después Steve Englehart y Marshall Rogers insistieron en ese aspecto. Aunque el tono oscuro y definitivo, ya casi de cine y novela noir, se lo aporta Frank Miller. O sea, que tampoco es que ese poso oscuro en la interpretación de Batman sea ajena al mundo del cómic. De hecho, es la propia esencia del personaje. Superman es la luz, es Zeus, digámoslo así por utilizar el paralelismo con los dioses clásicos, es el dios supremo de la parte de arriba, de la parte lumínica, mientras que Batman es el submundo, y aunque aparentemente viven en ciudades distintas, no dejan de ser dos niveles distintos del mismo lugar. Claro, el submundo tiene un atractivo per se, por eso la parte luminosa, la parte bonita, necesita el filo para ser interesante, necesita algo de ambigüedad para provocar un mínimo interés. Superman tiene esa naturaleza extremadamente lumínica y bondadosa, y por eso Batman es el gran héroe de DC, mientras que Superman, más que un héroe, es un icono. A Superman le sobra todo, menos el símbolo y la capa.
–¿Ha hecho esa naturaleza más bien maniquea, propensa por tanto a lo cándido y naíf, que envejezca mal el personaje? ¿Qué diablos hace Superman en este mundo que se declara descreído de cualquier certeza y de cualquier valor absoluto?
–La verdad es que estoy últimamente muy desconectado del personaje en su faceta historietística y las referencias que tengo hoy son cinematográficas más que del cómic. Y en las películas de Zack Snyder, por ejemplo, que a mí me gustan, sí está presente ese lado oscuro. Pero lo que ocurre es que a mí no me interesa que Superman se vuelva oscuro, sino ver cómo lidia un personaje naíf en un mundo oscuro, ver cómo afronta el derrumbe de un mundo que él pensaba que estaba bien, un mundo en el que confiaba. Eso es lo que ha hecho siempre la fantasía, desde Tolkien hasta Asimov, cuando se ha recurrido a lo no-real, estaba siempre analizando el mundo real. A mí me interesa más esa vía que lo que hace normalmente la industria, que es obligar al personaje a volverse tal y como es el mundo.
–¿De qué modo está repercutiendo el gigantesco hype de las adaptaciones cinematográficas sobre los propios cómics?
–Está influyendo una barbaridad. Para empezar, las películas suponen la principal fuente de ingresos de Marvel ahora mismo, más aún desde que creó su propia productora de cine en vez de ceder derechos para las adaptaciones a otras empresas. Ha encontrado un filón brutal y curiosamente con lo que nadie quería, porque cuando Fox y Sony tienen la posibilidad de comprar determinadas franquicias, se limitaron a coger Superman y los X-Men. Los Vengadores, por ejemplo, nadie los quería. Marvel ha logrado crear un patrón sobre cómo hacer una película de superhéroes, con mucho sentido del humor y todo eso, y ha acabado atrayendo a un público distinto. Ahora los cómics intentan reflejar el tono de las películas, y son las películas las que hacen que los cómics se centren más en este o aquel personaje, según su popularidad, cuando antes era evidentemente al revés. Se ha creado un universo cinematográfico propio de Marvel, hasta el punto de que muchos aficionados a Marvel no han leído nunca un cómic.
–¿Y eso no resulta paradójico e incluso triste para un amante de los cómics de toda la vida?
–En realidad no, porque una parte del público, cuando se habla de cómic, inmediatamente piensa en el de superhéroes. Se toma la parte por el todo, como si no hubiese un cómic más allá de eso. Eso significa que esa gente no ha sido aficionada al cómic, sino a los superhéroes, y en cuanto el cine, gracias a la infografía y todas esas cosas, ha logrado reproducir e incluso superar la visión épica que durante mucho tiempo ofrecía el cómic, se han pasado al cine, ya está, y resulta que en esa nueva horda de aficionados es infinitamente más grande que la que estaba con los cómics. A la mayoría les interesa el tema, esa visión del héroe poderoso, espectacular y casi divino, pero no la narrativa o el lenguaje específico del cómic; no el medio, es decir. Pero eso es lo que suele pasar con cualquier otro medio, en realidad. Hay gente a la que le interesa un determinado tipo de películas o un determinado tipo de libros, pero no el cine o la literatura.
–Hablaba antes de esa tendencia a hacer que los personajes que se vuelvan igual que el mundo. ¿Qué le parece ese revisionismo a la luz de los valores actuales? Un caso muy obvio es el de Thor, Dios del Trueno, ahora transmutado en mujer. ¿Tiene sentido eso, o lo tendría más que se crearan nuevos personajes femeninos con entidad e interés por sí mismo?
–Hombre, se crean. Pienso sin ir más lejos en Capitana Marvel, que es de hecho el cómic que estoy haciendo ahora. El personaje existía ya, pero se trata de darle un empaque mayor. Eso se hace ahora mucho y me parece bien. Y tengo que decir que las editoriales intentan crear personajes nuevos todos los días, sólo que unos cuentan con el favor del público y se quedan, y otros son despreciados y se marchan. Así que si no hay más personajes nuevos, será porque los lectores no los han querido adoptar. Con respecto al cambio de identidad de personajes, también se viene haciendo desde hace siglos como quien dice. Pienso en Iron Man: cuando James Rhodes, el ayudante negro de Tony Stark, asume la identidad de Iron Man. No es algo inhabitual, y siempre y cuando esté bien contado... En el caso de Thor, me parece extraordinariamente bien contado, Jason Aaron ha hecho un personaje sobresaliente. Distinto es que, a raíz de que eso haya cuajado y haya tenido una buena repercusión, ya Marvel intente aprovechar ese filón y apuntarse a esa tendencia... Pero yo no hablaría de que la editorial se está apuntando a la moda de lo políticamente correcto; en todo caso se apunta a la moda, sea de lo que sea, porque si mañana viene una moda de lo políticamente incorrecto Marvel se va a apuntar igual a eso, porque es una empresa y la única moral que entiende es la empresarial, que consiste en ganar dinero y ya está. Son los autores los que, con su particular visión ética, pueden ofrecer, o no, miradas interesantes y personales, siempre y cuando no choquen frontalmente con las reglas que en Marvel no se pueden romper.
–¿Por ejemplo?
–Por ejemplo el sexo. O el tabaco. Ya no se fuma en el universo Marvel, ni siquiera personajes como Nick Furia o La Cosa. Yo mismo recibí un premio por un trabajo que hice con Rafa Marín; estábamos con unos guiones de Los 4 Fantásticos, y yo además era dibujante, y una asociación contra el tabaco de Estados Unidos acabó encantada con nosotros. Dibujé en principio a La Cosa fumando, porque siempre ha fumado puros, pero me dijeron en Marvel que eso no podía ser; entonces decidí dibujarlo en pleno proceso de dejar de fumar. Y me dieron el premio, que por lo demás era absolutamente inmerecido porque a mí lo que me hubiera gustado es que el personaje siguiese fumando.
–¿Molesta demasiado a veces esa china en el zapato, esas líneas rojas intocables?
–Se dan situaciones francamente absurdas. Te pongo un ejemplo. En un trabajo que hice para los Ultimates, que es un segundo universo con un poco más de mordiente, con más filo, tanteé para ver si se daban cuenta o no... Había una escena en la que Cráneo Rojo, el enemigo de Capitán América, ha secuestrado a una pareja de científicos en su piso de la Unión Soviética y los está amenazando. El hombre está amarrado en una silla, ella está gritando porque Cráneo Rojo tiene a su bebé y le está apuntando con un pistolón así de grande. Entonces le dice que a ella que si no mata a su marido, le pega un tiro al niño. Ella, hecha polvo, coge unas tijeras que hay por ahí y se las clava al marido y lo destroza; y entonces Cráneo Rojo mira al niño y lo tira por la ventana de todos modos. En la secuencia salen Cráneo Rojo y sus secuaces fumando y con una botella de vodka... ¡Bueno, pues me borraron la botella y los cigarrillos! En toda esa escena sangrante y brutal, parece que lo único que molestaba era eso. Así que al final tú ves las viñetas y salen los malos haciendo así con los deditos [pone los dedos en V], como si fueran japonesitas haciéndose selfies en un festival manga. Aquello me pareció de un ridículo terrible, pero son así, es lo que hay.
–Por cierto, con respecto al sexo, además de ridículo es un poco hipócrita, ¿no? Porque, sin pedirle a este universo que responda a una lógica realista, se niega esa dimensión de la vida... aunque luego las mujeres aparecen siempre sexualizadas, son todo curvas y exuberancia...
–Claro. El sexo está prohibido para los personajes, pero no para los lectores. Esa sexualización de la que hablas era en realidad un gimmick [un gancho], un elemento de venta para lectores en una edad indefinida, en la que no habían tenido aún una conexión madura con el sexo, y de ahí esas superheroínas exuberantes, con tacones y uniformes que enseñan una cantidad de carne excesiva, cuando sus compañeros masculinos van tapados hasta el cuello... Me parece una actitud pacata, primero por presuponer que al lector hay preservarlo de ese aspecto de la vida, y segundo porque parte de la base de que el lector de cómics sigue siendo infantil. Y ya no lo es, aunque la propia industria del cómic parezca ser la primera en perpetuar ese cliché. Además, hoy en día, ¿qué chaval de 14 años no entra en internet para meterse por los barrios chinos? Cualquier joven de hoy ha tenido ya más contacto con el sexo del que tuvo mi abuelo en toda su vida. Eso sí me parece cerrarle las puertas a la realidad. Otra cosa es utilizar el sexo de manera barata, como un elemento de venta... Pero el héroe del cómic, de todos modos, siempre ha tenido esa faceta BDSM.
–¿Hasta qué punto se podrán seguir explotando los ídolos de siempre, cuántas generaciones pueden seguir consumiendo sin cansarse lo mismo que sus padres y abuelos?
–Es que yo no creo que sea lo mismo. Van vestidos igual, pero no son lo mismo, y de hecho en muchos casos ni siquiera van vestidos igual. ¿Cuánto puede durar esto? No tengo ni idea... Estamos en el 2018, que para mi generación es el futuro del futuro. Se suponía que a estas alturas íbamos a estar con unas mochilas voladoras, en ciudades con edificios conectados entre sí y taxis voladores por esos tubos enormes en el cielo, y aquí estamos, con la misma mierda de siempre, sólo que transformada en otra cosa. Si a mí en los 80 me hubieran dicho la pujanza que iba a tener hoy los superhéroes, no me lo habría creído. El futuro siempre es impredecible.
–Lo planteo de otro modo: ¿no hay cierto temor a correr el riesgo de intentar crear nuevos mitos?
–Es que se crean nuevos mitos.
–Dígame el más joven que conozca...
–¿Ahora mismo? Pues Bayek, de Assassin's Creed. O John Marston de Red Dead Redemption. Personajes de videojuegos... Nos pasa mucho a los padres: sabemos que van a surgir nuevas cosas, vale, siempre ha sido así, pero esperamos que vengan del mismo mundo que conocemos desde que éramos jóvenes. Y ahí está el gran error. El mundo tira por derroteros completamente ajenos a esa lógica. Las bases de los mitos de la cultura popular del mañana se están sentando en los videojuegos.
–Hablemos de la consideración artística del cómic en la cultura actual. Es grande, sin duda. De hecho vimos aquella moda de los libros que explicaban el universo de los superhéroes apoyándose en la historia de la filosofía occidental. Lo cual es lícito e interesante, pero ¿no hay a veces en esos discursos un matiz de justificación que no sé si a estas alturas es necesario?
–No me parece nada nuevo. Me acuerdo ahora por ejemplo de las reflexiones sobre Superman que hizo Umberto Eco en Apocalípticos e integrados. Siempre ha habido gente que ha querido ver más allá, qué se escondía en la trastienda de la creación de los superhéroes... Es verdad que el superhéroe ocupó ese terreno que hoy ocupa el videojuego, esa especie de jardín de recreo, lejos del centro, apartado, que el mundo maduro no se atrevía a pisar. Pero la madurez del cómic llegó hace ya muchísimos años. En Estados Unidos, desde la llegada de autores como Milton Caniff o Will Eisner, o en Europa con gente como Moebius o Hugo Pratt, o en concreto en España con Carlos Giménez, etcétera, etcétera, porque la lista puede ser interminable... Esos autores elevaron la categoría artística de la historieta hasta cotas que durante muchos años fueron inimaginables. Cuestión aparte es que haya gente que esto no lo sepa... Lo digo porque, al calor de la popularidad del cómic en los últimos tiempos, ha llegado mucha gente en plan dejadme paso que os voy a enseñar cómo se hace esto. Y a mí eso me molesta, porque a veces tengo la impresión de que se pretende ganar el Nobel de Literatura sin haber leído antes un libro. Hay gente que dice: no, hombres, pero es que el conocimiento excesivo hace que pierdas la frescura. Pues yo creo que no. Lo que pasa en realidad es que si desconoces el medio, su historia, lo más probable es que repitas fórmulas que ya se han usado aunque para ti puede que sean nuevas. Es muy esnob eso. Aunque seguramente esa aparición de cierto esnobismo sea una muestra de madurez del propio medio. Un medio madura cuando aparecen los esnobs, cuando aparece la gente que se pega a él intentando salir en los papeles más que otra cosa.
–En Italia en los quioscos hay más cómic popular nacional que de sellos americanos. En Francia y Bélgica, igual. Y aquí hay sellos interesantísimos, especializados, pero ¿por qué no existe en España una industria del cómic masivo, verdaderamente popular?
–Probablemente por agotamiento de viejas fórmulas, y como consecuencia de ese desprecio hacia la historieta, a principios de los 90, por ejemplo, parecía que cualquier autor de cómic estaba obligado a ofrecer una visión muy madura y tal, muy adulta, y dedicarse al cómic popular como que no estaba bien considerado... En aquellos tiempos, si tú decías que te interesaba el cómic de superhéroes te miraban como a un apestado. Si por ejemplo te gustaba el cómic más adulto, daba la impresión de que no te podía interesar también el manga. Siempre nos movemos en esa tendencia a excluir, en lugar de sumar; en lugar de decir mira, yo soy un lector transversal, me interesa el medio y leo todo lo que aparece y creo que me pueda interesar, lo haga quien lo haga y venga de donde venga. Aquí hemos jugado un poco a eso, quizás por política empresarial, y hemos perdido todos al final. Pero es cierto que en los últimos años hay un input de ciertas editoriales, como Astiberri, que han intentado crear un formato que funcione, y funciona, que no va dirigido necesariamente al público que ya es entendido de antemano, sino que precisamente lo que intenta, a través del fenómeno de la novela gráfica, es encontrar un público distinto o más amplio que el habitual. Y hay autores maravillosos, como Paco Roca o Javier Olivares, que están haciendo un trabajo reconocido en todas partes, no sólo en España.
–Hablemos de usted ahora. Entiendo que puede ser una historia muy larga, pero, sintetizando, ¿cómo se enganchó usted al cómic?
–No, es muy corta la historia: yo nací enganchado. Ya está. Ahí lo podemos dejar. Tengo recuerdos de tebeos desde antes de saber hablar. Soy de la generación de los 60, cuando a los niños se les regalaban tebeos para que se entretuviesen. Alguien en algún momento me regaló alguno, y fue sencillamente exposición al medio.
–¿Cuáles recuerda como sentimentalmente importantes?
–Hay tres nombres, que son Uderzo, Jean Giraud y Vázquez. Quizá Raf también, que me gustaba mucho. Crecí con los tebeos Bruguera, era un consumidor del Teniente Blueberry de Jean Giraud y del Michel Tanguy de Uderzo. En poco tiempo empecé a leer Delta 99 y sobre todo Dani Futuro de Carlos Giménez, y me enamoré del trabajo de Carlos de manera definitiva. Mi primera aproximación a un cómic distinto, digamos, supongo que fue con la adaptación del Miserere de Bécquer que hizo Carlos Giménez; me provocó un terror que todavía lo siento. Siempre, siempre ha habido tebeos en mi vida. Probablemente ahora, justamente, es cuando tengo menos conexión...
–¿La profesión vicia inevitablemente la relación con una pasión?
–En mi caso, curiosamente, es cuando más desconectado estoy del mundo de los tebeos, sí. Sigo consumiendo, evidentemente, pero fíjate, utilizo la palabra consumir, no leer. Lo sigo haciendo, pero no con aquella fruición. Cuando te conviertes en profesional, ya el contacto es distinto, ya no miras el espectáculo del mago para disfrutarlo, sino que vas buscando el truco.
–¿Cuál es el último cómic que le ha sorprendido de verdad?
–Me interesa muchísimo el trabajo de Guy Delisle. Crónicas birmanas o Pyonyang me parecen absolutamente maravillosos. Siempre encuentras cosas... Pero ya te digo, el problema de ser profesional, en este aspecto, es que no lees ya de la misma manera. Habrá quien consiga establecer una conexión más apasionada, pero a mí me cuesta.
–Lo de las épocas doradas es muy relativo. ¿La suya, como aficionado, cuál es?
–Los 70. Pero también en la música o el cine. Aunque yo tengo un problema con las décadas, no las establezco de cero en cero: de cinco en cinco casi que me encajan más. Se me explican mejor entendiendo las décadas del 55 al 65, del 65 al 75, del 75 al 85..., y eso en el mundo del cómic se ve de una manera muy clara. El mundo del superhéroe comienza en los 50 y eclosiona con Marvel, pero es en el 65 cuando Los 4 Fantásticos, con Jack Kirby, maduran de una puñetera vez. Aparecen nuevos autores como Neil Adams, John Buscema... Y luego, a principios de los 70, llegan los primeros aficionados que se convierten en profesionales, gente como Jim Starlin, guionistas como Steve Englehart, gente que venía de una sociedad contestataria, contracultural... La primera mitad de los 70 es una época de exploración de Marvel, y precisamente por decaimiento de la fórmula superheroica y por necesidad de mantener la editorial viva, se exploran otros temas, otros tonos. Don McGregor y Billy Graham, por ejemplo, crean un personaje que se enfrenta al Ku Klux Klan, no a "un grupo de racistas" así en general, sino al Klan, con nombres y apellidos... Aparecen temáticas como el tráfico de drogas, el sexo, tebeos protagonizados por mujeres, por negros, por orientales; con un cierto punto de cliché, evidentemente, pero hay que entender, hay que contextualizar, y en una sociedad hecha por y para el blanco anglosajón protestante esa cultura de los cómics le da un sitio a gente que hasta entonces había sido despreciada en cualquier otro medio. Cuando aparecen los nuevos X-Men de Chris Claremont en el 76, que es el tebeo definitivo de Marvel, empieza por eso mismo el camino hacia el fin, hacia el agotamiento, pero para mí esa es es la definitiva sin ninguna duda.
–¿Qué otras fuentes configuraron su sensibilidad visual?
–El cine es el que conecta más con la historieta por ser un medio narrativo. Para mí, en cine, me pasa lo mismo que con el cómic. Los 70 me parecen la época definitiva. Con la llegada de gente de la escuela Coppola, Scorsese, toda esa generación de cineastas... Cuando el cine sobrevive al código Hays de censura y Hollywood deja de ofrecer películas de Doris Day y Rock Hudson para ir por otro lado, esa manera de entender las historias, esa manera de contar, esa mirada crítica, pesimista... me conecta también con ese tebeo Marvel del que hablaba. El cine y el cómic son dos medios distintos pero entrelazados, soy hijo del celuloide de la misma manera que soy hijo también de papel. Y de la literatura también, pero la literatura, al no ser visual... De todos modos, hay un libro, las conversaciones de Truffaut con Hitchcock [El cine según Hitchcock], que debería ser lectura obligada para cualquiera que quiera contar historias, da igual por qué medio.
–Ha dibujado usted las colecciones de Superman, Linterna Verde, Batman, Los 4 Fantásticos, los X-Men... La lista es apabullante. ¿Tiene no obstante alguna espinita clavada, algún personaje que le apetezca dibujar y todavía no ha podido?
–Sí... No he tocado todavía la colección de Spiderman, me lo ofrecieron en su momento pero yo tenía otras cosas que hacer, fue cuando me marché a DC. Me gustaría, sin duda. Y hay personajes con los que tengo un vínculo emocional, pero es complicado... Está por ejemplo La legión de superhéroes, que es de DC, una serie protagonizada por adolescentes de dentro de un milenio: imagínate las posibilidades infinitas que se abren para abordar el comportamiento ético, moral, todo, en un mundo que no tiene nada que ver con el nuestro. Pero creo que el tebeo que a mí me gustaría hacer con esos personajes sería imposible. Probablemente si me lo ofreciesen no lo haría, porque preferiría fantaseando y seguir haciendo las historias para mí mismo en vez de pervertir la mirada que tengo sobre esos personajes.
–Por cierto, ¿cuál es el sentido de esas "morcillas ibéricas" que mete como quien no quiere la cosa en sus dibujos?
–Bueno, no es que sea una fórmula ni nada premeditado. Es más sencillo, a veces me da el punto, y no me puedo resistir, es superior a mis fuerzas. Mira, yo soy muy del sur, y a veces me entretengo intentando definir qué es ser del sur, y he llegado a la conclusión de que es no tener que reprimir tu humor, soltar una chorrada a un desconocido incluso, y que esa persona no te mire con cara molesta. Entonces a lo mejor estás currando y para relajarte un poco te has puesto un vídeo de Chiquito en Youtube y te has hartado de reír; y continuas y tienes que dibujar a dos policías en Nueva York, o donde sea, y te dices: pues uno va a ser Grijander y el otro Gromenauer, que el americano lo ve y, total, no se va a dar cuenta. Tampoco es que yo esté esperando que otros lo pillen para reírse. Una vez estaba dibujando Capitán América y me enteré por la radio que había muerto Paco de Lucía, y estaba con una secuencia del Halcón en su casa, y como había establecido que era aficionado al jazz y había dibujado en su dormitorio un póster de Miles Davis, me dije pues si tengo que mostrar los discos, uno de ellos va a ser el concierto de Paco de Lucía con Al Di Meola y John McLaughlin... Como cuando dibujé el escudo del Betis, también en Capitán América: mi hijo es muy bético, está siempre pendiente, me llama y me dice papá, hay que ver cómo ha estado hoy el equipo, y yo, para que se ría un poco, se lo dibujo... Es mi manera de pagar mis homenajes a los seres queridos y a la gente que me ha construido y alimentado haciéndome reír o disfrutar.
–Me decía antes de sentarnos a hablar que notó mucho en sus primeros tiempos con Marvel y DC cierta desconfianza, como si se preguntaran sus editores qué iba a hacer uno de tan lejos con algo tan suyo. ¿Fue eso lo más complicado en sus comienzos estadounidenses?
–Realmente no. De hecho mis editores de aquellos primeros tiempos en DC y en Marvel fueron una gente maravillosa y tengo un recuerdo increíble de ellos. No es que hubiera ninguna objeción pero sí, en términos generales, yo notaba que se extrañaban. Era más extrañeza que desconfianza. ¿Cómo alguien de un país ajeno y lejano puede conocer esta cultura? Y se lo dije a uno, lo recuerdo: mira, ¿tú te acuerdas del Imperio romano?, pues nosotros somos las provincias. Recibimos todas vuestras mierdas, los cómics, los discos de Madonna, todo, pero consumimos también lo nuestro. ¿O no es verdad? Escuchamos flamenco comiéndonos una hamburguesa. A mí mi madre me regañaba diciéndome que me comportara igual de bien que se comportaba John John Kennedy cuando enterraban al padre, con ese abriguito y saludando... Y yo le decía: bueno, pues nada, cuando le disparen a mi padre siendo presidente de los Estados Unidos ya veremos. Pero hemos crecido también con Camarón, con Juanito Valderrama, Pepe Marchena, la Niña de la Puebla, toda esa cultura, y los poetas, Alberti, Pepe Hierro... Eso produce una mezcla extraña, y aunque no nos demos cuenta a veces, es una ventaja eso, hace que salgamos ahí fuera y podamos ser como Don Juan y subir a los palacios y bajar a las cabañas sin ningún problema.
–Por último, le tengo que poner en un aprieto: desde un punto de vista sentimental, ya me torea como quiera: ¿DC o Marvel?
–Pues no te voy a torear, y además ya lo he dicho con el editor jefe de Marvel delante. Cualquier persona que deja su casa, la casa de los padres, y se va a un piso, tiene de repente dos casas. Tienes un piso de alquiler con cuatro muebles prestados que es peor que la casa de tus padres, pero es tu piso. Aunque también te sientes bien en casa de tus padres: llegas, abres la nevera, hay de todo, coges lo que quieres y no tienes que darle explicaciones a nadie... Para mí DC es la casa de mis padres y Marvel, mi piso de estudiantes.
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