Simbolismo del azul
Estreno absoluto en Sevilla
Caixafórum se adentra en el alma del modernismo a través de una exposición que indaga en el espíritu de finales del XIX con obras de maestros como Nolde, Courbet, Picasso, Nonell y Rusiñol
Sevilla/El pintor realista Gustave Courbet pasó sus últimos días exiliado en Suiza. Un panorama de los Alpes que dejó inacabado en 1876 trasciende cualquier etiqueta estética para afirmarse como un hito de la exposición Azul. El color del modernismo que Caixafórum Sevilla acoge desde hoy al 25 de agosto. 72 pinturas, la mayoría procedentes del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) y de los Museos de Arte e Historia de Ginebra (Suiza), además de préstamos excepcionales de otra decena de colecciones como la Thyssen-Bornemisza, La Caixa y Banco Sabadell, componen esta inmersión en el alma del modernismo a través de los matices simbólicos del azul.
La selección de artistas incluye a los principales pintores activos en Cataluña en el paso del siglo XIX al XX, como Anglada Camarasa, Joaquim Mir, Isidre Nonell (de quien puede verse su excepcional lienzo Pensando), Ramón Casas, un joven Pablo Picasso, Joaquín Torres García y Santiago Rusiñol.
Sus obras dialogan con las de algunas de las figuras más destacadas del arte europeo de fin de siglo, especialmente Ferdinand Hodler, Emil Nolde y el citado Courbet, y entre otras curiosidades cuenta con una serie de estampas japonesas de la colección personal de Anglada Camarasa.
La exposición inicia en Sevilla su itinerancia española (de aquí viajará a Zaragoza y Palma de Mallorca) y fue presentada este jueves por su comisaria, Teresa Sala, profesora de Historia del Arte de la Universidad de Barcelona, el director del Área de Cultura de la Fundación Bancaria la Caixa, Ignasi Miró, y el director del Caixafórum Sevilla, Moisés Roiz.
Azul. El color del modernismo se inspira en el libro Azul... de Rubén Darío, publicado en 1888, y se adentra en el espíritu de una época marcada por la presencia del azul y de sus connotaciones tomando como guía no sólo poemas sino también textos filosóficos que rodean a las obras pictóricas y contextualizan sus significados.
Paisajes, fenómenos de la naturaleza y estados anímicos son abordados por los creadores en un proyecto estético que transita por el simbolismo y el nacimiento del cinematógrafo a finales del XIX. Por eso la muestra se cierra con proyecciones a cargo de la Filmoteca de Cataluña de una cinta icónica, Les lunatiques (1908), del cineasta Segundo de Chomón, quien trabajó para la compañía Star Film de Georges Méliès pintando películas junto a su esposa.
"En la antigüedad sólo los egipcios tenían una palabra para definir el azul, de tan difícil que era conseguirlo. No existía ni en el griego antiguo, ni en el Corán, ni en los textos antiguos chinos, hebreos o hindúes. En la época de Leonardo da Vinci el lapislázuli valía tanto como el oro. Para los románticos el azul tenía una importancia poética muy profunda, era el símbolo de la melancolía y de los paisajes del alma. El protagonismo del azul a finales del XIX no es nuevo pero con los poetas simbolistas como Baudelaire y Mallarmé deviene en un símbolo vinculado a lo inalcanzable y a la belleza absoluta", ha recordado Ignasi Miró en la presentación de estos contenidos.
La muestra está dividida en cinco ámbitos y se inicia con Todos los colores del azul donde aguardan obras maestras como Nubes de verano (1913) de Emil Nolde que cede el Thyssen. Vemos aquí cómo la paleta de los artistas se enriquece con la llegada de los pigmentos sintéticos. A los tres azules naturales -el lapislázuli (o azul ultramar), el índigo y el cobalto- se les unen otros como el ultramar francés y el azul de Prusia. En 1860 se consigue un pigmento cerúleo, primero en acuarela y una década después disponible para su uso en óleo. Fuera del ámbito cronológico queda el azul Klein, registrado por Yves Klein en 1960 y con el que se ha estampado el catálogo de la muestra, coeditado junto al Grupo Planeta y a la venta en la tienda del Caixafórum.
Azur, el poder evocador, la segunda sección, muestra cómo el azur se convierte en ideal de belleza y color de la poesía para una Europa simbolista que reacciona contra el materialismo y la crisis de valores finisecular. La montaña de Courbet se contrasta aquí con el mar tempestuoso de un pintor catalán muy influido por el francés, Ramon Martí Alsina.
En Paisajes sonoros, paisajes del alma se atiende a las posibilidades de la sinestesia y los numerosos puntos de contacto entre el arte del simbolismo y la música. Las mujeres ensimismadas que retratan Nonell y Hodler, los crepúsculos -la hora azul- de Santiago Rusiñol y las ninfas y Arcadias soñadas por Joaquín Torres García son pasajes clave del conjunto.
En la cuarta sección, titulada El pájaro azul y la flor azul, son las obras literarias de Novalis, Maurice Maeterlinck y Rubén Darío las que nos sirven de guía mientras admiramos una obra maestra de Patrimonio Nacional, Cuento azul, que firma en 1898 Josep Maria Tamburini, y La Música de Rusiñol, parte de un tríptico que cuelga en Cau Ferrat, el museo que el artista creó en su casa-taller de Sitges.
La quinta y última estancia, Nocturnos, incluye paisajes melancólicos y fúnebres, presencias fantasmagóricas desveladas por la noche y revelaciones a la luz de la luna. Entre los hitos, un Nocturno de Eliseu Meifrén que, según la comisaria, "es una de las obras predilectas de la baronesa Carmen Thyssen".
En este recorrido por el significado que los artistas otorgan al color azul la muestra capta en toda su gama de matices el espíritu de fin de siglo y nos permite, añade Teresa Sala, explicar el modernismo de otra manera, no en relación con la arquitectura, como suele ser habitual, sino con el inconsciente, el sueño y el puente que esta estética tiende entre el romanticismo y las vanguardias históricas posteriores como el surrealismo de Magritte.
Rojo para el peligro y azul para la noche en los primeros fotogramas
El cine, que nace a finales del XIX, tiene un gran protagonismo en esta muestra y en su aula didáctica. "En los inicios del cine el color se aplicaba manualmente fotograma a fotograma con pinceles, plantillas o tintes de colores. Así se conseguía crear atmósferas que a menudo respondían a un código de uso según el cual, por ejemplo, el rojo expresaba peligro; el amarillo, alegría, y el azul, la noche", destacan los comisarios. En el año 1906 ese sistema se mecaniza gracias a novedades como el Pathécolor, un procedimiento de coloreado de películas con plantilla. Sin embargo, no se puede hablar de cine en color hasta las décadas de los años veinte y treinta del siglo XX. Pero si se quiere atender a los colores del Modernismo y, concretamente, al azul y a su relevancia, hay que fijarse en las primeras películas coloreadas, con las que se cierra este proyecto del que este viernes a las 19:00 hablará la comisaria Teresa Sala en la primera de las actividades en torno a la muestra que organiza Caixafórum.
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