"Camarón sabía que lo que hacía iba a perdurar para los restos"
Montero Glez habla sobre su nuevo libro, 'Pistola y cuchillo', inspirado en la figura del cantaor
Descubrió a Camarón por casualidad "o como se llame eso". Él tenía 19 años y faltaba mucho para que fuera conocido como Montero Glez. La leyenda del tiempo, un disco que aún no había agotado su paciente espera para ser proclamado legendario, dormía en la cubeta de discos en rebajas de una tienda de Cuatro Caminos, el barrio donde se crió este madrileño exiliado en la costa gaditana y que en el mundo de las letras gasta fama de golfo peligroso y anarquista.
Fue Raúl del Pozo quien bautizó al autor de Sed de champán, Cuando la noche obliga o Manteca colorá como el navajero de las letras españolas. Un simpático atajo para sugerir las claves de un autor que encontró su prosa entre el esperpento de Valle, el hard boiled americano y los espasmos enfebrecidos de Céline, una poética visceral y de recio lirismo, de tugurio, bocata de calamares y derrotas consecuentes.
Aquellos diez cortes grabados en 1979 prendieron en el pecho del escritor, que ahora resucita al genio de San Fernando en Pistola y cuchillo (El Aleph / Taller de Mario Muchnik), quizás el libro más delicado -el menos bronco- de su autor.
Pistola y cuchillo transcurre en una "madrugada de aguardiente y claveles" en la Venta Vargas, lugar sagrado de la mitología camaroniana. Allí se encontrarán el cantaor ya herido de muerte, su amigo El Viejales, inspirado libremente en la figura del productor Ricardo Pachón, y un entrenador de gallos de pelea; allí entablarán una conversación que el último -narrador de la obra- demora y retoma una y otra vez, como si quisiera retener una atmósfera que ya no existe más que en sus recuerdos.
-¿Qué le empujó a hacer este libro?
-Quería revivir al que nunca murió del todo. Lo quería hacer por escrito, que es forma noble que yo practico desde que era un chiquillo. La biografía no es un género en el que me sienta a gusto, yo soy novelista y con las herramientas de un fabulador me he puesto a ello. Con esa mezcla de fascinación y respeto que siento hacia el que junto con Hemingway, Shakespeare, Goya y la Naturaleza es para mí un maestro. Es difícil que un escritor reivindique a un cantaor gitano como uno de sus maestros, nos tendríamos que remontar a Lorca con Manuel Torre. Era mi homenaje, mi manera de darle las gracias.
-¿Tuvo alguna relación con él?
-Desde que lo descubrí empecé a seguirle por todos los festivales donde el dinero me dejaba. Aquello duró siete años, más arriba más abajo. Date cuenta que falleció siendo muy joven. Las únicas dos palabras que crucé con él fueron las buenas noches que me dio en el Johnny en el concierto de 1992, en la puerta de los camerinos. Qué manera más bonita tenía de dar las buenas noches. Con eso tuve bastante. El novelista se explica en sus novelas y el cantaor se expresa cantando y el guitarrista con su guitarra. No quiero dejar pasar la ocasión para hablar de Tomatito; cada vez que pienso en Camarón me viene a la cabeza Tomatito. Para mí fue su mejor guitarrista, siempre estuvo en su sitio, adornándole, sirviendo su guitarra a la voz más grande que han dado los siglos flamencos.
-¿Por qué el flamenco es algo único y Camarón, irrepetible?
-Camarón recreaba a todos los cantaores y no se parecía a ninguno. Eso es ser original. Para mí el flamenco es único porque de todos los folclores de nuestra península es el único que ha sabido evolucionar, mestizarse con otras músicas.
-En el sueño que su Camarón cuenta en la novela se siente "como si estuviera cantando para el futuro". ¿Puede un mito tomar distancia respecto a sí mismo, ser consciente de toda su estatura?
-Mira, José era de carne y hueso, con sensibilidad suficiente para saber que lo que hacía iba a perdurar para los restos. Así ha sido.
-En su novela se lee: "Siempre me pareció que cuando le daba, cualquier cosa dicha por su voz se convertía en profunda reflexión (...) Aunque sólo fuera en el diálogo más banal, José elevaba la anécdota a categoría". ¿Era consciente del riesgo que corría de mitificar excesivamente a Camarón?
-Bueno, la devoción por Camarón es algo que no disimulo.
-Hay una sensación de indefinido misterio, incluso de sorda tensión, en varios pasajes. ¿Cuándo supo que la novela la tenía que contar así y no de ningún otro modo?
-Di muchas vueltas. Tuve la historia con solidez cuando descubrí el juego del gallo. Las peleas de gallos y todo lo que contienen. El gallo como símbolo solar, las apuestas donde existe obligación moral de la palabra dada al no haber documentos que la certifiquen. Ese mundo de honor y verdad me llenó de empuje para construir mi mentira.
-Al margen de la novela, ¿hasta qué punto es responsable de la construcción de su imagen pública, del personaje Montero Glez? ¿Le sirve para esconderse o para mostrarse en completa libertad?
-Mantengo una lucha a muerte con mi personaje. A ver quién llega más lejos, o yo como escritor o mi personaje como personaje. Es el único que puede competir conmigo. Bien mirado, mi personaje es un acto reflexivo. Pon que lo más parecido a hacerse una paja delante del espejo.
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