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Cantares de Rosalía

Clásica

El tenor Joaquín Pixán agrupa en un libro-disco 15 obras de creadores del último siglo en torno a los 'Cantares gallegos' de Rosalía de Castro.

El tenor asturiano Joaquín Pixán, durante la grabación de su hermoso trabajo en torno a una de las grandes voces del Romanticismo hispano.
Pablo J. Vayón

16 de marzo 2014 - 05:00

En 1863 se publicaba en Vigo un libro de poemas en apariencia modesto que habría de convertirse en una de las obras más influyentes de toda la literatura española del siglo XIX. Había sido escrito por una mujer que residía por entonces en Madrid, pero era natural de Santiago de Compostela, donde nació en 1837. Su nombre, Rosalía de Castro. Su obra, Cantares gallegos. Los Cantares se componían de 36 poemas, incluyendo un prólogo y un epílogo, y se presentaban como glosas de cantigas populares, que se incluían en cursivas en el cuerpo de la propia composición de la autora (salvo en dos casos, en los que el yo poético de Rosalía se expresa en primera persona).

La singularidad de la obra residía no sólo en su tono, tan cercano al habla popular que trataba de reproducir algunos rasgos fonéticos de la pronunciación, sino en estar escritos en lengua gallega, pues habían surgido de las experiencias de la poetisa en las aldeas y campos de su Galicia natal. Hay coincidencia casi plena entre los estudiosos en considerar que los Cantares gallegos dieron origen e impulsaron el Rexurdimento, esto es, el movimiento intelectual que propició la recuperación del gallego como lengua literaria, y ello seis siglos después de que el rey Alfonso el Sabio lo empleara en sus inmortales Cantigas de Santa María, por considerarlo la lengua vulgar ideal para la expresión lírica.

El origen musical de los poemas que integran los Cantares resulta evidente no sólo en la temática (en el Prólogo se invita a cantar a una muchacha, que en el Epílogo se disculpa por su poca habilidad para glosar las bellezas de Galicia), sino en la misma estructura poética, que recurre en general a los versos de arte menor, especialmente en formas de romance, aunque no faltan quintillas, octavas reales e incluso los ritmos en 6/8 de la muñeira.

En el 150 aniversario de la publicación de los Cantares gallegos, el siempre inquieto tenor asturiano Joaquín Pixán preparó un interesante programa de canciones escritas sobre la obra de Rosalía que grabó en mayo pasado y publicó a finales de año en este nuevo libro-disco que, si no he contado mal, hacía el séptimo de su trayectoria en su propia compañía, Andante Producciones Culturales. Con la colaboración de uno de los grandes pianistas acompañantes de la España actual, Alejandro Zabala, y de la soprano Teresa Novoa, que canta dos de las obras, la parte musical del producto se compone de quince canciones de ocho compositores diferentes, tres de los cuales son gallegos: Andrés Gaos (1874-1959), Juan Durán (1960) y Octavio Vázquez (1972), quien escribió su obra expresamente para este trabajo. A su lado, figuran nombres bien conocidos de la música española, como Joaquín Rodrigo (1901-1999), Jesús García Leoz (1904-1953), Antón García Abril (1933), Tomás Marco (1942) y Jesús Legido (1943), maestro vallisoletano que presenta un auténtico ciclo de cinco canciones que titula Añoranzas sobre un solo poema de la colección, el undécimo, que es uno de los más conocidos, Campanas de Bastabales.

Joaquín Pixán muestra medios suficientes y una muy apreciable musicalidad, que se expresa a través de un fraseo lírico y variado y le permite transitar por todos los matices, entre nostálgicos, oscuros, intimistas y costumbristas, de un repertorio en el que se reúnen distintos estilos de escritura musical, desde el reposado y sereno tono romántico, con resonancias populares, de la canción de Andrés Gaos, en mi opinión la obra más hondamente rosaliana de todo el disco (brillantemente entonada por Teresa Novoa), a la línea ascética y repetitiva que requiere la obra de Tomás Marco, pasando por el melodismo grato, adornado con toques galleguistas en el acompañamiento de las piezas de Rodrigo o García Abril, la complejidad, llena de claroscuros y con leves apuntes neoimpresionistas, de Octavio Vázquez, la sencillez nostálgica del ciclo de Legido o la variedad de recursos, entre el recitativo culto, la melodía quebrada de indiscutibles aromas populares, aun muy estilizados, y el interludio pianístico de Durán. Más que acompañar, Zabala traza con admirable finura el contexto en el que cada canción adquiere su hondura y su sentido. Hermoso trabajo en torno a una de las grandes voces del Romanticismo hispano.

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