Cargos que no van al compás

Cargos que no van al compás
Cargos que no van al compás
Manuel Barea

09 de noviembre 2015 - 05:00

En agosto de 2010, siendo consejera de Obras Públicas y Vivienda, Rosa Aguilar prefirió hablar de "reprogramación" para eludir el término "retraso" a la hora de comunicar un plan de reajuste que obligaría a que algunas ejecuciones de obra pública se dilataran entre seis y siete meses. Aguilar se opuso tenazmente, en el transcurso de la rueda de prensa posterior al Consejo de Gobierno que aprobó ese plan, a admitir ante los periodistas la demora o el aplazamiento, a pesar de que el propio programa de su departamento diferenciaba entre las obras que "mantenían el ritmo" y las "reprogramadas", que no lo harían, es decir, irían más lentas y cuya culminación, por tanto, se retrasarían sobre el plazo previsto inicialmente. Pero para Aguilar no había retraso.

Cinco años después, Aguilar, ahora como consejera de Cultura, vuelve a aprovechar las posibilidades que le ofrece la semántica para intentar explicar una monumental chapuza en la Administración autonómica que afecta directamente a su negociado: la del director fantasma del Centro Andaluz de Flamenco (CAF), Luis Guerrero, un asesor con un sueldo de dos mil euros mensuales que jamás pisó ese lugar y que, como él mismo reconoció a este periódico, no tenía ni idea de que fuera director de algo. Él trabajó para otro centro, el de Letras. Aguilar replicó la semana pasada en el Parlamento a una interpelación del PP sobre el caso diciendo que "no se ha acompasado la denominación del puesto con las funciones que ha cumplido". Por lo demás, todo bien: satisfacción con el trabajo realizado aquí o allá, donde fuera -el término asesor sirve a la Junta para colocar sin ubicar a trabajadores como el director del CAF-, por Guerrero, que al día de hoy, tras toda esa singladura colaboracionista, es concejal del PSOE en el Ayuntamiento de Alhaurín el Grande (Málaga) y diputado provincial.

Sin dejar de reconocer que la consejera se vio obligada a responder sobre una herencia -por cierto, con un gravoso impuesto de Sucesiones; o sea, un pedazo de marrón-, que le ha dejado su antecesor en el cargo, Luciano Alonso, alrededor de cuya órbita da vueltas Guerrero, la actual titular de Cultura, quizá concentrada en no dar el cante que dejara en mal lugar a su compañero de cuadro, se ajustó a los palos previstos, desechó cualquier improvisación, se olvidó del duende y del pellizco y salió por peteneras. No caló muy hondo, el respetable se quedó frío, con ganas de más.

Así que aún falta mucho para el fin de fiesta. Y el problema con el compás persiste. Esto no suena bien. ¿Hay más asesores desacompasados, por seguir con el diagnóstico de Aguilar? ¿Cuántos? ¿Son muchos o unos pocos? ¿Y cuántos se limitan a tocar palmas y cuántos llevan la voz cantante? ¿De qué caché estamos hablando? ¿Es necesario un elenco de asesores numeroso? ¿Cumplen todos con su función en el gigantesco tablao que es la Junta? ¿No se puede reducir el cartel? No está la cosa para alegrías. Más bien para una antología de martinetes.

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