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Cinco planes que no te puedes perder este fin de semana en Sevilla

"Buscamos el calor humano en la víscera eléctrica de un ordenador"

Diego Vaya. Escritor

El autor reflexiona en 'Circuito cerrado', por el que es finalista al Premio Andalucía de la Crítica, sobre la alienación del individuo en la actualidad.

Diego Vaya (Sevilla, 1980) regresa a la poesía con un retrato de un tiempo marcado por las adicciones y la falta de identidad de los ciudadanos.
Braulio Ortiz

25 de enero 2015 - 05:00

En Circuito cerrado (La Isla de Siltolá), el regreso a la poesía de Diego Vaya, la existencia se presenta como un camino inhóspito en el que no se vislumbran la salida o el retorno. Un hombre emprende un viaje alucinado en el que acaricia "la cicatriz de no ser nadie", aunque se amontonen los recuerdos -la memoria es "un barco que todas las mañanas / viene de islas sin nombre cargado de basura"- la vida "es más real cuanto más se huye de ella" y la conclusión es desalentadora: el sujeto en cuestión no se reconoce. Vaya ha captado la extrañeza de un tiempo en un poemario que habla al lector desde una voz madura y sugerente, una obra que anticipa un 2015 prolífico para el autor en el que publicará un libro de poesía infantil con Ediciones en Huida, Monstruosamente divertido, y verá la luz en Renacimiento Game over, con el que ganó el Premio Vicente Núñez.

-Circuito cerrado termina con un largo silencio poético: hacía casi siete años que no publicaba un libro de versos.

-Necesitaba dar con una nueva manera de decir las cosas, y durante bastante tiempo estuve tanteando, escribiendo y borrando, montando y desmontando los poemas hasta que tuve la sensación de tener lo que quería decir en este libro, con la voz que quería encontrar.

-Esa voz es sin duda una de las virtudes del texto, con ese estilo seco, desasosegante.

-El libro se llama Circuito cerrado porque tengo la sensación de que estamos atrapados dando vueltas alrededor de un círculo y no podemos salir de ahí de ninguna de las maneras. Ese círculo, por una parte, es la vida, pero también la cuestión social: estamos metidos en una sociedad de la que es muy difícil salir. No importa la ideología, lo que pienses; todos somos como ciudadanos hechos en serie. Eso es lo que quería explicar ahí.

-En su deriva, ciertamente, ese hombre no parece tener voluntad propia. "Las pasiones han muerto, es tiempo de adicciones", asegura en el libro.

-Quería reflejar las nuevas sensaciones contemporáneas, y ahí entraban las adicciones. Creo que hoy tenemos tanta información que resulta difícil saber lo que pensamos. Hay una sobreestimulación de la realidad, una hiperconectividad... Estamos continuamente esperando cosas, un whatsapp, un sms, un correo... Necesitamos conectarnos pero al mismo tiempo nos sentimos más desamparados que nunca. Necesitamos calor humano y lo buscamos en la víscera eléctrica, que son los aparatos que tenemos alrededor, el ordenador o el móvil.

-Ayuda a la atmósfera enrarecida esa depuración en la que nada es accesorio. ¿Costó llegar a esa austeridad, podó mucho?

-El primer poema es en el que he estado trabajando más tiempo. Ha habido un esfuerzo por ir eliminando, el poema era más largo, tiene en torno a 300 versos y el original estaba en unos 500. Quise quitar todas las referencias reales, por ejemplo habla de la publicidad que nos rodea pero no se dice en ningún momento una marca concreta. Y los referentes reales, históricos, están suprimidos. Yo quería darle ese ambiente de alucinación. No sabemos si el viaje es real, si no es real; si el que hace el viaje está vivo o está muerto. Ya lo decía Calderón, es imposible saber si esto es la realidad. Y, sí, hay un proceso de depuración para que cada verso tuviera un peso y una significatividad, que no sobrara nada. Quería llegar a un estado en el que si se eliminaba un verso a mí mismo me costara entender el poema. He estado mucho tiempo trabajando en este texto, tres o cuatro años.

-Otro de los fragmentos del poemario, Domingo americano, cambia de tercio ydescribe un ambiente idílico por el que asoman de repente la muerte y la enfermedad, un contraste que impacta al lector.

-Debajo de cada costumbre doméstica, de cada circunstancia cotidiana, siempre late el dolor. En Domingo americano hay un padre y un hijo que arreglan una bicicleta y una madre que está preparando la comida, pero también alguien que se preocupa por la muerte, por cómo funciona, si te mueres y punto. Hay una tragedia en el reverso de las cosas que hacemos.

-Quería preguntarle por el poema Estar aquí, en el que hay un guiño a Antonio Machado. Los personajes esperan en una fila, pero el lector no tiene muy claro qué es lo que aguardan.

-Ese poema habla de la sensación de estar fuera del mundo, de la sensación de estar excluido, y de la permanente espera: estamos siempre esperando, da igual si es la cola del paro o para comprar en el pan. Elimino referentes para darle más espacio a la historia del poema. Que tenga varias capas, varios significados, que el lector complete el texto cuando se acerque a él. La referencia a Machado es irónica, no es estrictamente uno de los nombres que me ha influido cuando escribía el libro. En ese sentido, sí mencionaría a T. S. Eliot, Charles Simic y en algunos momentos Álvaro de Campos. Es difícil librarse de estos autores cuando los lees en profundidad.

-Ha ganado el Premio Vicente Núñez con Game Over, que publicará Renacimiento. ¿En qué sentido el juego ha terminado?

-Todavía no tenemos clara la fecha de salida, pero será en 2015 seguro. Es un libro que habla sobre nuestra generación, de ese sentimiento de decepción que tenemos todos. Nos vendieron que vivimos en el mejor mundo de los posibles y hemos descubierto que eso no era así. Yo me siento estafado, desde luego.

-Es uno de los seleccionados para el Premio Andalucía de la Crítica junto a otros autores como Eduardo García, Fernando Valverde o Álvaro García. ¿Encuentra afinidades o similitudes con los finalistas? ¿Cómo ve a sus rivales?

-Ahí hay autores que son muy grandes. El libro de Álvaro García, Ser sin sitio, y el de Eduardo García, Duermevela, son estupendos. Con esos dos poemarios puede haber un Premio Andalucía de la Crítica dignísimo, porque, sin menospreciar a los demás, son dos obras fundamentales en la trayectoria de sus autores. Yo me siento como si me hubiese colado en una fiesta para la que no tengo entrada. He tenido suerte de nuevo, ya el año pasado estuve finalista en la modalidad de narrativa.

-Hablando de esa faceta, sus novelas Inma la estrecha no quiere mi amor y Medea en los infiernos no tenían nada que ver entre sí. ¿Por dónde tirará ahora el Diego Vaya narrador?

-Ahora estoy escribiendo una novela y no, no tiene nada que ver con lo que he hecho antes. Está ambientada en los años 40, 50, 60 del siglo pasado. Va a tener una estructura compleja y, sí, supondrá un cambio.

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