Carl Cox en Icónica Sevilla: el Rey hizo que todo su reino se moviera a su ritmo
Icónica Santalucía Sevilla Fest
Carl Cox puso a bailar a más 13.000 espectadores en la Plaza de España durante la segunda noche del Icónica Santalucía Sevilla Fest
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Los que siempre han seguido las sesiones de techno, house y otra gran variedad de estilos de Carl Cox mostraban algunas reticencias a estas sesiones Hybrid que está ofreciendo en los últimos meses porque consideraban que estaba perdiendo pluralidad con ellas, y supeditaba todo el sonido a un genérico tech house de tempo muy alto y pesados golpes de bombo. A priori, tratar de predecir qué piezas y cómo las movería Cox esta noche era un ejercicio inútil. Ha estado tocando y lanzando música durante casi toda su vida, cuenta con más de 50.000 discos en su colección y siempre se asegura conscientemente de no confeccionar la misma sesión dos veces. Pero esas disquisiciones no figuran en la mente de alguien que está bailando sin parar con sonidos que pasan por alto el cerebro y van directos al cuerpo. Y eso era lo que hacían las más de 13.000 personas que se dieron cita anoche en la Plaza de España para sumergir su cuerpo en las tremendas olas que surgían de las consolas del mítico DJ y productor y bañarlo en sudor. La segunda noche del Icónica Santalucía Sevilla Fest se montó alrededor de los ritmos que comenzó a lanzar Raúl Pacheco a las siete de la tarde y aumentó muchos grados en intensidad con la holandesa Chelina Manuhutu, para mantenerse al final de la noche con la sueca Ida Engberg -fantástica su continuidad: cuando todavía estaban los pipas quitando la mesa de Cox ya estaba ella pinchando Los Sonidos del Pasado de Lars Huismann-; todos con el factor común que los unía a la estrella de la noche de haber elaborado su fama alrededor de los mayores centros de electronic dance de Ibiza, donde Carl Cox fue DJ residente de Space, una de las discotecas más famosas del mundo, durante quince años. El ambiente era absolutamente electrónico mientras la noche se preparaba para el hombre que ha estado hilando y produciendo joyas digitales durante más de cuatro décadas. Y fue él, digan lo que digan sus devenidos críticos, quien construyó las mezclas más eclécticas y explosivas de toda la velada. Carl Cox tenía a su disposición una cantidad obscena de IDs con los que forjó una atmósfera incomparable dentro del hermoso recinto, al que llenó de polvo de estrellas, combinándolos con una lista de temas deliciosos de gente como Zak Rush, TvOut, Josh Wink y otras de las mejores producciones que la escena electrónica tiene para ofrecer, varias de ellas remezcladas por él mismo, como el largo y grandioso rato en que estuvo poniendo su famoso remix del Finder de Ninetoes, tintado con disparos de las Sombras Abstractas de LLX, haciendo memorable su sesión.
Pero Cox no empleó solamente canciones pregrabadas como fuente de audio, por eso su set se llama Híbrido, porque utilizó también una gran variedad de sintetizadores, entre los que se veían a través de las imágenes de la pantalla un par de Moogs, el Subharmonicon y el DFAM -Drummer From Another Mother-, un potente LXR Drum de Erica, un Abstrakt Avalon, un Pulsar 23 perfecto como caja de ritmos, junto al Roland TR8, secuenciadores, todo sincronizado con una unidad Multiclock, y samples organizados melódicamente para crear cualquier clip de música que le apeteciese en cada momento; una mezcla híbrida de pistas con otros efectos que se superponían en tiempo real, saliendo de los dieciséis canales del Ferrofish pulse 16 y masterizada de forma instantánea a través de un DOCTron IMC diseñado por Stimming, que parece cosa de brujería en vez de técnica aplicada. Sus resonantes pads de sintetizador lanzados desde el Abbleton Push2 rebotaron a través de las piedras centenarias, añadiendo profundidad y textura a la música, y cada puñalada traía recuerdos eufóricos de raves de todas las décadas. Lo de anoche no fue solo una sesión de DJ, tuvo también mucho de concierto en directo, porque Carl Cox llevó su personalidad funky y su sensualidad a la música techno creándola él mismo, en lugar de depender del disco de otro que estuviese poniendo; fue increíble como nos hizo botar con el Boogie de Anderson Noise y sus dentelladas a los sintes. Su hambre de innovación nunca parece desvanecerse y el espectáculo que ofreció en nuestra ciudad nos permitió presenciar el poder de la música en su estado más puro, con cada pequeño detalle realzando la sensación general que conecta al artista que está sobre el escenario con la multitud a la que se dirige.
El show de la Plaza de España fue el sueño de todo aficionado al techno. Luces de cabezales giratorios y otras más de alta tecnología que salían de las terrazas monumentales, vibrantes verdes, púrpuras, rojos, azules, bombardearon armónicamente a los súbditos del Rey Cox mientras este construía una configuración épica de ritmos en vivo especialmente diseñados para apoderarse de los corazones, las mentes y los cuerpos de la multitud, que formaban una pista de baile tan diversa como la lista de canciones que lanzaba. Space 92, el Feel It de Hotswing, luego los Fractal Strangers y An On Bast; cuando estaba pinchando la remezcla que el Marciano Verde hizo de la Canción del Oboe de The Clergy, los vasos de alcohol que había en los estantes de los palcos bailaban más que nosotros; si Cox no llega a bajar los subgraves acaban todos en el suelo, como el de mi acompañante. Carl Cox ha sido el DJ más contagioso de todos los que han pasado por Icónica, sonriendo constantemente de oreja a oreja mientras se curraba cada tema que iba a sonar, botando muchas veces, guiado por la energía de la muchedumbre; había que ver su cara mientras lanzaba los brazos al aire gritando una y otra vez Don’t Give In mientras pinchaba esa pieza de AdamK. Luego un giro con Vitalic en mitad de este momento, uno de los más destacados, con su línea de base haciendo que diésemos saltos, las manos volando hacia el cielo y las luces brillando sobre todos los que estaban delante del escenario, que se perdían a lo lejos, tras los palcos. Cox claramente se divertía. Su sesión nunca perdió ni un ápice de esa energía a medida que cada canción se construía tras la siguiente; evitando cualquier pausa en la sucesión. Parecía mezclar un tema tras otro como si estuviera atrapado subconscientemente por el sonido que le rodeaba; era imposible discernir donde terminaba un tema y empezaba otro. Estoy seguro de que al público que bailaba le daba lo mismo lo que lanzase, pero a mí Cox me mantuvo en vilo intentando adivinar qué sería lo siguiente en sonar y cuando lo haría. Y al terminar, después de dos horas, me dejó preguntándome dónde se había ido el tiempo. El final fue otra fantasía: se despidió con sonidos de Zion Train, pero no se fue sin antes cambiar las patadas en el estómago que nos estaba dando con los subgraves por las perforaciones de tímpano de los agudos de la Fase de Pianos de Steve Reich y las Variaciones de Órgano de Hans Zimmer.
Superó absolutamente mis expectativas. Es fácil ver por qué Cox es considerado una leyenda y un DJ fundamental en la industria; anoche mostró todos los rasgos que se necesitan para hacerte un nombre en la música electrónica, y lo hizo con gran detalle y alegría. Y era difícil, porque un espectáculo como este, completamente en vivo, en el que se crea música que nunca puede volver a reproducirse ni revivirse, es un desafío que consta de pocas válvulas de seguridad si las cosas salen mal. Pero a Cox todavía le queda mucha rebelión juvenil, le gusta el desafío y está en una etapa de su vida en la que ya no necesita ser un DJ, la gente sabe que puede hacerlo, y hacerlo mejor que la mayoría; y él sabe que ahora es el momento de dar la vuelta a la esquina y hacer cosas nuevas en el ámbito electrónico, de ser creativo, y fue lo suficientemente generoso para brindarle a la gente una experiencia digna de los más de 50 euros que se habían gastado en estar aquí con él. Antes he dicho que la gente estuvo mucho más ocupada alimentando con música su cuerpo que su mente, pero estoy seguro también de que muchos de los espectadores cambiaron por completo su perspectiva sobre la música electrónica con esta sesión sevillana de Carl Cox. Y todos pudimos decir lo mismo que decía él cuando tomaba el micrófono para lanzarnos ese saludo patentado que le da título a su autobiografía: Oh yes! Oh yes!
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