La aldaba
Carlos Navarro Antolín
¡Anda, jaleo, jaleo!
literatura
Madrid/La escritora de Mataró (Barcelona) Care Santos, que la noche de este viernes ganó el 73 Premio Nadal con la novela Media vida, asegura que la sociedad española tiene que "hablar de la generación de las mujeres nacidas hacia 1936". Esa misma generación es la protagonista de Media vida, que se publicará simultáneamente en castellano y catalán el 7 de febrero, con una historia que gira en torno a una reunión de mujeres cuarentonas que hacía 30 años que no se veían.
La historia de la novela, explica Santos, parte del recuerdo de una reunión real, en su propia casa, de 31 excompañeras suyas de Primaria que hacía 30 años que no se veían, y en la que pasó lo mismo: "Nosotras también nos pasamos la velada contándonos qué habíamos hecho durante esos treinta años". Aunque prometió que hablaría de ese encuentro, en la novela en realidad la autora habla de "nuestras madres".
Otro referente en la escritura de esta novela fue el libro de aforismos y pensamientos La lectura como plegaria, del filósofo Joan-Carles Mèlich, en el que aparece "la cita maravillosa que atraviesa todo el libro": "Sólo se puede perdonar lo imperdonable". Se trataba de hablar de "ese perdón que viene desde los agravios de la infancia, y que nace de esos temores del colegio, y para hablar de cómo se gestiona, qué sentido tiene el perdón, si sólo es un gesto o es un verdadero arrepentimiento".
Con Media vida, Santos quería "romper un poco con lo que venía haciendo últimamente, las novelas de corte histórico" y su intención era escribir "con otro ritmo y otro tono". El juego de las prendas, título con el que se presentó al premio, es el nombre de la primera parte de la novela, la que sucede en los años 50, una escena breve que evoca la fiesta de despedida del internado de monjas en el que están las cinco mujeres, y es también el juego que hacen las chicas cuando "ocurre algo que las marcará casi a todas y no de la misma manera". Es ese mismo juego que retoman, añade la autora mataronense, 30 años después tras varias copas y el paso de las horas y que, como dice Santos, "se vuelve otra vez un juego peligroso pero de otra manera".
Lejos del perdón al que alude Santos, la novela puede ser vista también como un ajuste de cuentas con los internados de monjas del franquismo, y aunque la escritora estudió en un colegio religioso, en esta ocasión tomó prestada la experiencia por delegación. "El internado de la novela es el de mi madre, y me ha prestado su memoria, con monjas que obligaban a las chicas a bañarse en camisón o que las obligaban a vendarse los pechos para que no fueran aparentes bajo el uniforme", rememora.
Que la cena en la que se encuentran las cinco protagonistas fuera el 29 de julio de 1981 no es casual, pues, "esa misma semana se aprobó la ley del divorcio de Fernández Ordóñez, la primera ley de la Transición que puso en pie de guerra a la derecha, al clero y a los sectores conservadores, una polémica que hoy vemos con ingenuidad, pero que fue el primer pasito hacia el país que hoy conocemos".
Frente a ese hito histórico, Care Santos sitúa a una de esas mujeres enfrentada a la demanda de divorcio de su marido el mismo día del encuentro, y a otra de sus protagonistas, que la escritora cree que será la favorita de los lectores, como integrante del equipo redactor de la ley del divorcio, ya que es una abogada y diputada del entorno del ministro. Completan el cuadro la música de la época, los referentes televisivos y el reciente golpe de estado del 23F, una época que Santos vivió como adolescente y, por tanto, fue el momento en que abrió "los ojos al mundo".
No cree que necesariamente Media vida sea una novela de mujeres y sólo para mujeres, aunque Santos reconoce que en este caso explota "cosas decididamente femeninas: de qué manera esas mujeres hablan de hombres cuando éstos no están, pero los lectores masculinos pueden acercarse a la novela en un ejercicio simple de voyeurismo".
Sin embargo, Santos advierte que "no es una novela amable, no es de feminismo, hay autocrítica, hay humor y a veces mala leche con esas situaciones en las que las mujeres nos contamos las intimidades más sonrojantes". Unas reuniones que Santos percibe como "situaciones cercanas al melodrama filosófico" que le da pie a sentir "envidia por la camaradería masculina, más gruesa, que entre mujeres no se da".
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