Camisas azules frente a sotanas negras
José Antonio Parejo renueva el retrato del fascismo sevillano en una inmersión inédita hasta hoy · Alfonso Lazo reflexiona sobre las conflictivas relaciones entre la Falange y la derecha tradicional
Traemos a consideración del lector dos libros que ilustran los avances de la investigación reciente sobre un tema hasta ahora mal conocido: la historia de la Falange. La síntesis del profesor Alfonso Lazo coloca el Movimiento ante el tribunal de sus detractores dentro del propio régimen de Franco: la Iglesia y el Ejército. Porque el régimen de Franco, pese a su apariencia rocosa y coriácea, estuvo sacudido por fuertes tensiones entre sus familias políticas. El antifalangismo de actitud y, a veces, hasta de palabra, de los jerarcas del Ejército y de los clérigos es el vástago o rodrigón de un relato en torno al cual se enredan las ideologías oficiales y las interpretaciones de la calle, hasta configurar un corpulento y novedoso árbol de la mentalidad del primer franquismo. Luego diremos más.
El segundo texto es fruto del talento del joven investigador José Antonio Parejo, que destacó con su libro La Falange en la Sierra Norte de Sevilla (Sevilla, 2004) planteando sugestivas hipótesis sobre el carácter interclasista e integrador de la Falange que ahora se ven confirmadas en este amplio estudio del fascismo sevillano. Con datos novedosos, Parejo demuestra el perfil antiliberal, anticapitalista y revolucionario de un movimiento que siendo un punto casi invisible en el firmamento político de la Segunda República creció como un meteoro en sus últimos meses para convertirse en partido de masas en vísperas de la Guerra Civil.
Los datos que ofrece el doctor Parejo son altamente reveladores. La Falange sevillana, si bien nació, como la madrileña, por iniciativa de un grupo de señoritos de buena familia, se nutrió por igual, y desde sus primeros tiempos, de afiliados procedentes de todas las clases sociales con un fuerte componente de estudiantes y empleados, bastantes obreros y un número nada despreciable de jornaleros. Muchos de estos jóvenes, hasta adolescentes, figuran con el brazo en alto en el retrato de grupo tomado en la Avenida de la Constitución de Sevilla el 14 de abril de 1934 al paso del desfile que conmemoraba la proclamación de la República (en la imagen). Toda una provocación que anunciaba la estrategia destructiva del orden establecido que iba a definir a la nueva organización.
¿Cómo se articularon los engranajes de esta máquina anti-poder, a partir de unos oscuros inicios hasta alcanzar la cifra de 70.000 afiliados que sólo la provincia de Sevilla tenía en 1936? Esto es lo que trata de responder el profesor Parejo en un proceso de inmersión hasta ahora nunca hecho, por la compleja trama de las relaciones internas de la organización. Asoman, al menos, dos líneas de trabajo para el futuro del análisis del autor: una sobre los orígenes de las células fascistas en Andalucía que quizás obligue a revisar el esquema de un movimiento vertical, inducido desde Madrid, para incorporar un fermento de descontento y predisposición al fascismo que ya existía de antes. La segunda, acerca del devenir de las milicias falangistas durante la guerra y aún después, cuando FE es ya un partido de masas. Las tensiones entre los muchachos falangistas y las autoridades del régimen que se gestan en aquel año crucial de 1937 fue el posible origen de los males posteriores del partido.
Los testimonios de decepción no tardaron en aparecer y se prolongaron durante la progresiva pérdida de poder de la ya unificada FE y de los JONS, desplazada por la derecha tradicional en la posguerra. Alfonso Lazo registra en su obra esta lenta pero inexorable agonía de uno de los miembros del bando vencedor, cercenado por la desconfianza de los otros socios y la indiferencia del propio Jefe del Estado. Algo que siempre se ha dicho pero que hasta ahora no se había conseguido explicar, buscando en las raíces ideológicas de este movimiento los orígenes del desencuentro con el resto de los miembros de la familia franquista. La metáfora doméstica del título es de lo más pertinente: Una familia mal avenida. Unida sólo por conveniencia y temor de un mal mayor (el de la revolución comunista o el caos anarquista) pero desligada y enfrentada, en el fondo, por los principios. Contrariamente a lo que luego dijo la derecha conservadora, la Falange sí sabía lo que quería. Pero, parafraseando al autor, lo que quería en nada se parecía al modelo de orden que añoraba la derecha tradicional, con la Iglesia y el Ejército a la cabeza. Incompatibles eran las convicciones (no sólo apelaciones) revolucionarias y anticapitalistas de muchos falangistas con el patrón tradicional de una sociedad de señores magnánimos y criados obedientes, con claro regusto ancièn régime, que añoraban, aunque en diferente medida, carlistas, alfonsinos, el clero y los potentados.
La Falange no difería en esto del pathos de otros partidos fascistas europeos, pues un sentimiento común de frustración y similares ansias de rejuvenecimiento anidaban en los corazones de los jóvenes de clase media de Italia, Francia, Rumanía o España. Lo peculiar del fascismo español fue su contexto y sus circunstancias, que impidieron la emergencia del Nuevo Estado, incompatible con el Orden Nuevo, que en el fondo era el de siempre, católico y orgánico, como postulaba la Iglesia. En medio de la tensión de estos dos absolutismos, se cruzan otros fantasmas de la mentalidad colectiva española que Lazo excruta con maestría. Es el caso del antisemitismo de todos pero cada uno a su modo. Mimético del racismo nazi en los falangistas; cultural y atávico el de un clero que anatemizaba al pueblo deicida.
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