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El pueblo de Sevilla aislado por una carretera con 365 curvas y cada vez más peligrosa

Carlos Herrera deslumbra

El pregonero acabó toreando de salón, realizó una faena de variedad gallista, salpicada de sabrosas anécdotas y, con orgullo guerrista, atacó a los detractores de la Fiesta

Luis Nieto

13 de abril 2009 - 05:00

No cabía un alfiler en el Teatro Lope de Vega. El llenazo fue tan grande que muchas personas que portaban sus invitaciones se quedaron fuera y se montó un pequeño alboroto. Vamos, que si la reventa llega a andar despabilada, hasta hace su agosto en este Pregón Taurino primaveral en el que Carlos Herrera se lució en una faena medida, en la que tocó varios temas con solvencia gallista, acompañada con un punto de orgullo guerrista en el ataque sin contemplaciones a los beligerantes de la Fiesta. Acostumbrado a lidiar todos los días seis horas en radio, Herrera estuvo sobrado en el ruedo del Lope de Vega, transmutado un año más en la Maestranza, dentro de la tradicional fecha del Domingo de Resurrección, punto de partida de la temporada taurina sevillana.

En el prólogo, la delegada de Fiestas Mayores del Ayuntamiento de Sevilla, Rosamar Prieto-Castro, significó que el toreo está ligado a la idiosincrasia de la ciudad y que el arte del toreo es una de nuestras señas de identidad. El presentador, José Antonio Naranjo, trazó un perfil del pregonero como hombre de hiperactividad laboral, lo que prácticamente le permite el don de la ubicuidad y reflejó la gran afición taurina de Carlos Herrera.

En tiempos en los que algunos rechazan una tradición cultural única, Carlos Herrera reivindica una y otra vez la tauromaquia, ya sea como paladín en la Eurocámara, en su cariño hacia el toreo a través de las ondas o como aficionado, asistiendo no sólo a festejos de primer orden, sino también -y aquí demuestra su dimensión como aficionado cabal-, disfrutando desde el graderío y el anonimato en una modesta novillada veraniega. Herrera se gustó en una faena acompañada media docena de veces por ovaciones y otras tantas de risas ante anécdotas desternillantes. Un pregón que comenzó con la exaltación para acudir a la tradicional corrida del Domingo de Resurrección: "Vamos a por el brillo de un acero certero, a por unas manos muy bajas, a por una cintura doblada, a por un pie clavado en el suelo. La muy hermosa y española Fiesta de los toros se viste hoy de domingo. Hoy resucita una Sevilla que lleva silenciando su ole algo más de seis meses, y lo hace con este pregón que generosamente me confía la Real Maestranza".

En los primeros lances para fijar el toro definió lo que supone el sentimiento arraigado del toreo. "¿Qué me hizo considerar irresistible un espectáculo absolutamente discutible como una corrida? ¿Qué me hizo vencer la tentación septentrional de aplicar un frío raciocinio a la ancestral tradición de matar toros a estoque?: el inexplicable mecanismo de la emoción... Y es que los toros, evidentemente, sólo se explican desde la emoción que causa belleza. Y también desde la tradición"; aseveró el pregonero.

No tardó en llegar el primer tercio, con un puyazo en todo lo alto a quienes anhelan la prohibición de la tauromaquia. En uno de sus ejemplos sobre los supuestos males psicológicos que puede acarrear el disfrutar de un festejo taurino, aludió a sus hijos -que escuchaban con atención desde un palco-. "Mis hijos, afortunadamente para ellos, se han criado en un tendido, y se lo han pasado en grande, y no tienen ansias asesinas. ¿Quiénes son esa pandilla de imbéciles para decidir dónde puedo y dónde no puedo llevar a mis hijos?... ¿Quiénes son unos golfos para declarar Barcelona ciudad antitaurina? ¡Como si se pudiese decidir por decreto los sentimientos de una ciudad! ¿Quiénes son los diputados friquis para exigir a la televisión que no se televisen corridas en horario infantil? ¿Quiénes son todos esos bobos estúpidos para coartar libertades tan esenciales como acudir con hijo a una ceremonia que han pintado Goya, Picasso o Barceló?". En banderillas, prendió garapullos a TVE, por su maltrato a la Fiesta. Y a continuación, muleta en mano, la faena, centrada principalmente en la copla -en la que el pregonero es un auténtico especialista- y el verso. Afirmó que "Coplas y Toros es el libro que siempre hubiera querido escribir", recitó varias coplas magníficas y muy populares, como Capote de Grana y Oro y profundizó en el tratamiento de dos maestros que murieron por cornadas mortales: Joselito el Gallo y Manolete. A lo largo de ese recorrido por la copla y los poemas, echó mano de tonadilleras y poetas consagrados. Sin embargo, sorprendió en la estocada definitiva, con unos versos de un poeta poco conocido, el manchego Ismael Belmonte, desaparecido en el filo de la cincuentena, un torero metido a poeta y con el que Herrera puso punto final a su brillante elocución: "Con la gloria y el infierno./ Mirando a la taleguilla./ Sangre de vieja semilla./ Al aire de sombra y sol./ Con la furia del crisol./ De toro, plaza y torero,/ Hablándole al mundo entero. / De un coraje, el español".

Pregón ameno y con contenido, con profusión de citas que encandiló y deslumbró al respetable. Aunque Herrera afirmase que lo suyo no es el toreo, en la rúbrica no se resistió a dibujar un muletazo en el escenario del Lope de Vega. Así fue la última faena de un maestro de las ondas con alma de torero.

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